Los generales rusos están reconstruyendo su país sobre los cadáveres de los civiles chechenos. Los Chechenos deben morir para que renazca la vieja noción de poder y el control territorial de Moscú, y los cuerpos son sólo ladrillos en el muro sangriento del nuevo nacionalismo del Kremlin.
Los comandantes rusos no esconden su intención de aplastar Grozny, y esperan que entre las ruinas humeantes de la ciudad quede el cadáver de Shamil Basayev, el guerrillero que humilló a Moscú en la campaña de 1994-1996. Los rusos proclamarán, entonces, una nueva capital e instalarán un gobierno de títeres con el cual «negociar».
En un nivel básico, esta guerra es absurdamente personal. Detrás de ella está el anhelo de venganza y la necesidad de reparar la reputación de generales como Anatoly Kvashnin, Vladimir Chamanov y Gennadi Trochev, los conductores de tropas. El conflicto checheno está determinando la naturaleza del Estado ruso en su impredecible futuro, y está reescribiendo los límites de la intervenci¢n humanitaria y el derecho a la autodeterminaci¢n de las minor¡as ‘tnicas. Esta peque_a guerra local puede, entonces, cambiar la pol¡tica internacional en los pr¢ximos a_os.
Si triunfan en Chechenia, los generales rusos tendr n m s influencia en el Kremlin que en cualquier otro momento desde la ca¡da de la Uni¢n Sovi’tica. Y estos generales no s¢lo est n rabiosos, sino dispuestos a vengarse de la anterior guerra en el C ucaso, de la importancia que Clinton le ha dado a la OTAN y del bombardeo aliado sobre Serbia.
Sicol¢gicamente, Rusia parec¡a estar a punto de dejar de existir, tanto como una potencia internacional como un estado capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Misteriosos atentados en Mosco y la incursi¢n de los chechenos en la vecina provincia de Daguest n demostraron la debilidad de la administraci¢n de Yeltsin, a menos de un a_o de la elecci¢n presidencial.
Putin ha fortalecido su candidatura entregando a los militares libertad para reinar. Los medios controlados por Yeltsin y su amigo Boris Berezovsky acusan de traidores a los pol¡ticos que sugieren que el ataque ruso ha podido ser excesivo. Entre ellos mencionan a Yefgeny Primakov, ex primer ministro de Yeltsin, ex jefe del KGB y un duro cr¡tico al poder global de Estados Unidos.
Primakov es el principal contendor de Putin, y esa potencial amenaza es suficiente para que los medios oficialistas lo llamen «t¡tere del imperialismo occidental» por el solo hecho de no pedir con suficiente fuerza que corra m s sangre chechena.
«En Mosco todo es visto ahora a trav’s de un prisma checheno», me dijo un alto funcionario ruso. «La opini¢n poblica ha comprado la idea de que si fallamos en Chechenia las potencias extranjeras har n lo que quieran con nosotros, y que el bombardeo a Kosovo es un ejemplo de eso».
Eso no significa una nueva Guerra Fr¡a, pero s¡ implica que ya no podemos contar con una aprobaci¢n del acuerdo para reducir los misiles bal¡sticos, ni confiar en las buenas intenciones de Mosco. La paradoja es que una revitalizaci¢n de Rusia a trav’s de su reconquista de Chechenia puede ser mejor para Estados Unidos y Occidente que la Rusia ca¢tica y torcida que puede emerger tras una derrota militar. S¢lo queda seguir una pol¡tica minimalista que se cuide de desencadenar una situaci¢n que podr¡a ser peor. Y como est n las cosas en Rusia, ese puede ser un duro desaf¡o.
Por Jim Hoagland para La Tercera
Jim Hoagland es columnista de The Washington Post. Ha ganado en dos ocasiones el premio Pulitzer.