Timor Oriental, situada en una isla del Pacífico, entre Australia e Indonesia, vive desde hace varios días un dramático proceso ante la pasividad de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional.
Timor tiene una población de unas 800 mil personas, que ocupan aproximadamente la mitad de un territorio insular del Pacífico. Hasta 1975 fue colonia portuguesa y su principal actividad es la economía agrícola.
Vivió una corta primavera independiente. Su situación no llegó al año y fue ocupada militarmente por Indonesia. La resistencia de la población dio lugar a un enfrentamiento continuo entre las tropas indonesias de ocupación y los independentistas.
Finalmente, las Naciones Unidas iniciaron un proceso para que el pueblo de Timor decidiera, a través de un referéndum, si deseaba mantener alguna forma de anexión con Indonesia, o por el contrario, prefería la independencia.
Ese referéndum se convocó para el lunes 30 de agosto, organizado y supervisado por enviados de las Naciones Unidas. El orden, supuestamente, deb¡a ser guardado por tropas y polic¡as indonesios.
Los d¡as previos al refer’ndum bandas de paramilitares pro indonesios cometieron diversos desmanes, agresiones, incendios de viviendas y algunos asesinatos. Se pasearon impunemente por las calles con pistolas y machetes.
Pese al temor, el d¡a de las elecciones, pr cticamente todo el pueblo timorense fue a votar. Se tuvo la percepci¢n de que hab¡a sido un pronunciamiento abrumador por la independencia.
El s bado, el secretario general de las Naciones Unidas anuncia el resultado del refer’ndum: 8 de cada 10 habitantes se pronunciaron por la independencia. Los paramilitares pro indonesios, ocuparon las calles en demostraci¢n de fuerza. Recorrieron la ciudad y los barrios con gritos amenazantes y blandiendo sus machetes y pistolas.
Despu’s, pasaron a los hechos y comenzaron a atacar indiscriminadamente a la poblaci¢n civil, que procur¢ refugiarse en algunos centros religiosos o escapando a las monta_as.
Ninguna decisi¢n firme y urgente fue adoptada por las Naciones Unidas. Los pa¡ses que en otras oportunidades utilizaron todos sus medios y su fuerza para intervenir por «razones humanitarias», tampoco actuaron.
Ya due_os de la capital, Dil¡, y de las principales ciudades del interior, los paramilitares, tolerados una veces y apoyados otras, por las tropas indonesias, se lanzaron a una matanza anunciada.
Desde las parroquias cat¢licas, algunas monjas fueron las onicas testigos de la terrible realidad. Telef¢nicamente relataron que los lugares donde hab¡a miles de refugiados, eran asaltados por las turbas de paramilitares.
Incendiaron cientos de viviendas y la residencia del Obispo Carlos Ximenes Belo, Premio Nobel de la Paz 1996 . Tambi’n la sede de las Naciones Unidas, donde hab¡a cientos de familias que procuraban escapar del horror. Algunas calles de la capital aparec¡an con un terrible espect culo: a ambos lados se ve¡an personas clavadas en estacas de madera y en otros lugares se aparec¡an las cabezas de decenas de timorenses decapitados.
Esa era la espantosa situaci¢n fuera de control en las oltimas horas. Naciones Unidas, y los pa¡ses mas pr¢ximos a Timor, por razones hist¢ricas o geogr ficas, se muestran escandalosamente lentos.
Anuncian reuniones, emiten declaraciones, pero mientras tanto, cada hora que pasa, el terror y la muerte invaden Timor Oriental. All¡, hace poco m s de una semana, un pueblo fue convocado por las Naciones Unidas para preguntarle si quer¡a ser independiente. Venciendo al miedo y las amenazas concurri¢ a votar y dijo abrumadoramente que s¡.
Ahora, lo han dejado solo e indefenso en manos de hordas de paramilitares cegados por el odio y la venganza, que actoan sin testigos. El r’gimen de Yakarta, pese a sus declaraciones, aparece como claro c¢mplice, sino impulsor, de la matanza.
Cuando la «comunidad internacional» – mejor dicho, los gobiernos de los principales pa¡ses de la tierra – decidan intervenir, ser tarde. Llegar n para recoger cad veres y ser testigos del horror. (Mu/QR/Pp-Vi/Pno/ap)
Carlos Iaquinandi