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Cultura

«DESCUBRIMIENTO» Y/O ALBORES DE LA CONCIENCIA INDIGENISTA

escrito por Jose Escribano 9 de octubre de 2000
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202

Hacia las postrimerías de los imperios aborígenes, un sentimiento de aprensión impregna la atmósfera del mundo precolombino. Los aztecas, por ejemplo, en el Libro de los Coloquios nos han legado, en el idioma náhuatl, su particular visión de la conquista. El libro relata una suerte de careo dramático sostenido por un grupo de sabios y sacerdotes indígenas, quienes defienden sus creencias y forma de vida ante el emplazamiento de los doce primeros franciscanos llegados a México (Nueva España) en 1524. Estos alegatos inadvertidamente inauguran la tradición defensora de lo autóctono, y son auténticos precursores de una posición preeminentemente indigenista.

La visión azteca de la conquista se encuadra en un marco mágico: premoniciones, presagios y portentos que anuncian la llegada de los españoles.
Desafortunadamente para los aztecas, las profecías de sus códices y los presagios de Montezuma no tenían nada que ver con el retorno de Quetzalcóatl y su compañía de dioses. Sin embargo, cualquier duda acerca de la identidad de los conquistadores qued¢ esclarecida demasiado tarde para los aztecas. Una vez que los supuestos dioses, hu’spedes de los aztecas en Tenochtitlan, perpetraron la masacre del Templo Mayor, hasta el mismo populacho vio a los forasteros por lo que realmente eran. Los dioses no eran dioses sino un pu_ado de avezados, codiciosos y sanguinarios aventureros. Las luchas finales descritas por los historiadores ind¡genas, dan fe de un profundo estado de desmoralizaci¢n. El tr gico ep¡logo de la ca¡da del imperio azteca puede leerse en el pat’tico Icnocu¡catl o Canto triste:

Deshechadas est n las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y est n las paredes manchadas de sesos.
Rojas est n las aguas, cual si las hubieran te_ido…

Palabras como las anteriores resultan aon m s conmovedoras cuando recordamos que los aztecas fueron un pueblo guerrero por excelencia. Los aztecas eran seguidores de Huitzilopochli, dios de la guerra y, por consiguiente, se consideraban un pueblo invencible, destinado a someter a los todos los dem s. Al verse subyugados por un manojo de falsos dioses, los estragos de la conquista y de la destrucci¢n de su poderoso y vasto imperio adquieren la dimensi¢n de un drama c¢smico. La intensidad del trauma se ha convertido en la at vica p’rdida de la inocencia por parte de los ind¡genas. Los espa_oles profanaron la credulidad y hospitalidad de los abor¡genes. Incapaces de ajustarse a su prescrito papel como deidades tutelares, los espa_oles optaron por asentar su hegemon¡a a trav’s de un traicionero despliegue de fuerza. La perfidia de los hu’spedes ib’ricos asegur¢ el terror y la confusi¢n de los ind¡genas. Tribulaciones que, cinco siglos m s tarde, aon perduran.

Por otro lado, en la literatura maya, los sacerdotes «tigres» o Chilam-Balamoob, al igual que los aztecas, tambi’n anunciaron la llegada de los espa_oles. La visi¢n de varias de las profec¡as tomadas de los libros del Chilam Balam tienen como denominador comon una logubre y devastadora visi¢n de la conquista. Desafortunadamente para los mayas, tales profec¡as son un fiel reflejo, una descripci¢n al pie de la letra, de su fat¡dico encuentro con los espa_oles. El Once Ahau Katon –und’cimo per¡odo de veinte a_os de 360 d¡as– se refiere al ciclo espec¡fico en el que los extranjeros de piel clara y barba rubia habr¡an de aparecer.

Pocos a_os m s tarde, en Sudam’rica, los incas tambi’n se convertir¡an en f ciles v¡ctimas de la avaricia castellana. En 1533, el Inca o emperador Atahualpa fue tomado prisionero por una banda de espa_oles capitaneados por Francisco Pizarro, en Cajamarca. Luego de entregar dos cuartos repletos de oro, plata y piedras preciosas, Atahualpa fue condenado a morir ahorcado por sus captores. De la noche a la ma_ana, el inmenso imperio del Tahuantinsuyo pas¢ a manos de Pizarro –un analfabeto ex-cuidador de cerdos– y sus seguidores.

Los incas integraron la tercera gran civilizaci¢n que los espa_oles sin ningon remordimiento destruyeron en su af n de gloria y fortuna. En la literatura quechua, el Lamento por la muerte de Atahualpa, o Apu Inka Atawallpaman, claramente refleja el pesaroso estado de  nimo que sobrecog¡a a los abor¡genes. Una vez m s, el terrible trauma de la conquista se expresa en desgarradoras palabras:

¨Qu’ arco iris es este negro arco iris que se alza?
Para el enemigo del Cuzco horrible flecha que amanece…

Para la mayor¡a de los espa_oles el ind¡gena no fue m s que un ser destinado a la sumisi¢n, a la explotaci¢n –como instrumento de trabajo y animal de carga– e incluso al exterminio. No obstante, hubo un pu_ado de europeos iluminados que supieron reconocer y defender la humanidad de los abor¡genes. El mismo Crist¢bal Col¢n, en sus famosas Cartas de relaci¢n, manifiesta su preocupaci¢n –y en algunos casos hasta su simpat¡a– hacia los ind¡genas. Pero ser¡a un espa_ol –y he aqu¡ una de las paradojas de la historia–, Bartolom’ de Las Casas (1474-1566), quien asumir¡a la defensa de los abor¡genes como una causa por la que no escatim¢ tinta ni aliento.

Unos de sus libros, Brev¡sima relaci¢n de la destrucci¢n de Las Indias, escrito en 1542, resulta m s bien una interpretaci¢n teol¢gica de los hechos hist¢ricos que describe. Las Casas explica que las razones por las que sus compatriotas asesinaron y destruyeron a «tan infinito nomero de almas» no eran otras que la avidez por el oro y el incontrolable deseo de enriquecerse en corto tiempo. Esta obra, traducida a varios idiomas –y gracias a la campa_a propagand¡stica de imperios rivales tales como Francia, Holanda e Inglaterra–, habr¡a de difundir en Europa una imagen brutal –y desgraciadamente fidedigna– de la conquista espa_ola.

Luego de su retorno a Espa_a 1547, Las Casas se convirti¢ en una influyente figura en el Consejo de las Indias. All¡, a m s de escribir numerosos memoriales, Las Casas entr¢ en directa confrontaci¢n con el erudito Juan Gin’s de Sepolveda, un cada vez m s importante miembro de la corte en raz¢n de su Dem¢crates II, en el que sosten¡a, de acuerdo a principios aristot’licos, que los ind¡genas eran inferiores a los espa_oles, exactamente como «los ni_os son inferiores a los adultos, las mujeres a los hombres, y en efecto, uno incluso podr¡a decir, como los simios a los hombres». Finalmente, en 1550, Las Casas y Gin’s de Sepolveda se enfrentaron en el Consejo de Valladolid, el que se hallaba presidido por famosos te¢logos. El argumento continu¢ en 1551, desencadenando una serie de pol’micas y amplias repercusiones tanto en el viejo como el nuevo continente.

A su muerte, Las Casas dej¢ inconclusa la monumental Historia de Las Indias, en la que hab¡a trabajado desde 1527 hasta 1564. Este libro no ser¡a publicado hasta 1875, mucho despu’s del ocaso del imperio espa_ol. Sin embargo, Las Casas prevaleci¢, al menos en teor¡a, en su vigorosa campa_a defensora de los abor¡genes americanos. En efecto, a ‘stos les fueron reconocidos derechos inherentes a su condici¢n de entes racionales, poseedores de un alma susceptible a ser cristianizada por medios pac¡ficos y capaz de salvaci¢n. Las Casas vio coronar sus esfuerzos con la firma de las Leyes Nuevas. Segon esta legislaci¢n, la encomienda no era considerada hereditaria; por lo contrario, los encomenderos estaban obligados a manumitir a sus «encomendados» ind¡genas en un plazo no mayor a una sola generaci¢n. Desafortunadamente en la pr ctica, las condiciones –que originalmente impulsaron la gesti¢n de Las Casas– permanecieron invariables y –en no pocos casos– hasta empeoraron. Pero el nuevo mundo no olvidar¡a a este fogoso e infatigable fraile dominico. Casi tres siglos m s tarde, el propio Sim¢n Bol¡var y algunos h’roes de la independencia mexicana encontraron inspiraci¢n en los escritos de Las Casas. En lo que se refiere a la historia y a la literatura de este siglo, su nombre ser¡a rescatado en conexi¢n a los movimientos indigenistas en Bolivia, Ecuador, Pero y M’xico. La trascendencia de Bartolom’ de Las Casas se debe a que fue ‘l el primero en denunciar –apasionadamente y sin ambages– la colosal injusticia impuesta por las potencias imperialistas europeas en Am’rica (lo mismo que en Africa y Asia).

En este sentido, Las Casas, pese a su condici¢n de europeo, emerge como el primer indigenista. Su vida y obra constituyen un extenso testimonio de la opresi¢n econ¢mica, pol¡tica y cultural sufrida por los pueblos abor¡genes de Am’rica a manos del rapaz cristianismo ib’rico. Dicho sea en otras palabras, este dedicado te¢logo y sacerdote cat¢lico, obispo de Chiapas (s¡, la misma del comandante Marcos), consejero del rey sobre asuntos de las Indias, prol¡fico proselitista, reivindicador de la causa ind¡gena por virtud de su compromiso con los originales habitantes del nuevo mundo, Bartolom’ de Las Casas sin ser amerindio, sin embargo y por antonomasia, se erije como uno de los precursores del indigenismo americano.

Petronio Rafael Cevallos
www.lacultura.com.ar/EcuaYork

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