«Sigo caminando. Busco la vieja mansión –una residencial estudiantil–ubicada a la altura de la Luis Cordero y Nueve de Octubre, en la que hace dos décadas había vivido cuando estudiaba jurisprudencia en la Universidad Central. Por un momento pensé tomar un taxi. Quito, como cualquier otra metrópoli tercermundista, es una ciudad peligrosa. Pero decidí hacerlo a pie. Necesitaba el ejercicio. En la calle, la gente del pueblo, casi toda gente pobre, mestizos que –con rostros angustiados y mal vestidos– esperaban el bus. Subempleados que laborarían en los alrededores –sirvientes en los hoteles, dependientes de algún almacén, mozos de restaurante, mucamas, que no ganarían ni el equivalente de cien dólares al mes. Para ellos el troley es un lujo. (El troley es el dudoso ælegadoÆ de la alcaldía de Jamil Mahuad. (Quien, curiosamente, al momento de escribir estas líneas, era el ocupante de turno del solio presidencial.) La residencia estudiantil ya no está. De vuelta a los apartamentos de Jaime, paso frente al ostentoso palacete ubicado en la Diez de Agosto y Col¢n, ahora convertido en museo, que pertenec¡a a uno de esos tantos iberoamericanos ‘ennoblecidos’ con t¡tulos ‘aristocr ticos’ comprados con parte de las fortunas que amasaban a costa de una salvaje explotaci¢n de los ind¡genas.
«De repente, un escalofr¡o me recorri¢ la espalda. Como la gente que ve¡a a mi alrededor, me sent¡ sobitamente triste. Sent¡a que toda esa agraciada ciudad era, en el fondo, un vetusto y fr¡o cascar¢n poblado de fantasmas. Tuve la viva sensaci¢n de caminar por el interior de un sarc¢fago blanqueado, aunque igualmente logubre, que guardaba los putrefactos restos de un pa¡s. Pese a la proverbial ‘sal quite_a’ –gusto y habilidad para contar un chiste–, Quito me inunda de una indefinible tristeza. Me parece que los quite_os han desarrollado su ‘salero’ como un indispensable ant¡doto para el amargo sabor de medio milenio de calamidades, para poder sobrevivir los sucesivos descalabros que son la vieja historia del pa¡s, y de los que Quito, el ‘lindo Quito de mi vida’, ha sido y es el escenario principal.
«A pesar de su cielo, de su paisaje, de su clima, de sus montes, de sus monumentos, de sus museos, de sus embajadas, de sus ministerios, de sus templos, de sus hoteles, de su arquitectura, de sus Mac Donalds, de sus malls, de su promocionada aunque ilusoria ‘Mitad del Mundo’, hay algo en esta ciudad, en la psiquis de esta ciudad, que no concuerda con su apariencia. Obviamente, aparte de sus rasgos naturales –teloricos, meteorol¢gicos, topogr ficos–, Quito, especialmente el Quito ‘moderno’, es una urbe m s bien pl stica y pretenciosa, una especie de relamido simulacro citadino. Asimismo, su hist¢rico nombre tambi’n deletrea –ir¢nica, infeliz, +fatalmente?– la conjugaci¢n en primera persona de singular del presente indicativo (el eterno presente indicativo) del verbo quitar: ‘Yo quito’… (En axiom tica contraposici¢n al ‘Yo pongo’.) Es decir que Quito es la sede indiscutible y beneficiaria directa del centralismo. Siendo ‘ste un por dem s innoble y odioso sistema pol¡tico. Como un pulpo desproporcionado y voraz, el centralismo quite_o –insaciable, insidiosa, leguleya, parasitariamente– ha venido acaparando y succionando la mayor y mejor parte de la administraci¢n poblica y las tributaciones nacionales, a expensas y menoscabo del resto del pa¡s. No en balde, los coste_os suelen decir que los capitalinos no pensar¡an dos veces si pudieran llevarse… el mar a Quito.
«Adem s, aqu¡, en esta capital y a manos de sus habitantes, se cometi¢ otro magnicidio, el m s horrendo y protervo de la triste historia del pa¡s, el de Eloy Alfaro. Un poco mordi’ndose la lengua, dice al respecto Francisco Febres Cordero: ‘Durante su gobierno Alfaro hizo muchas obras poblicas de importancia. Primero, dio agua a Quito, aunque los quite_os ni tanto que la necesitaban porque antes de la revoluci¢n liberal la gente no se ba_aba mucho que se diga. Se mojaba cuando llov¡a, y hasta ah¡ llegaba. Se cambiaba de medias una vez por mes y de ropa interior cuando se graduaba de bachiller. El manabita Eloy Alfaro es el fundador del Estado laico, sac¢ al Ecuador de la edad media y lo puso en el siglo XX. Alfaro es el estadista m s grande –acaso el onico digno de ser llamado estadista– que ha producido el Ecuador. Y aqu¡ en esta capital que le debe tanto, Alfaro y un grupo de sus colaboradores fueron arrastrados, descuartizados y, finalmente, quemados por una rabiosa (+hidrof¢bica?) turba quite_a. Una ciudad as¡, por muy ‘Cara de Dios’ que sea o se crea, no dejar de causar alguna perturbaci¢n en ciertos esp¡ritus perspicaces.
Asimismo, voy a citar los primeros dos p rrafos del cap¡tulo tercero, titulado «En el umbral de la Amazon¡a» (p ginas 33-35), tomado del mismo libro m¡o ya mencionado.
«Al abandonar ‘La Cara de Dios’, me permit¡ una intemperante aunque v lida inferencia: Si ‘sta es ‘La Cara’, +c¢mo ser ‘El Trasero’? ¥Qu’ cara esta ‘Cara …’ resulta para doce millones de ecuatorianos. Qu’ onerosa nos sale esta relamida sede del (mal)Estado ecuatoriano tambi’n a nosotros, los cuatro millones de expatriados. A nosotros que nos hemos visto forzados a salir masivamente del pa¡s, porque tambi’n nos han escamoteado la oportunidad de vivir en ‘l con un m¡nimo de dignidad. S¡, nosotros los desterrados de la corrupci¢n, que involuntariamente la subvencionamos, al enviar nuestras puntuales y generosas remesas –en un m¡nimo de mil millones de d¢lares anuales– para que as¡ nuestros familiares puedan ayudarse a subsistir.
«No puedo evitar imaginarme la reacci¢n, mojigata y patriotera, de unos cuantos ante estas palabras. O como me escribe un buen amigo: ‘No creo en el Ecuador ni en los ecuatorianos. Ambos son inexistentes, mientras no se demuestre culturalmente lo contrario. El primero solamente es una entelequia pol¡tico-administrativa, gracias a la cual han sobrevivido varias generaciones de familias de saqueadores, explotadores y, en general, par sitos e intermediarios de turno; en donde incluso el propio estado ha legitimado el saqueo de los dineros –poblicos y particulares– por parte del gobierno. Para qu’ dar nombres. Basta acudir a las hemerotecas. Los ecuatorianos todav¡a son una generalidad sin caracterizaci¢n suficiente. Una simple y reiterada referencia geogr fica. Hay individuos que han nacido en ese pa¡s (factor geogr fico comon), pero entre ellos hay m s diferencias que caracter¡sticas comunes. ¨C¢mo identificar factores comunes entre un negro de Esmeraldas y un shuar? +O entre un guayaquile_o (de origen indio, pero que ha cometido parricidio cultural) y un otavale_o? En algon rinc¢n del Ecuador, eso s¡, seguramente, residen los mejores y m s queridos recuerdos de muchas personas que viven en el extranjero (debido a la imposibilidad de hacerlo en la tierra donde nacieron). En este contexto, sorprende que los ecuatorianos, por lo general, sean buenos ciudadanos fuera de su pa¡s; pero no en el suyo. Para terminar, el esfuerzo que hace la Casa de la Cultura en Nueva York –sin recibir nada del estado ecuatoriano–, en caso de ser malo, es mucho mejor que el trabajo que hacen –pese a los sueldos y prebendas que perciben– los empleados ‘poblicos’ de las embajadas y consulados.»
Continuar …
(Segunda parte de una conferencia pronunciada la noche del mi’rcoles 6 de diciembre, 2000 – La Guardia Community College, Long Island City, New York)
Petronio Rafael Cevallos
Nota: Como resultado del foro realizado esa noche, quedo inaugurado el Movimiento Ecuador Posible. Personas y organizaciones interesadas en este movimiento pueden escribir a la siguiente direcci¢n electr¢nica:
EcuaYork@worldnet.att.net
www.lacultura.com.ar/EcuaYork
