Si para la mayoría de sus compañeros, aquel viaje al Ecuador habría de revestir más que nada un carácter meramente turístico, para Petronio Rafael Cevallos, el regreso al país natal, después de tan larga ausencia, significaba el reencuentro con su tierra. Este nuevo Odiseo ecuatoriano retornaba, tras un largo y azaroso periplo por los predios del Tío Sam –desde California a Nueva York–, a su Itaca, a sus raíces.
Conocí a Rafael Petronio Cevallos hace unos cuatro o cinco años en un seminario sobre la literatura del exilio español, que a la sazón impartía yo en el Centro de Estudios Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. No tardé en descubrir que aquel joven, de penetrante mirada tras los quevedescos espejuelos, socarrona sonrisa y perspicaces e irreverentes comentarios, no era un doctorando más. Esa misma noche, mientras caminábamos, después de clase, por la Avenida de las Américas –la célebre calle 42, en el corazón de Manhattan–, entre estridentes alaridos de ambulancias y patrullas policiacas, y charlando, ¥c¢mo no!, de literatura (dulce veneno para ambos), sellamos nuestra amistad.
En un pa¡s sin nombre se inscribe en un g’nero poco frecuentado por los escritores hispanos: el libro de viajes. Estas p ginas de Cevallos –que ‘l califica de «ensayo narrativo»– no constituyen un simple reportaje period¡stico, con ribetes costumbristas, sino una cr¢nica, a la vez personal y colectiva, ¡ntima y objetivista, de la calamitosa realidad ecuatoriana. En un pa¡s sin nombre, texto circular, vertebrado en ocho cap¡tulos o segmentos, recoge no s¢lo la experiencia testimonial del autor sino tambi’n referencias hist¢ricas que, a modo de gu¡a, nos proporcionan el tel¢n de fondo apropiado para justipreciar las swiftinanas glosas del viajero.
Es cr¢nica colectiva, porque Cevallos denuncia, sin tapujos ni disfraces, a los responsables de la situaci¢n «tercermundista» del Ecuador. Porque, no olvidemos: fue esta misma situaci¢n –que se inicia con la irrupci¢n de los «barbudos a caballo» y llega hasta la canallesca explotaci¢n de la inmensa mayor¡a de la poblaci¢n, especialmente de los ind¡genas, y la ambici¢n y mediocridad de los dictadorzuelos y presidentezuelos de turno, m s interesados en engrosar sus bolsillos que en el bienestar nacional– la que le conden¢ a ‘l y a cuatro millones m s de ecuatorianos a emprender el rumbo incierto del destierro.
Y es cr¢nica personal, porque Cevallos, consigna, como en un diario o cuaderno de bit cora, sus reacciones –desde el jobilo del encuentro familiar hasta el desaliento que le produce la burocracia reinante– ante las peripecias del viaje, a sabiendas de que esas notas formar n el embri¢n para una futura cr¢nica. De ese modo, la escritura le sirve no s¢lo para testimoniar la triste realidad pol¡tico-social ecuatoriana, sino tambi’n para redescubrir, hurgando en los hontanares de su propio pasado, sus se_as de identidad, difuminadas, hasta entonces, por los distorsionantes, fantasmag¢ricos velos de la expatriaci¢n.
El retorno nunca es f cil. El pa¡s de origen — idealizado a veces por el tiempo y la distancia– ya no es el que abandonara a_os atr s. Y ‘l mismo, fraguado en otro pa¡s, en otra cultura, siente que los lazos que anta_o lo unieran a su tribu no son ya los mismos. El exilio, la emigraci¢n, no perdonan. Sin embargo, y a pesar de los a_os transcurridos en tierra extra_a, el retornado se reconoce en el terru_o que lo vio nacer, en el mar que acun¢ sus noches de infancia. Muchas de las se_ales de referencia han desaparecido, pero otras perduran. Bastan un gesto, la inflexi¢n de una palabra, el eco de una voz, para que recobremos, aunque s¢lo sea por un instante, el pasado que cre¡amos muerto.
Gerardo Pi_a-Rosales
City University of New York
Academia Norteamericana de la Lengua Espa_ola