No es la elección de EE.UU. la versión política de la fábula del burro de Buridan ? Frente a dos pilas de paja exactamente iguales nunca supo por cual decidirse. Y de la indecisión murió, según va la historia.
El electorado norteamericano, frente dos programas políticos tan similares, aún no sabe por cuál decidirse. El voto popular por un lado, colegio electoral por el otro. En la práctica, el margen de diferencia es irrelevante. Es que esto se debe a que el país esta radicalmente polarizado? O por qué la alternativa es entre neo- liberalismo y neo-liberalismo?.
De acuerdo a la prensa «nadie podría decir que el sistema electoral estadounidense es perfecto. Pero, por sobre todo, el sistema funciona». «La transición del poder es producida sin gritos ni puños alzados». Ciertamente. Es difícil de creer que el descontento de Florida se vaya a expresar a través de un alzamiento popular. Pero, al mismo tiempo, también es difícil de creer que el proceso refleje un cambio de poder… solo el cambio usual de personal presidente, gabinete y todo lo dem s.
La verdad, es que nunca hay transici¢n real de poder en U.S.A., no importa quien sea elegido. Los mismos grupos continoan controlando y decidiendo todo. Esta es la genialidad del sistema. Y es por ello que es un «sistema» y no un orden arbitrariamente impuesto. Si hubiera alguna duda es cuesti¢n solo de imaginar la elecci¢n de Ralf Nader como presidente. Debido a las limitaciones constitucionales, legales, econ¢micas y pol¡ticas, es bien poco lo que hubiera podido hacer para «cambiar las cosas» …donde, en realidad, podr¡a haber llevado a cabo alguna transferencia seria de poder ?.
En la visi¢n contempor nea del llamado «mundo post-pol¡tico» el conflicto de las ideolog¡as globales encarnada en diferentes partidos que compiten por el poder, es reemplazado por una mezcla de tecn¢cratas iluminados (economistas-especialistas en opini¢n publica-consejeros sociales ) y multiculturalismo neo-liberal. El ‘nfasis est en el abandono de las viejas divisiones pol¡ticas y la soluci¢n de los nuevos problemas a trav’s del conocimiento experto necesario y la libre deliberaci¢n que solo toma en cuenta las necesidades y demandas concretas del «pueblo».
Los compromisos entre grupos y el logro de consensos universales se obtiene a trav’s de la negociaci¢n de intereses. Es dentro de este escenario desde el cual las fuerzas de izquierda han empezado a reemplazar las luchas ideol¢gico-pol¡ticas previas por «ideas que funcionen». Y es justamente aqu¡ donde encontramos el abismo entre un acto pol¡tico propio y la administraci¢n de las «cuestiones sociales», que siempre permanece dentro del marco de relaciones existentes.
El acto pol¡tico propio no es simplemente algo que funciona dentro del «sistema», sino algo que cambia el verdadero marco que determina como las cosas funcionan. Decir que una idea es buena solo cuando no interfiere demasiado con las condiciones de profitabilidad capitalista (sistemas de salud o educaci¢n universales, por ejemplo, no «funcionan» porque infringen la ley de la ganancia) significa que uno acepta de antemano la globalizaci¢n capitalista, que hoy constituye la constelaci¢n que determina fatalmente lo que funciona.
Desde mediados de los 80 hemos venido presenciando la aproximaci¢n hacia el centro, como pr ctica pol¡tica por excelencia. Su expresi¢n te¢rica mas acabada, probablemente la encontramos en la «tercera v¡a» de Anthony Giddens, quien proclama que el objetivo pol¡tico del presente es transcender la oposici¢n izquierda-derecha. La democracia es concebida como una competencia entre ‘lites que tornan invisibles las fuerzas del adversario y la pol¡tica es reducida a un intercambio de argumentos y negociaci¢n de compromisos en donde los intereses de cada uno son reconciliados.
El trasfondo sociol¢gico de tal posici¢n es la de que el ciclo de la pol¡tica confrontacional que ha dominado al Occidente desde la Revoluci¢n Francesa lleg¢ a su t’rmino. La oposici¢n izquierda- derecha es hoy en d¡a irrelevante. La bi-polaridad que la sustentaba ha dejado de existir. La oposici¢n entre la vieja social democracia y el mercantilismo fundamentalista es la herencia del modernismo que necesita ser transcendida a trav’s de una democracia «dial¢gica».
Las viejas luchas sociales son reemplazadas por la bosqueda del concensus y la unanimidad social.. Y es este modelo el que explica la obsesi¢n por la conquista del centro pol¡tico… no es esto, nos atrever¡amos a decir, lo que est informando la acci¢n pol¡tica de Clinton, Blair, Lagos, Bush, Gore …?.
Cual es el problema con la «tercera v¡a», al igual que con los modelos «agregativos» (Rawls) o «deliberativos o dial¢gicos» (Habermas)? Sin mayores dudas podr¡amos decir que su limitaci¢n fundamental es la ausencia de todo intento por comprender las relaciones de poder que estructuran la sociedad post-industrial contempor nea. El creer que al no definir un adversario pol¡tico uno puede despachar conflictos fundamentales de intereses es, simplemente, pecar de ingenuidad. La sacralizaci¢n del consensus ha venido borrando la distinci¢n izquierda-derecha y con ello, el disentimiento.
La lucha anti-capitalista no puede ser eliminada de una «pol¡tica radical» que apunta a la democratizaci¢n social y que, obviamente, sin la transformaci¢n de la configuraci¢n hegem¢nica presente, poco cambio ser¡a posible. El desacuerdo con respecto a estas cuestiones es lo que provee material a una pol¡tica democr tica y lo que, justamente, sostiene la lucha entre izquierda-derecha. En lugar de desechar esta dicotom¡a, por estar fuera de moda, lo que nos corresponde es re-definirla.
Cuando las fronteras pol¡ticas empiezan a borrarse la din mica pol¡tica es obstruida y la constituci¢n de identidades pol¡ticas distintivas es sofocada. El resultado es la apat¡a y la ausencia de inter’s en la participaci¢n de procesos pol¡ticos. El resultado no es una sociedad m s arm¢nica, sino el crecimiento de otro tipo de identidades colectivas a partir de formas de identificaci¢n religiosas, nacionales, ‘tnicas. No es de extra_ar, por tanto, el resurgimiento del populismo de extrema derecha, que al parecer, es el onico que «disiente» y que se define como «anti-stablisment».
La respuesta a la pol¡tica centrista es la posibilidad de una contra-estrategia. Ser¡a simplemente vano rehusar la globalizaci¢n o intentar resistirla en el contexto de la Naci¢n- estado.
Es solo oponiendo al poder del capital transnacional otra globalizaci¢n, informada por diferentes proyectos pol¡ticos, lo que podr¡a ofrecer la oportunidad a resistir el triunfalismo neo-liberal e iniciar una nueva hegemon¡a. El antagonismo social y las fronteras pol¡ticas son ineludibles, porque los intereses de la transnacionales no pueden acomodarse con aquellos de los sectores m s d’biles. El creer lo contrario es capitular al inter’s mercantil. Hoy no es posible el estatismo econ¢mico al estilo sovi’tico y aon no poseemos una alternativa radical al sistema capitalista, pero ello no constituye una excusa para no desafiar la riqueza y el poder de la nueva clase gerencial, si queremos desarrollar una sociedad m s justa y responsable. La unanimidad social solo conduce a la mantenimiento de las jerarqu¡as existentes. Y no hay di logo ni pr’dica moral que convenza a los grupos dirigentes a renunciar a la relaci¢n de poder existente.
En la formaci¢n de una nueva hegemon¡a la comprensi¢n izquierda-derecha necesita ser revisada. Pero cualquiera sea el contenido que se les d’, una cosa es segura, hay momentos en la vida social en que necesitamos decidir de qu’ lado estamos en la confrontaci¢n antag¢nica. Lo espec¡fico de una democracia, si la entendemos propiamente, es que crea un espacio en el cual esta confrontaci¢n se mantiene abierta y las relaciones de poder son constantemente cuestionadas, sin victoria final. La absoluta realizaci¢n de la democracia y su completa desaparici¢n, son sin¢nimos. La democracia solo puede existir en el movimiento hacia la eliminaci¢n de la opresi¢n, no en su radical eliminaci¢n. En la tensi¢n nunca resuelta entre lo socialmente determinable y lo indeterminable, que infinitamente posterga el momento de la totalidad.
Es cierto que la concepci¢n tradicional izquierda-derecha es inadecuada para los problemas que enfrentamos. Pero creer que el antagonismo que estas categor¡as evocan ha desaparecido simplemente porque vivimos en un mundo globalizado es caer en el «determinismo» del discurso neo-liberal que anuncia el «fin de lo pol¡tico». Lejos de ser irrelevante, esta dicotom¡a es m s pertinente que nunca. La tarea es proveerla con un contenido a trav’s del cual las pasiones pol¡ticas puedan ser orientadas hacia una democracia radical. (Eu/QR/Pp/Pp/mc)
Nieves y Mir¢ Fuenzalida