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Cultura

FIN DE SIGLO: COMENTARIOS Y REFLEXIONES DE GRANDES PENSADORES CONTEMPOR-NEOS

escrito por Jose Escribano 2 de enero de 2000
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Razones simbólicas nos hacen esperar el primer día del año 2000 como el inicio de una nueva era. No tenemos certeza de lo que vendrá, pero quisiéramos tener claridad sobre lo que ya fue. El libro editado por Nathan P. Gardels nos ayuda a pensar sobre nuestra más reciente historia. Los entrevistados, figuras destacadas en diversos campos del arte y el saber, provenientes de todos los puntos del orbe, muestran ser conscientes ciudadanos del mundo; con sus preguntas, dudas y sugerencias nos llevan a lo más profundo del espíritu de nuestra época.
El texto incluye 28 entrevistas realizadas por el editor del New Perspectives Quarterly. Ellas incluyen Premios Nobel, como Solzhenitsyn, Octavio Paz, Milosz y Soyinka; filósofos, como Illich, Berlin, Henri-Levy y Umehara; académicos como Ahmed, Huntington, Kato, los Toffler, Baudrillard y Boorstin; políticos, como Brzezinski, Trudeau, Felipe González, Mandela y Mitterand; escritores, periodistas y cineastas, como Carlos Fuentes, Syberberg, Naipaul, Kapuscinski y Oliver Stone; e incluso empresarios, como Morita y Rockefeller. El texto se divide en cuatro partes: El alma del orden mundial; Diversidad y nacionalismo despu’s de la Guerra Fr¡a; Corrientes culturales en el oltimo siglo moderno y C¢mo funciona el mundo hoy en d¡a. Nuestro comentario retoma algunas de las ideas expuestas y las reorganiza en torno a cuatro cuestiones: una valoraci¢n global del siglo; preguntas centrales y valores; grandes desaf¡os que enfrentamos; y, perspectivas y alternativas.

1. Valoraci¢n global del siglo XX
A los ojos de Solzhenitsyn, este siglo no presenci¢ un acrecentamiento de la moralidad; con exterminios nunca antes vistos, la cultura declin¢ y el esp¡ritu humano se derrumb¢. Por lo mismo reconoce Brzezinski: el alma de los EE.UU. se ha podrido m s all  de toda posible recuperaci¢n. Despu’s de la guerra, apunta Syberberg, los intelectuales mantuvieron la tradici¢n del siglo de las luces y el racionalismo hegem¢nico: la cabeza a expensas del coraz¢n. Para otro famoso cineasta, Oliver Stone, no estamos equilibrados. El cinismo y el impulso anti-autoritario han llegado demasiado lejos y est n derruyendo el fundamento de las normas sociales, convirti’ndonos, como Roma, en una sociedad ensimismada en su decadencia.
El fil¢sofo franc’s Bernard Henry-Levy llama a nuestro siglo la civilizaci¢n de la «Diet Coke»: queremos azocar sin calor¡as, mantequilla sin grasa, nacimiento sin dolores de parto, muerte sin sufrimiento e incluso guerra sin morir: supresi¢n de la negatividad, luz sin oscuridad. Extra_o y fatal sue_o de nuestra civilizaci¢n. Pensar que ella ha alcanzado el fin de la historia y el seguro triunfo de la democracia, es caer en el punto de vista hegeliano, contradicho en los Balcanes, y en Europa Oriental y Central. Por el contrario, como en la d’cada de 1920, Europa es un gigantesco laboratorio: las mol’culas chocan, se destruyen y forman impredecibles combinaciones.
Sin duda, la bipolaridad de la Guerra Fr¡a marc¢ la segunda mitad del siglo XX. La ca¡da del comunismo modific¢ el escenario mundial tanto como lo hizo la conformaci¢n del bloque socialista. El comunismo, dice Solzhenitsyn, no est  muerto en la ex-URSS. En algunas repoblicas sus estructuras institucionales sobreviven y sus ra¡ces permanecen en la conciencia y en la vida cotidiana del pueblo. El ideal comunista se colaps¢, pero persisten los dilemas que pretend¡a resolver: el uso descarado de la ventaja social y el inmoderado poder del dinero. Despu’s de la Guerra Fr¡a los problemas de la vida moderna emergen inmensamente m s complejos. La crisis del significado de la vida y el vac¡o espiritual anteriores destacan todav¡a m s.
La desintegraci¢n del bloque socialista es aon muy reciente para tener una interpretaci¢n acabada. Una de las m s sugerentes la proponen los Toffler: la URSS se compon¡a de repoblicas de la Segunda Ola, cuyas ‘lites, bur¢cratas del PC y administradores industriales, se sent¡an agobiados por los impuestos exigidos por Mosco. En contraste, hab¡a repoblicas, pobres, agr¡colas y musulmanas, de la Primera Ola. Sus ‘lites, autollamadas comunistas y semejantes a barones feudales corruptos, se volv¡an hacia Mosco por protecci¢n y d divas. Las regiones de cada Ola, tomaron direcciones diametralmente opuestas y enmascararon sus intereses y ambiciones econ¢micas y pol¡ticas tras llamados ‘tnicos, ling_¡sticos e incluso ambientales. Cuando estas tendencias se volvieron demasiado fuertes e irreconciliables, se produjo el gran colapso sovi’tico. Tambi’n en China y en la India hay indicios de fracturas similares. De hecho, la dial’ctica de las Tres Olas caracteriza a todo el siglo. En ‘l se han sentado las bases para una trisecci¢n del mundo que se ir  profundizando en las pr¢ximas d’cadas.

2. Preguntas Centrales y Valores
Nuestro vertiginoso siglo nos ha llevado a replantear una serie de preguntas centrales: +para qu’ estamos viviendo? (Solzhenitsyn); +qu’ define la «buena vida»?; +cu l es el alcance de la «autenticidad humana» del individuo?; +qu’ es realmente el ser humano y qu’ define el alcance de los derechos humanos? (Brzezinski); +qu’ vamos a hacer con nosotros mismos a trav’s de la ingenier¡a gen’tica? (Peres). De hecho, se replantean las cuestiones centrales de toda civilizaci¢n: las relaciones entre Dios y el hombre, el individuo y el grupo, el ciudadano y el estado, los padres y los hijos, el esposo y la esposa, la libertad y la autoridad, los derechos y las responsabilidades, la igualdad y la jerarqu¡a (Huntington).
El deterioro espiritual del siglo XX ha destacado la importancia de los valores morales. La ciencia, desarrollada como nunca antes, nada positivo ofrece en el reino de los valores (Milosz). Esto explica el entusiasmo de numerosos artistas por el marxismo, buscando un significado. Perdida hoy la utop¡a comunista, se intensificar  la desesperanza, compa_era del voraz consumismo.
Las cuestiones morales han sido definitivas en diversos conflictos contempor neos. Los derechos humanos, dice Peres, permearon la Conferencia de Helsinki y el conflicto entre Oriente y Occidente. Los comunistas no supieron defenderse de las acusaciones de violaciones a estos derechos. Lo mismo sucedi¢ en Sud frica. Tambi’n en Israel, el punto de partida para las negociaciones con los palestinos fue una cuesti¢n moral. Incluso la econom¡a se fundamenta en valores humanos profundos. No puede haber una econom¡a floreciente sin democracia e igualdad. Entre econom¡a y moral existe, adem s, otro nexo relevante. La ruina moral del Occidente va asociada con la exaltaci¢n de la posesividad y el consumismo. El reconocimiento de este hecho lleva al citado ex-consejero del presidente Carter a afirmar: esta sociedad no puede proyectar un imperativo moral hacia el mundo. Sin ‘ste, el laicismo occidental no puede ser el mejor abanderado de los derechos humanos. La condici¢n humana es mucho m s que el hedonismo, la gratificaci¢n personal y el consumo; la defensa del individuo pol¡tico poco significa en un vac¡o espiritual y moral.
Una explicaci¢n de lo anterior podr¡a ser la de Umehara. No importa cu n tenazmente se aferren los humanos como individuos al «yo», al final de cuentas este «yo» est  limitado y destinado a perecer. Y si no hay nada m s all  de la muerte, entonces, +qu’ tiene de malo entregarse al placer en el breve lapso de la vida? La p’rdida de fe en el «otro mundo» ha gravado a la sociedad occidental moderna con un problema moral fatal. Al quedar rechazado el concepto cristiano de vida despu’s de la muerte como una ilusi¢n no cient¡fica, la gente decidi¢ que la victoria es posible onicamente en esta vida. Gracias a esta perspectiva los occidentales han conquistado el mundo moderno. Con esta hip¢tesis coincide Ahmed. Lo que brinda al Occidente su din mica energ¡a es el individualismo, el deseo de dominio, el impulso de adquirir objetos materiales a trav’s de una filosof¡a de acaparaci¢n y consumismo a toda costa. Sin embargo, como lo admite Solzhenitsyn, la acumulaci¢n de posesiones tampoco nos traer  satisfacci¢n. Sin estar subordinadas a principios m s elevados, las posesiones arruinan la vida humana, al convertirse en instrumentos de avaricia y opresi¢n.
El tema de los valores nos conduce a la televisi¢n. En la segunda mitad del siglo XX ‘sta lleg¢ a convertirse en el medio principal de comunicaci¢n y de informaci¢n, as¡ como de formaci¢n y difusi¢n de valores morales.
A juicio de Boorstin, la televisi¢n y los modernos medios de comunicaci¢n, desplazan al conocimiento por la informaci¢n. Porque ‘sta consiste en fragmentos de experiencia inconexos, recientes, desorganizados, cuya pertinencia nadie ha puesto a prueba y debido a la reducci¢n del tiempo requerido para la comunicaci¢n. La creciente informaci¢n deja atr s al significado y hace que la gente se vea acosada por lo diverso; se siembran m s datos nuevos que conocimiento. Las vulgaridades y absurdos del exceso de televisi¢n s¢lo reflejan esta din mica. En t’rminos m s espec¡ficos, el Bibliotecario Em’rito del Congreso de EE.UU., explica cuatro consecuencias de los medios de comunicaci¢n: 1) tienden a homogeneizar el tiempo y el espacio, creando diplop¡a, la imagen doble: el no saber si algo es real o no lo es, si est  sucediendo o no; 2) ofrecen nuevos rituales: se hace posible la misma experiencia y se llena el vac¡o dejado por el ritual religioso; 3) la «miop¡a» cronol¢gica, la tendencia a concentrarse en lo m s reciente; 4) saturaci¢n de todo el tiempo disponible, haciendo que la gente espere una especie de utop¡a de la eterna diversi¢n.
Otros observadores enjuician a la televisi¢n por su promoci¢n de valores negativos. Por ejemplo, Solzhenitsyn subraya la superficialidad de la informaci¢n y los espect culos baratos, y el consiguiente empobrecimiento de la vida espiritual. En esto coincide Ahmed: los medios de comunicaci¢n, su ruido incesante, sus deslumbrantes colores e im genes cambiantes, nos tientan y acosan. El silencio, el retraimiento y la meditaci¢n, defendidos por todas las grandes religiones, sencillamente no son fomentados por los medios de comunicaci¢n. Por su parte, Brzezinski reconoce que ‘stos han sustituido a la familia, la escuela y la iglesia, como los instrumentos principales para la socializaci¢n y la transmisi¢n de valores. Se ha impuesto un equivalente de la ley de Gresham: la mala programaci¢n saca a la buena, pues apela a las pulsiones m s oscuras del hombre, convirti’ndose en fuente diseminadora de valores corruptivos, desmoralizadores y destructivos. Complementando esta idea, Oliver Stone opina que la televisi¢n erosiona la autoridad de los padres en el hogar; los chicos onicamente se ven expuestos a la violencia y no a la sabidur¡a. El ser agresivo y lanzar golpes constituye la respuesta a todos los problemas, y no as¡ el utilizar el ingenio o el pensamiento lateral.
En el terreno pol¡tico destacan las consideraciones de Ahmed y de Peres. El primero ve a la televisi¢n como la m s poderosa arma jam s dirigida contra los musulmanes. La muerte del comunismo ha sido su victoria m s importante. El siguiente adversario es el Islam. La violenta embestida de los medios de comunicaci¢n ahoga los pensamientos de piedad, austeridad y dignidad, propios de cualquier religi¢n. Al mismo tiempo est n erosionando la funci¢n de la familia como autoridad y llev ndola a su desintegraci¢n, junto con otras estructuras de autoridad de Occidente en actual derrumbe, dejando un gran vac¡o. Los musulmanes, adem s, se ven afectados en tanto que los medios de comunicaci¢n occidentales a trav’s de la presentaci¢n negativa que hacen de ellos, est n llevando a sus dirigentes a rechazar caracter¡sticas esenciales del Islam, como el amor por el conocimiento, el igualitarismo y la tolerancia, s¢lo por su asociaci¢n con el Occidente. En contraste, el pol¡tico israel¡ reconoce un efecto positivo en la televisi¢n. Ella ha posibilitado a la gente mirar directo a los ojos del conocimiento y ver a los dirigentes como personajes de un programa de televisi¢n, y ya no como los gu¡as en esta nueva era. La transformaci¢n contempor nea es resultado de un movimiento de abajo hacia arriba. Ni los ej’rcitos, ni los partidos, ni las superpotencias han eliminado al comunismo o al apartheid, ni han resuelto el conflicto entre Israel y los palestinos. El responsable es el auditorio de la televisi¢n, la radio y los peri¢dicos: la gente misma.
La televisi¢n, intoxicada por la velocidad, el cambio y las noticias, ha contribuido tambi’n a la exaltaci¢n de «lo nuevo» como el valor m s apreciaable de todos. Aunque, debe recordarse, la cultura Occidental siempre ha adjudicado un valor especial a lo novedoso. La religi¢n judeocristiana adora al Dios Creador y le concede a las innovaciones del hombre, su imagen semejante, cierta divinidad. La adoraci¢n de lo nuevo por el simple hecho de serlo, se vincula con el mito del Progreso. Segon ‘l, recuerda Solzhenitsyn, el conocimiento y las aptitudes humanas incesantemente siguen perfeccion ndose. Se liga con el individualismo posesivo y el consumismo, impulsores de la creaci¢n de nuevas necesidades y satisfactores. La «novolatr¡a» se vincula tambi’n con la narrativa del progreso y del tiempo lineal llamada modernidad o modernismo, que significa, como dice Paz, dejar atr s lo pasado (lo viejo) en aras de algo mejor en el futuro (lo nuevo). La bosqueda en pos de lo nuevo ha encontrado en la tecnolog¡a, innovadora infinita, su mejor v¡a. Por consiguiente, de existir una episteme global del siglo XX, no ser¡a tanto la desesperanza, como propone Milosz, sino la innovaci¢n, expresada en la producci¢n industrial de nuevos bienes de consumo y magnificada por la televisi¢n como creadora de novedades en la informaci¢n y la diversi¢n.
El culto a lo nuevo y la modernidad, junto con el mito del progreso, est n ¡ntimamente vinculados. Sobre esta problem tica opinan cr¡ticamente varios pensadores. Solzhenitsyn recuerda que al proceso de perfeccionamiento del conocimiento y las aptitudes humanas, llamado por Turgot Progreso, se le traslad¢ al desarrollo econ¢mico, a todos los aspectos de la existencia y a toda la humanidad. Se convirti¢ en una especie de filosof¡a de la vida universal. Hoy se ha descubierto la imposibilidad del Progreso ilimitado dentro de los limitados recursos del planeta. El Progreso, tambi’n ha debido reconocerse, no ha mejorado al hombre espiritualmente. Por su parte Shuichi Kato, recuerda las ra¡ces judeocristianas de la idea de Progreso. En el Antiguo Testamento se desarrolla en l¡nea recta una historia irrepetible del pasado hacia el futuro, a la cual le da significado un Dios trascendente. Dentro de esta visi¢n el «aqu¡ y ahora» no tiene importancia aut¢noma; siempre se refiere al pasado o al futuro. Pero hoy, segon Paz, nos hemos alejado por completo de la narrativa de la Modernidad y del tiempo lineal. El modernismo, con su noci¢n de progreso, era una exageraci¢n del tiempo lineal de la civilizaci¢n judeocristiana. Se inici¢ en el siglo XVIII con la cr¡tica como m’todo filos¢fico. M s tarde apareci¢ como un m’todo pol¡tico, la revoluci¢n: cr¡tica de lo existente en nombre de la utop¡a. A los ojos de Paz, estamos sufriendo una transformaci¢n tan profunda como la transici¢n del concepto griego del tiempo c¡clico a la idea judeocristiana de la sucesi¢n temporal. Ya aceptamos la pluralidad de civilizaciones y, por lo tanto, de concepciones del tiempo. Han muerto, la idea de una direcci¢n de tiempo para toda la humanidad, y nuestra fe en el Progreso. Los intentos, totalitarios (URSS) o democr ticos (EE.UU.) por alcanzar el futuro se han desplomado. En conclusi¢n, segon Paz, la sucesi¢n temporal ya no domina nuestra imaginaci¢n, la cual ha descubierto al presente.
El modernismo, nacido en Europa, ya se ha agotado en principio, dice Umehara, por ello est n destinadas al colapso las sociedades sobre ‘l edificadas. El fracaso del marxismo, corriente secundaria del modernismo, y el derrumbe del socialismo real son s¢lo precursores del colapso del liberalismo occidental, la corriente principal de la modernidad. Ambas pueden s¢lo fracasar, porque han excomulgado la vida espiritual de sus sociedades laicas. El liberalismo abraza la visi¢n cartesiana del mundo que hac¡a al ser pensante algo absoluto y respaldaba su dominio total sobre la naturaleza. Reconoc¡a onicamente la existencia de la mente y la materia, y exclu¡a del panorama a la vida no humana. El marxismo adopt¢ y exager¢ esta idea cartesiana, buscando incrementar la capacidad productiva explotando la naturaleza. El mundo moderno, advierte Umehara, guiado por la filosof¡a cartesiana, est  aniquilando la vida no humana y amenaza de muerte incluso a la propia especie humana.
El liberalismo y el marxismo hicieron del siglo XX la arena de su confrontaci¢n, una mirada m s penetrante, empero, descubre nexos que contradicen a quienes despu’s de 1989 han proclamado el «fin de la historia» con el triunfo del liberalismo y sus valores y con la universalizaci¢n de la democracia.
Berlin, Brzezinski y Umehara se_alan como clave el tema de la modernidad, heredera del racionalismo iluminista y sus reclamos de universalidad, y madre del liberalismo y el marxismo. La explosi¢n del sistema sovi’tico, dice Berlin, quiz  sea el oltimo acto de destrucci¢n de los ideales de unidad, universalidad y racionalismo del Siglo de las Luces. Rusia ilustra lo err¢neo de todos estos conceptos. En su argumentaci¢n retoma Berlin a Alexander Herzen, para quien la idea del progreso continuo era una ilusi¢n, y protestaba contra las nuevas idolatr¡as: la clase universal; el partido infalible; la marcha de la historia; la victimizaci¢n del presente en aras de un armonioso futuro desconocido.
En tela de juicio est  la validez universal de los valores del racionalismo iluminista, tanto en su versi¢n liberal, como en la marxista. El marxismo hizo un reclamo falso de universalidad, dice Brzezinski, porque reflejaba una etapa particular en la historia y estaba profundamente condicionado por la experiencia europea; el liberalismo, como filosof¡a, tambi’n podr¡a verse limitado en t’rminos de tiempo hist¢rico y su origen europeo. El colapso del marxismo revel¢ las limitaciones globales del liberalismo. El despertar pol¡tico postmoderno obliga a cuestionar la universalidad de valores occidentales como la libertad del individuo o la separaci¢n de la autoridad temporal y espiritual. En muchos sentidos, el liberalismo tiene el mismo problema que ten¡a el marxismo. +ste no ofrec¡a una teor¡a pol¡tica de la relaci¢n entre las diferentes partes de la sociedad bajo el comunismo, porque asum¡a la existencia de una clase universal que algon d¡a triunfar¡a y eliminar¡a todos los conflictos. An logamente, el liberalismo carece de una teor¡a pol¡tica sobre la coexistencia de civilizaciones inconmensurables en un nuevo orden mundial. Con el marxismo muerto, no existe raz¢n para ocultar esto, ni resulta peligroso reconocer las limitaciones del liberalismo.
Una oltima consideraci¢n sobre los valores nos remite al tema del conocimiento. Nuestro siglo ha convertido a la ciencia, junto con la tecnolog¡a y la informaci¢n, en las fuentes principales de poder y bienestar. La eliminaci¢n de las estrategias basadas en las armas ha sido provocada por algo m s que los nuevos medios militares, enfatiza Peres. Los objetivos estrat’gicos mismos han sufrido una profunda transformaci¢n. El poder y el bienestar ya no parten de recursos materiales, sino de dimensiones intelectuales: ciencia, tecnolog¡a, informaci¢n. Los ej’rcitos solamente pueden conquistar cosas materiales, y no aqu’llas sustentadas en el conocimiento. El poder de los gobiernos se deb¡a en buena medida a su monopolio sobre el conocimiento. Pero desde que ‘ste se halla a disposici¢n de todos, se ha puesto en marcha una nueva din mica imparable. Todo ciudadano puede juzgar por s¡ mismo y convertirse en su propio diplom tico, su propio administrador, su propio gobernador. Tiene a su disposici¢n el conocimiento para lograrlo y ya no se inclina a aceptar las directivas de la autoridad como algo manifiesto.

Dr. Carlos Javier Maya Amb¡a
Director del Doctorado en Ciencias Sociales UAS-UNISON

Datos del autor:

CARLOS JAVIER MAYA AMB-A curs¢ la Licenciatura en econom¡a en la UNAM, la Maestr¡a en Ciencias Pol¡ticas y el Doctorado en Econom¡a en la Universidad Libre de Berl¡n (Alemania Federal). Se ha desempe_ado como docente en la Facultad de Ciencias Pol¡ticas y Sociales y en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, en el Instituto de Am’rica Latina y en la Facultad de Ciencias Pol¡ticas de la Universidad Libre de Berl¡n, en la Maestr¡a en Administraci¢n Poblica del Instituto Tecnol¢gico y de Estudios Superiores de Monterrey, en la Escuela de Econom¡a de la Universidad Aut¢noma de Sinaloa y, de la misma Universidad, en la Maestr¡a en Historia Regional, en la Maestr¡a en Administraci¢n, en la Maestr¡a en Ciencias de la Educaci¢n y en la Maestr¡a en Ciencias Econ¢micas. Ha sido asimismo Profesor invitado de E1 Colegio de Sonora y de las Escuelas de Econom¡a y Administraci¢n de la Universidad Michoacana de San Nicol s de Hidalgo. Ha realizado labores de investigaci¢n en el Instituto Nacional de Antropolog¡a e Historia, en la Divisi¢n de Estudios Superiores de la Facultad de Econom¡a de la UNAM, en la Facultad de Ciencias Pol¡ticas de la Universidad Libre de Berl¡n, en el Instituto de Am’rica Latina de dicha Universidad y en el Instituto de Investigaciones Econ¢micas y Sociales de la Universidad Aut¢noma de Sinaloa. Ha participado en numerosos congresos de Econom¡a, nacionales e internacionales. Entre sus publicaciones se cuentan tres libros; el primero publicado en Colonia, Alemania, el segundo apareci¢ bajo los auspicios de la UNAM y de la UAS y el tercero sali¢ a la luz por Siglo Veintiuno editores. Asimismo es compilador de otro libro, autor de dos folletos de divulgaci¢n cient¡fica y de cincuenta art¡culos publicados en revistas cient¡ficas nacionales y extranjeras. Actualmente el Dr. Maya se encuentra asesorando varias tesis de maestr¡a y doctorado en Econom¡a y Ciencias Sociales. Forma parte del SNI como Investigador Nacional y desde 1995 dirige el Doctorado en Ciencias Sociales de la UAS y la UNISON.
http://http://www.uasnet.mx/

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

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