La idea de que la Universidad debe transformarse en un espacio neutral viene siendo defendida, desde hace ya un tiempo, por numerosos directivos universitarios, políticos de turno, articulistas de la prensa nacional e incluso algunos académicos, quienes sostienen que las universidades deben ser declaradas «territorios de paz». Es decir territorios en los cuales los actores armados y sus acciones no tengan cabida. Esta perspectiva de análisis incluye un amplio espectro de posiciones que va desde quienes creen sinceramente que la universidad es un espacio sustraido a las realidades del conflicto armado colombiano, hasta aquellos que esconden, tras sus argumentos, la afilada ponzoña contra la univesidad pública porque ven en ella un peligroso contradictor a las ideas del statu-quo.
Más allá de estas posiciones -académicas o no- lo cierto es que tras el discurso de la «neutralidad» se pretende hacer pasar por verdades absolutas, una serie de afirmaciones que no resisten el más mínimo examen. As¡ por ejemplo, actos de leg¡tima protesta estudiantil son continuamente calificados, como acciones «terroristas», «delincuenciales», o «vand licas» que atentan contra la vida acad’mica y de sus miembros, sin siquiera tener en cuenta los contextos nacionales, locales e institucionales en los cuales se desenvuelven. Contextos ‘stos que no son ajenos a la pol¡tica de Terrorismo de Estado que durante d’cadas se ha venido aplicando en Colombia.
Por todo lo anterior estamos proponiendo desde estas p ginas universitarias de las FARC-EP una primera reflexi¢n acerca de la supuesta «neutralidad» de la Universidad, para que todos los universitarios, acad’micos y estudiantes progresistas del pa¡s, avancemos en esta reflexi¢n colectiva sobre la problem tica de la universidad poblica colombiana.
Universidad Poblica y Terrorismo de Estado
Los argumentos que invocan la neutralidad de la universidad generalmente apuntan, cuando menos, hacia dos consideraciones que suelen presentarse estrechamente asociadas: la primera de ellas es que la universidad debe ser considerada un espacio para la confrontaci¢n de ideas, a trav’s de los medios propios del mundo acad’mico, la argumentaci¢n racional y el di logo, por tanto, -y ‘ste constituye el segundo considerando- debe rechazarse cualquier tipo de violencia que se desarrolle en el campus universitario «venga de donde viniere», lo cual supone una condena sumaria a todos los llamados «actores violentos», que con sus acciones s¢lo estar¡an contribuyendo a debilitar la funci¢n pluralista de la universidad.
Hay en estas afirmaciones algunas verdades mezcladas con juicios apresurados acerca de la naturaleza del conflicto armado y social que vive el pa¡s:
Ante todo, es imprescindible se_alar que la universidad es por excelencia un territorio para el desarrollo del pensamiento, la creaci¢n cient¡fica y art¡stica y que en ella deben tener cabida todas las expresiones ideol¢gicas, pol¡ticas y culturales que coexisten en el pa¡s. Lo ideal ser¡a que a esto se llegara por las v¡as del di logo y la confrontaci¢n acad’mica. Sin embargo esa no ha sido la situaci¢n que ha caracterizado la din mica de la universidad poblica. Desde sus inicios el Estado colombiano ha impuesto la violencia como mecanismo para someter ideol¢gica, social y culturalmente la universidad y desconocer los derechos sociales conquistados tras d’cadas de lucha.
Hist¢ricamente el grueso del estudiantado colombiano ha protagonizado importantes movilizaciones en defensa de la educaci¢n poblica, la soberan¡a nacional y en favor de una soluci¢n efectiva a los grandes problemas nacionales (entre otros, la pobreza, el desempleo, la seguridad social y los derechos humanos). Esto es as¡, y lo seguir siendo, porque la universidad no es, una «urna de cristal», ni un espacio para la reflexi¢n abstracta e ideal, ajena a las realidades que est viviendo el pa¡s.
Por lo mismo no sorprende que El Estado Colombiano aplique contra la Universidad poblica las mismas f¢rmulas que ha empleado para acallar la oposici¢n en el pa¡s: El terrorismo de Estado, el asesinato selectivo, la desaparici¢n forzosa, la persecuci¢n y la amenaza a trav’s de la divulgaci¢n de listas negras. Los nombres de l¡deres estudiantiles como Gonzalo Bravo P ez, Uriel Guti’rrez hasta los m s recientes de Gustavo Marulanda, sin olvidar los del «Tuto» Gonz lez y Marcos Zambrano, asesinados por los r’gimenes de turno, aparecen registrados con letras de fuego en las largas jornadas de lucha del movimiento estudiantil.
Una Neutralidad que se niega a s¡ misma
En los dos oltimos a_os la violencia contra la universidad poblica y estatal se ha incrementado notablemente. Segon un miembro de la Asociaci¢n Colombiana de Estudiantes Universitarios (ACEU), en los 10 meses trascurridos del a_o han sido asesinados 32 estudiantes, en una espiral creciente que pretende acallar todos los estamentos universitarios: Cabe recordar los asesinatos de los profesores Hern n Henao, Dar¡o Betancur y Jesos Antonio Bejarano; la desaparici¢n, desde hace varios meses, del presidente nacional del sindicato de la Universidad Nacional de Colombia (sede Medell¡n), Gilberto Agudelo; el asesinato del trabajador de la cafeter¡a de la universidad de Antioquia Hugo Angel Jaramillo, a los que se suma la muerte del funcionario universitario Luis Meza, quien ven¡a denunciado hechos de corrupci¢n en la Universidad del Atl ntico.
Las investigaciones de la fiscal¡a hasta ahora no han arrojado luces sobre estos cr¡menes, pero resulta claro que detr s de ellos est n las llamadas «autodefensa campesinas» y los grupos paramilitares, hijos leg¡timos del Estado y defensores del mismo, que cuentan con el financiamiento de un considerable nomero de ganaderos, latifundistas e industriales y que como modalidad del Terrorismo de Estado, tienen como pol¡tica exonerar al Ej’rcito por la responsabilidad que a ‘ste le compete en la eliminaci¢n f¡sica de todos aquellos opositores al establecimiento.
La resistencia estudiantil que hoy se hace sentir en los centros universitarios, y que asume modalidades muy variadas, tiene un sentido muy claro, dar respuestas concretas y efectivas al terrorismo de Estado que amenaza la educaci¢n poblica y detener as¡ el avance del proceso de homogeneizacion ideol¢gica que se viene sometiendo a la universidad poblica a trav’s de la pol¡tica de «sangre y fuego».
Lo que no parecen entender los defensores de la «neutralidad», -muy respetuosos por cierto de los estrechos m rgenes de acci¢n que el Estado colombiano impone a la oposici¢n legal- es que con su actitud est n favoreciendo que se continoe con esta eliminaci¢n sistem tica de la «intelligentsia» mediante el terrorismo de Estado y el exilio forzado como ya sucedi¢ en otros pa¡ses de Am’rica Latina, sepultando as¡ cualquier posibilidad de desarrollo de un pensamiento cr¡tico y negando, de paso, esa misma neutralidad que tanto invocan.
M s aon, muchos de estos acad’micos, -ya sea por coptaci¢n ideol¢gica, econ¢mica o simple temor- han asumido, bajo el disfraz de la «neutralidad», c¢modas posiciones de autocensura de su discurso, lo que en no pocos casos les ha valido el reconocimiento del Establecimiento que, en estos casos, no duda en abrirles todos los espacios de comunicaci¢n escrita y oral para que expresen «libremente» sus opiniones sobre el conflicto universitario.
Hacia la Defensa de la Universidad Poblica y Estatal
Es necesario desenmascarar, de una vez por todas, ese falso discurso que pretende reducir la crisis de la universidad poblica a un enfrentamiento entre dos bandos armados, y que quiere hacer creer a la opini¢n nacional que la comunidad universitaria se encuentra atrapada en medio de ese fuego cruzado.
La defensa de la universidad poblica y estatal, no puede orientarse hacia una condena gen’rica a la violencia de los actores armados si no ante todo a identificar con toda claridad quienes son los que vienen coartando la libre expresi¢n en los espacios acad’micos, asesinando dirigentes estudiantiles, profesores y trabajadores. No se puede equiparar la violencia paramilitar con las acciones de leg¡tima protesta estudiantil. Los escenarios de guerra no los hemos escogido nosotros si no que nos lo han venido imponiendo. El Hecho que hoy estemos con los fusiles en alto es s¢lo el producto de una pol¡tica de Estado planificada y sistem tica para atemorizar a la oposici¢n legal. En este camino las FARC-EP lleva 36 a_os combatiendo, sin dejar de insitir en la bosqueda de una salida pol¡tica a la profunda crisis que hoy atraviesa el pa¡s y en la cual se inscribe el conflicto universitario.
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ej’rcito del Pueblo FARC-EP