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Cultura

SERENATA: DE ESTA NOCHE HERMOSA XII

escrito por Jose Escribano 11 de octubre de 2000
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220

Cincuenta ballenas varadas en la playa de Ancón; cincuenta delfines varados en la playa de Chanduy; doce millones de seres humanos varados en el territorio de una pequeña nación, submundo poblado de fantasmas que, por horas, días, meses, años, fueron personajes pintorescos, pululando por los cuetos y vericuetos de Ancón.

Alcívar (cuyo tristemente célebre apellido se utilizaba como apodo, sinónimo de ladrón, arquetipo de la realidad histórica del país), Bagre, Bagrero, Balandra, Bambi, Bicho Feo, Bizcocho, Bizcochuelo, Birolo, Broma, Bulto Sucio, Burro, Burro Blanco, Cabezón, Cacho, Calandria, Calandraca, Caliche, Calzón Sucio, Caracolito, Carenalga, Carepollo, Careverga (epíteto general), Celica, Charro, Chepa Loca, Chicho, Chileno, Chino, Chip and Dale, Chivita, Chivo, Cholo, Cholo Lindo, Coco, Cocolao, Cocoliso, Coche, Cojo, Colorado, Colorilla, Comegato, Cuatrojos, Cuchucho, Cupido, Dumani, Fogón, Fufurufu, Gago, Gallo Hervido, Gato, Garrotillo, Ghenino, Goyito, Guarag³ito, Gusano Loco, Gringoenjoda, Guapo, Huacachina, Huesito, Huevaditas, I.B.M. (Inmensa Bola de Mierda), Indio, Lechuga, Lechugu¡n, Loco, Longo, Machete, Malaca, Miloco, Mocho, Mo_ito, Morsa, Muerto, Mundo Feo, Nalguevapor, Negro, Neri, Ni_o Hermoso, Ni_o Indio, Ojiva, Ojos de Gacela P¡cara, Orej¢n, Pacuca, Pachal¡n, Pacho, Paisita, Papoa, Patemambo, Pato, Pavito, Payaso, Payasito, Pecheta, Pech¢n, Pedo Loco, Pelarg¢n, Pelo Pincho, Pepe Grillo, Perro, Pichingo, Piernito, Pigricio, Pila, Pinga Loca, Pisahuevos, Podrido, Polibio, Quilito, Robertito, Rulito, Sancocho, Sangreyuca, Serrano, Shiaffino, Superm n, Tarz n, Tierroso, Tiralente, Tobita, To_o, Tucho, Tuerto, Vichencho, Viringo, Viuda, Venganza, Vitrinita, Zambo, Zamboliche, Zorro, Zurdo…

… Cantores, colegiales, comerciantes, fulleros, lagarteros, locos, obreros, piropeadores, vagos, j¢venes y viejos verdes que se sentaban en los muros del parque o se apostaban en las esquinas a entonar los coloquios de los pueblos chicos; esp¡ritus afines al Tint¡n, merodeadores de las inefables ¡nsulas del recuerdo, habil¡simos en el manoseado ‘arte’ del acoso a las empleadas dom’sticas, las sublimes ‘peroles’ que, haciendo los mandados y las compras, iban y ven¡an de las despensas de Calero, Miranda, Secaira, Tapia, o de verse con sus enamorados bajo la celestina complicidad de la noche.

Hoy, en mi sue_o de la tarde, me hart’ de dulces y m s golosinas. Vi pasar a todos los vendedores de mi remota infancia, y a todos les compr’ su mercanc¡a. Pas¢ el barquillero y le compre barquillos; compr’ candy suiza, bolas de man¡, cocadas. Luego vino el dulcero con su uniforme blanco, acarreando un caj¢n –hecho de vidrio y madera pintada de verde– lleno de dulces. Le compr’ alfajores, budines, churos, pastelillos, roscas y suspiros.

En el malec¢n de La Libertad, despu’s de un paseo por la caleta, compramos raspado –hielo impregnado con jarabe de coco, frutilla, menta, rosas, tamarindo. El mar refleja, en su sinuosa y traslocida piel, una mir¡ada de l¡quidos diamantes, aguamarinas, esmeraldas y turquesas. El sol diluye el oro de su luz y el mundo natural se ilumina bajo la invencible noche, moment neamente vencida, vestida de azul y matizada de vaporosas y n¡veas exhalaciones teloricas.

En la playa duermen una docena de botes. Pescadores, curtidos por el clima, tejen y remiendan redes. Las gaviotas, los albatros, los pel¡canos y los cuervos marinos sobrevuelan la playa en busca del sustento diario. La superficie del mar se engalana con las velas de unos cuantos botes que emprenden, prosiguen o terminan sus faenas de pesca. Tres o cuatro buques de alto calado –tanqueros de bandera inglesa– rompen con sus oscuras siluetas el hemiciclo del horizonte en donde se une el cielo con el mar.

Es un domingo de mayo. Los turistas se han marchado. La Libertad, tambi’n conocida como La Hueca, es todav¡a a la vez un pintoresco balneario y un diminuto puerto de la pen¡nsula de Santa Elena. Pero el incipiente puerto –pesquero y petrolero– tiene ya visos de ciudad. La calle principal est  dominada por los almacenes de los chinos, los libaneses y los serranos. La Libertad cuenta con dos cines, tres hoteles, dos mercados y media docena de prost¡bulos.

El onico muelle del puerto est  controlado por los gringos de Anc¢n. Por el puerto de La Libertad, justicieramente llamado Puerto Rico, sale el petr¢leo de los campos de la pen¡nsula. Por el muelle entran la maquinaria y dem s mercanc¡as provenientes de Inglaterra. La maquinaria –herramientas, repuestos, autos, camiones, tractores, compresores– se destinaba a la explotaci¢n, procesamiento, almacenamiento y distribuci¢n del petr¢leo. Las dem s mercanc¡as –desde una aguja, pasando por el whisky escoc’s, hasta pel¡culas del cine ingl’s, europeo, estadounidense e internacional– eran para el exclusivo consumo de los habitantes de Anc¢n.

Tobita, el loco del pueblo, reci’n salido de la cama y sin haberse lavado, devora un plato de calentado –arroz con menestra que sobr¢ de la cena de anoche. Su madre va y viene por la cocina, atareada con los pormenores del pantagru’lico desayuno con el que recibir  a su descomunal marido. Cecilia, su hermana menor, se viste para ir al colegio. Su padre, don Pr¢spero Mazzini, aon no llega de haber completado el turno (rotativo) de la noche en la planta potabilizadora de agua de mar, con la que se provee Anc¢n. Tobita piensa que su madre es la mujer m s hermosa de todo el pueblo, pese al excesivo maquillaje que utiliza.

Luego de comer y agradecerle a su madre con un gru_ido, va corriendo a instalarse bajo un cicl¢peo tanque que abastece de agua potable al populoso barrio Guayaquil. Todav¡a lleva, como souvenirs del reciente desayuno, dos o tres granos de arroz capturados entre los pelos que, hirsutos y mezquinos, le crecen en la barbilla. De pie, junto al monumental dep¢sito, Tobita reparte, generoso, su peculiar repertorio de piropos a las estudiantes que pasan rumbo al colegio:

Las muchachas de este pueblo
son m s cre¡das que el sol,
pero no se han dado cuenta
que tienen flojo el calz¢n.

Democr tico y pr¢digo con su talento, Tobita no puede dejar que los apresurados colegiales pasen sin recibir tambi’n una muestra de su florida inspiraci¢n:

Escucha bien, muchachito
que te las das de bac n,
aqu¡ yo tengo una pinga
para tu hermosa mam .

No son pocas las veces que Tobita tiene que batirse en franca, urgente y no muy honrosa retirada, buscando santuario en la quebrada que desciende cerca al colosal tanque de agua. Es un simple pero imperativo acto de supervivencia. Algunos de los muchachos, y una que otra muchacha, suelen tomar no de muy buen talante las desinhibidas improvisaciones del imparable trovador y la emprenden contra ‘l a pedrada limpia.

Ante esta sobita disyuntiva, a Tobita no le queda m s que correr para salvar el pellejo. Oculto detr s de algon matorral, el irreverente versificador vocifera, con renovada vehemencia, rima tras rima, lo m s exquisito de su feraz florilegio:

No te enojes, mi buen futre,
que lo que es pa’ tu mam ,
si lo besas y lo mamas,
tambi’n para ti ser …

Continuar …

Petronio Rafael Cevallos
www.lacultura.com.ar/EcuaYork

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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