Viene a ser como lo que hace aquel maestro vocacional, de los de antes para entendernos, que trata una y otra vez de explicarle pacientemente la misma lección de historia, la misma regla ortográfica o sintáctica, el mismo concepto lógico, la misma operación aritmética, el mismo teorema, la misma situación geográfica, etc., al discípulo no excesivamente espabilado o, con menos eufemismos, francamente lerdo û conste que eso de ôfrancamenteö no se me ha escapado porque sí, sino que lo he usado con toda la intención del mundo û, sin que obtenga el más mínimo resultado de tarea tan ardua, por desgracia, claro. Uno forma parte de aquel montón de benditos de dios que votaron sí en el referéndum constitucional no porque pensara que los fascistas que û por acción y por omisión û nos habían estado haciendo la puñeta treinta y nueve años y pico habían visto la luz de golpe y porrazo, no señor. Uno era de los que creían, incluso antes de que a Santiago Carrillo le pareciera bien û cosa que me costó ser considerado suspecto de algo tan grave como el individualismo en la organizaci¢n donde militaba por aquel entonces -, que era necesario aceptar la monarqu¡a de momento si eso ten¡a que servir para ir haciendo camino – eso que, remedando al poeta, se hace andando y no mareando la perdiz acerca de la conveniencia o no de dar todos y cada uno de los pasos -, en la confianza que ya ir¡an aprendiendo con el tiempo y una ca_a. Vana esperanza, como se ha ido viendo; era como pedirle peras al olmo. No s¢lo las cosas no han ido as¡, sino que uno piensa que a veces m s bien parece que van hacia atr s como los cangrejos, o, si acaso quer’is precisar un poco m s el concepto, como m¡nimo de costado, pero no adelante.
Pasar’ por alto la imagen ciertamente inquietante que aparec¡a en la oltima p gina de la edici¢n catalana del diario «El Pa¡s» del pasado s bado, donde un mozalbete disfrazado con una especie de uniforme paramilitar, acompa_ado un paso atr s por su madre que le miraba arrobada, caminaba altivo ofreciendo ni m s ni menos que la misma pose de aquellos j¢venes falangistas que nos los pon¡an por corbata cada vez que les ve¡amos pasar formados cantando aquello tan sublime de «Monta_as nevadas, banderas al viento…», y lo har’ para no hurgar en la herida m s de la cuenta, como creo que ya se hizo por parte de quien escogi¢ esta fotograf¡a concreta para ilustrar un lugar tan se_alado, acertadamente, segon mi criterio particular. Se trataba del hijo y la esposa, respectivamente, de un personaje de aquellos a quienes se supone que, por su alt¡sima posici¢n pol¡tica, tendr¡an que dar ejemplo, como m¡nimo, de est’tica democr tica ya que, por lo que se ve, no puede hacerlo de ‘tica ¡dem. Me limitar’ a decir que, parafraseando aquello tan trillado del palo y la astilla, seguido por lo no menos sobado de la casta y el galgo y acompa_ado del otro conocido circunloquio acerca de la imagen y las mil palabras, no parece que esta clase de ‘tica y est’tica fascistoide haya perdido vigencia en la familia de marras.
En democracia las formas no son poca cosa. S¢lo tenemos que fijarnos en que una elecciones realizadas a mano alzada, con urnas sin transparencia incluso f¡sica, con unos escrutinios oscuros de espaldas a la gente, sin poblico, interventores, apoderados, ni testigos de ninguna clase, no nos las creer¡amos, por mucho que se suponga que lo verdaderamente importante es aquello de un hombre un voto y aunque hubiera una ley que, aprobada por mayor¡a en el Congreso de los Diputados – consagrada quiz s m s tarde por un Tribunal Constitucional formado a medida de alguna mayor¡a absoluta -, dijera que es as¡ como deben celebrarse, porque la democracia tiene unos ritos sagrados que quien se los salte a la torera queda retratado como lo que es, por muchas interpretaciones legales que use para justificarse. Eso es lo que le ocurre al fiscal general del estado, Cardenal, que por lo que parece no tuvo bastante haciendo encaje de bolillos con tal de sacarle las casta_as del fuego al ministro Piqu’, para tener bien contento a su se_orito, sino que ahora quiere presionar a todos los fiscales para que, si acaso quieren hacer una carrera brillante en lo suyo, se porten bien en cuestiones de este tipo. Por eso quiere destituir al fiscal Vargas, por haber considerado que hab¡a indicios m s que suficientes para empapelar a aquel personaje. Si quer¡an deteriorar en serio la idea del poder judicial independiente no lo pod¡an hacer mejor. No se_or.
Jordi Portell
