LA HISTORIA DE LA B¿SQUEDA
«Cuentan nuestros más antiguos sabios que los más primeros dioses, los que nacieron el mundo, las nacieron a casi todas las cosas y no todas hicieron porque eran sabedores que un buen tanto tocaba a los hombres y mujeres el nacerlas. Por eso es que los dioses que nacieron el mundo, los más primeros, se fueron cuando aún no estaba cabal el mundo. No por haraganes se fueron sin terminar, sino porque sabían que a unos les toca empezar, pero terminar es labor de todos. Cuentan también los más antiguos de nuestros más viejos que los dioses más primeros, los que nacieron el mundo, tenían una su morraleta donde iban guardando los pendientes que iban dejando en su trabajo. No para hacerlos luego, sino para tener memoria de lo que habría de venir cuando los hombres y mujeres terminaran el mundo que se nacía incompleto.
Ya se iban los dioses que nacieron el mundo, los más primeros. Como la tarde se iban, como apagándose, como cobijándose de sombras, como no estando aunque ahí se estuvieran. Entonces el conejo, enojado con los dioses porque no lo hab¡an hecho grande a pesar de haber cumplido con los encargos que le hicieron (changos, tigre, lagarto), fue a roer la morraleta de los dioses sin que ‘stos se dieran cuenta porque ya estaba un poco oscuro. El conejo quer¡a romperles toda la morraleta, pero hizo ruido y los dioses se dieron cuenta y lo fueron a perseguir para castigarlo por su delito que hab¡a hecho. El conejo r pido se corri¢. Por eso es que los conejos de por s¡ comen como si tuvieran delito y r pido se corren si ven a alguien. El caso es que, aunque no alcanz¢ a romper toda la morraleta de los dioses m s primeros, el conejo siempre s¡ alcanz¢ a hacerle un agujero. Entonces, cuando los dioses que nacieron el mundo se fueron, por el agujero de la morraleta se fueron cayendo todos los pendientes que hab¡a. Y los dioses m s primeros ni cuenta que se daban y entonces se vino uno que le llaman viento y dale a soplar y a soplar y los pendientes se fueron para uno y otro lado y como era de noche ya pues nadie se dio cuenta d¢nde fueran a parar esos pendientes que eran las cosas que hab¡a que nacer para que el mundo fuera completo.
Cuando los dioses se dieron cuenta del desbarajuste hicieron mucha bulla y se pusieron muy tristes y dicen que algunos hasta lloraron, por eso dicen que cuando va a llover primero el cielo hace mucho ruido y ya luego viene el agua. Los hombres y mujeres de ma¡z, los verdaderos, oyeron la chilladera porque de por s¡ cuando los dioses lloran lejos se oye. Se fueron entonces los hombres y mujeres de ma¡z a ver por qu’ se lloraban los dioses m s primeros, los que nacieron el mundo, y ya luego, entre sollozos, los dioses contaron lo que hab¡a pasado. Y entonces los hombres y mujeres de ma¡z dijeron «Ya no lloren ya, nosotros los vamos a buscar los pendientes que perdieron porque de por s¡ sabemos que hay cosas pendientes y que el mundo no estar cabal hasta que todo est’ hecho y acomodado» Y siguieron diciendo los hombres y mujeres de ma¡z: «entonces les preguntamos a ustedes, los dioses m s primeros, los que nacieron el mundo, si es que se acuerdan un poco de los pendientes que perdieron para que as¡ nosotros sepamos si lo que vamos encontrando es un pendiente o es algo nuevo que ya se est naciendo».
Los dioses m s primero no contestaron luego porque la chilladera que se tra¡an no les dejaba ni hablar. Y ya despu’s, mientras tallaban sus ojos para limpiar sus l grimas, dijeron: «Un pendiente es que cada quien se encuentre».
Por esto es que nuestros m s antiguos dicen que, cuando nacemos, nacemos perdidos y que entonces conforme vamos creciendo nos vamos buscando, y que vivir es buscar, buscarnos a nosotros mismos.
Y ya m s clamados, siguieron diciendo los dioses que nacieron el mundo, los m s primeros: «todos los pendientes de nacer en el mundo tienen qu’ ver con ‘ste que les decimos, con que cada quien se encuentre. As¡ que sabr n si lo que encuentran es un pendiente de nacer en el mundo si les ayuda a encontrarse a s¡ mismos».
«Est bueno», dijeron los hombres y mujeres verdaderos, y se pusieron luego a buscar por todos lados los pendientes que hab¡a que nacer en el mundo y que les ayudar¡an a encontrarse.
El Viejo Antonio termina las tortillas, el cigarro y las palabras. Se queda un rato mirando a un rinc¢n de la noche. Despu’s de unos minutos dijo: «Desde entonces nos la pasamos buscando, busc ndonos. Buscamos cuando trabajamos, cuando descansamos, cuando comemos y cuando dormimos, cuando amamos y cuando so_amos. Cuando vivimos buscamos busc ndonos y busc ndonos buscamos cuando ya morimos. Para encontrarnos buscamos, para encontrarnos vivimos y morimos»:
– +Y c¢mo se le hace para encontrarse a uno mismo? -, pregunt’.
El Viejo Antonio me qued¢ mirando y me dijo mientras liaba otro cigarrillo de doblador:
Un antiguo sabio zapoteco me dijo c¢mo. Te lo voy a decir pero en castilla, porque s¢lo quienes se han encontrado pueden hablar bien la lengua zapoteca que es flor de la palabra, y mi palabra apenas es semilla y otras hay que son tallo y hojas y frutos y ese encuentra quien es completo. Dijo el padre zapoteco:
«Primero andar s todos los caminos de todos los pueblos de la tierra, antes de encontrarte a ti mismo»
(«Niru zazalu¡ guir xixe neza guidxilayo ti ganda guidxelu¡ lii»)
Tom’ nota de lo que me dijo el Viejo Antonio aquella tarde en que marzo y el d¡a se apagaban. Desde entonces he andado muchos caminos pero no todos, y aon me busco el rostro que sea semilla, tallo, hoja, flor y fruto de la palabra. Con todos y en todos me busco para ser completo.
En la noche de arriba una luz r¡e, como si en la sombra de abajo se encontrara.
Se va marzo. Pero llega la esperanza.
Subcomandante Insurgente Marcos.
Juchit n, Oaxaca.
M’xico, 31 de Marzo del 2001.