De cara a la prensa y a la opinión pública, los portavoces de las cancillerías se han encargado de mencionar lo que consideran «la parte positiva»: que el presidente estadonidense consultó con algunos de sus aliados europeos antes de formular sus declaraciones.
Pero en privado, admiten con resignación que se trata de una decisión del gobierno estadonidense y que más que de una consulta, se trató de un aviso previo, que George Bush hizo llegar a los gobiernos ruso, británico, francés y alemán.
Algunas cancillerías no ocultan la inquietud de que la decisión de Bush implica el segundo desconocimiento de tratados firmados previamente por su país en poco más de 100 días de gobierno.
El primero, fue el acuerdo de Kyoto sobre el medio ambiente. También preocupa que este paso unilateral del gobierno estadonidense, desate una nueva escalada en la fabricación de armamentos.
Bush argumenta que Estados Unidos tiene la obligación de protegerse y proteger a sus aliados en Europa y Asia de posibles ataques con misiles intercontinentales. La pregunta en esta etapa posterior a la «guerra fr¡a» es contra qu’ posibles ataques tendr¡a utilidad el escudo defensivo planteado por George Bush.
La respuesta la expresa el propio presidente estadonidense cuando dice que los posibles atacantes son «pa¡ses irresponsables», o incluso considera que esos lanzamientos pueden producirse «por accidente».
En Estados Unidos, los grupos pacifistas atribuyen la decisi¢n de Bush a la necesidad de potenciar nuevamente la industria b’lica norteamericana. Explican que las grandes corporaciones relacionadas con la investigaci¢n y construcci¢n de armamentos, son la verdadera inspiraci¢n del nuevo presidente de los Estados Unidos.
El coste estimado para construir el escudo anti-misiles es de cientos de miles de millones de d¢lares. Estas cantidades se escapan a la comprensi¢n del hombre comon, y s¢lo podr¡a tenerse una dimensi¢n aproximada si pudiera compararse con los problemas de salud, de hambre o de vivienda que podr¡an solucionarse en el planeta con ese presupuesto.
La idea del escudo anti-misiles hab¡a resurgido durante la presidencia de Ronald Reagan con el nombre de «Guerra de las Galaxias», pero finalmente volvi¢ a ser archivada. Ahora la retoma el republicano Bush, quien en principio, pretende que ese costos¡simo sistema de defensa est’ activo para el a_o 2005.
Pero mientras la cautela y el pragmatismo de aceptar lo inevitable prevalecen en la Uni¢n Europea, el gobierno chino conden¢ con duros t’rminos la decisi¢n del presidente Bush. China la considera una violaci¢n del tratado ABM, que era «la piedra angular del equilibrio y la estabilidad estrat’gica global.»
El gobierno ruso, por su parte, parece plegarse al pragmatismo europeo y prefiri¢ destacar que el gobierno estadonidense piensa conversar con Vladimir Puttin sobre el tema, posiblemente en junio pr¢ximo.
En el fondo existe una grave preocupaci¢n, porque la ausencia de escudos nucleares se consideraba un argumento disuasorio, al no existir protecci¢n contra cohetes de respuesta en el caso de que algon pa¡s se sintiera tentado a lanzar un ataque durante una crisis internacional.
Pero Rusia no est en condiciones de denunciar el rompimiento del acuerdo ABM y lanzarse a una nueva carrera armament¡stica. Su situaci¢n econ¢mica y sus graves problemas internos hacen impensable embarcarse en una aventura de ese tipo. Quiz s por eso sus gobernantes prefieren la cautela y quiz s, intentar negociar un nuevo equilibrio de fuerzas.
Pero una vez m s, millones de habitantes del planeta, resultan convidados de piedra en estas decisiones que toman los gobernantes de las grandes potencias. A ellos les asignan el papel de espectadores, conviviendo con la incertidumbre y el miedo.
Quiz s por eso, en los oltimos a_os, miles de personas y movimientos sociales han comenzado a tomar protagonismo en el rechazo de un «orden» internacional que consideran injusto.
La Cumbre Social de Porto Alegre ha sido un punto de partida para constru¡r nuevas alternativas, para demostrar que «Otro mundo es posible». (Euro/QR/Au/Amr/ap)
Carlos Iaquinandi Castro