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Cultura

OSCULO OSCURO XI

escrito por Jose Escribano 24 de enero de 2001
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334

«No te olvides de ponerte la peluca rubia».

«Pero, Sandy, si yo soy muy trigueña y el pelo rubio no me sienta».

«Póntela nomás, que el rubio no le queda mal a nadie. Al menos que sea inteligente… y tú no tienes ese problema».

«Yo negra y con pelo amarillo voy a parecer un mandril».

«No todos los mandriles son tan sexys, como tú».

«Ese lunar está demasiado oscuro. Bórratelo un poco que luce como un moscardón en tu mejilla».

«Está precioso el tinte, pero también te hubieras pintado las raíces».

«Es que el pelo me crece rapidito».

«Esas uñas parecen que las teñiste con sangre».

«Para que se me note lo de vampiresa».

«Déjame ayudarte con el cierre».

«De prisa, muchachas, que no queda mucho tiempo».

Bambalinas, telones, tarimas, disfraces, galería de espejos que multiplican las imágenes. Cuerpos envueltos en paquetes de tafetán, tul y terciopelo. Taifa del sexo resaltado, como mercancía: Piernas, nalgas, tetas, voces fingidas en la incitaci¢n, pitonisas, mosica encantadora de la sierpe paradis¡aca, sexo, flores pl sticas.

«Pero si est s sencillamente hermosa, Chal¡».

«Gracias».

«Las tuyas, preciosa».

Sentado en su rinc¢n, Israel observa, escucha, olfatea, se enerva, parpadea, se acomoda los huevos y fuma, aunque parece pensar profundamente.

«Qu’ calladito est s», le coquetea una de las vedettes al pasar.

Chal¡ se acerca, acompa_ada de Sandy, luciendo como una novia que reci’n se prueba el vestido nupcial.

«¨Qu’ te parece?», pregunta Sandy, segura de la respuesta. «Es una bomba, +verdad?».

Observa. Absorbe. No puede (porque no quiere) decir nada. Chal¡ y ‘l se miran intensamente a los ojos. No necesitan palabras. El hechizo funciona. El embrujo es irresistible. La f¢rmula es sencilla: Chal¡ e Israel. El resultado es fuego, aunque despu’s no sea m s que ceniza.

«Es un sue_o», susurra para beneficio m s de Sandy que de la propia Chal¡.

«Es una noche para celebrar», sonr¡e Sandy. «Un debut no es cosa de todos los d¡as».

«Siento como si fuera a casarme», se ruboriza Chal¡.

«Y as¡ es», reafirma Sandy. «Esta noche vas a casarte con tu poblico. Ser s todo un hit. Cr’emelo».

El embrujo es irresistible. Torbellino de sensaciones. Un tipo delgad¡simo con pantalones ajustados, camisa y botas vaqueras, agita las manos en el aire turbio del camar¡n. ¨Ser  otro de ellos?

«En cinco minutos empieza el show», anuncia con voz meliflua. «Vamos, chicas, muevan esos gordos traseros».

Como vino, se fue, contoneando el esqueleto. Israel parece absorto, como sopesando la trascendencia de la escena. Taconeos de ilusiones en pos ilusiones; siseos de enaguas, borlas, cintas, faldas. Chal¡ recibe los toques finales de parte de Sandy: Un pase de peine por el pelo, un toque de blush en las mejillas, una mano de carm¡n sobre los labios y un poco m s de fijador para sostener el peinado.

Pinta la estampa de una reina o una novia dispuesta al trono o al t lamo. Chal¡, la reina, la novia del Palacio de las Mu_ecas, escucha en su interior los alternados acordes de la «Marcha Nupcial y «La Marsellesa». Si mi madre me viera, se morir¡a de orgullo. Si mi padre me viera preguntar¡a, esc’ptico: ¨Ser  verdad tanta belleza?

Chal¡ se mira al espejo: Soy una ilusi¢n, un maniqu¡ que se exhibe por unos d¢lares. Vendo mi talento, mi artificio, mis encantos, mi vida. Soy un objeto de placer. Mi arte consiste en hacerme desear. El deseo es mi existencia. El deseo es mi profesi¢n. El deseo, el m gico deseo que transforma el desierto en oasis. Hombres poderosos babean por m¡. Me desean. Trafico con im genes. Soy otra imagen que seduce, el sexo como carnada, a millones de incautos. ¨Qu’ ven en m¡? Una diosa sexual, un centerfolder de Playboy, un maniqu¡ viviente.

Israel fuma, sentado en su rinc¢n: Alguna vez quise modificar mi nombre. Simple, separa las dos oltimas letras y pon una tilde sobre la e: Isra +l. Yo, extraviado en ‘l, en este antro de falsas im genes. Yo, c¢mplice en la capitalizaci¢n del deseo. Ella no es mi coartada. Ella es una ilusi¢n. Las ilusiones no son justificaciones. Ahora soy simplemente un falo, un t¢tem. Venid, adoradores y adoradoras, erot¢manos y ninf¢manas de coraz¢n, Mesalinas y Gitones reencarnados, Chal¡es e Israeles inmortales. Yo, Israel los invito. Yo: Isra +l, enamorado de… ‘l.

_________________________

Las luces de la ciudad centellean, incandescentes, configurando un cuerpo alucinado y alucinante a la vez: La ciudad entera simula una fosforescente pantera en celo, ronroneando l grimas fant sticas, ondulando un desaf¡o de soberbios candelabros.

El auto se desliza rumbo al aeropuerto.

Callada intensidad: Sucesi¢n de encuentros y despedidas, carreras por calles que no terminan. El cuerpo en su gravedad rehusa el ominoso vuelo. La Noche todo lo envuelve en su uniforme, vasta y mayest tica oscuridad.

La nave brama en su mec nica ansia de lanzarse a las delicias de surcar el espacio virgen de la Noche. El tiempo se ha detenido en el abrazo, en el toque final de vidas que, a tramos, han corrido paralelas. Encuentro entre dos cuerpos y cuatro brazos que los estrechan, como diciendo: Hemos esperado este oltimo momento antes de separarnos, qui’n sabe si para siempre, para unirnos un instante lleno de dolor, perd¢n, olvido y ¢ptimos pensamientos. Iron¡a de las despedidas, en un terminal de aqu’llos que no terminan. Substancia entre dos puntos cuyo condumio es movimiento.

C¢mete ese emparedado lentamente.

Los motores del avi¢n rugen, como mil demonios en estampida. Despegar y volar. La ciudad queda cada vez m s abajo, y m s y m s atr s, abri’ndose y encendi’ndose, como una flor descomunal, corolada de p’talos luminosos, ebrios de actividad y  vidos de m s luz. Luego, todo ser  oscuridad.

Vuela. M gico tiempo que vuela como todo el tiempo que circula domesticado en la prosaica metaf¡sica de los relojes. Vuelo 101 de Braniff.

Callada intensidad. El cuerpo se desangra en emociones, colmado de tensi¢n controlada, tibio de vitalidad que estalla callada, lentamente. El cuerpo vibra, presagiando el Sol, en su total y desinteresada entrega.

Vuela, que el vuelo es lo m s importante. Afl¢jate el cintur¢n de seguridad. Acom¢date bien y rel jate. Cierra los ojos. Disfruta el delicioso zumbido a diez mil metros de altura, a mil kil¢metros por hora. Pero no te duermas.

Te he venido a buscar. Ser¡a l¢gico decir que me impulsa un motivo o prop¢sito ulterior. Pero una raz¢n o sinraz¢n mayor que toda l¢gica lo descarta. ¨Descartes y su teor¡a de los nomeros m¡sticos? +Aquello de que uno m s uno somos ninguno, el Gran Uno Universal?

Lo que importa ahora es que te he encontrado. Ser’ parte de ti y uno de los dos podr  sonre¡r satisfecho, y yo proseguir’ con mi mitad de tristeza. Que me perdone el Uno C¢smico y su otra mitad de alegr¡a, que a veces puede que sea(s to) yo.

Ahora no queda m s que pedir un trago. El sue_o puede esperar. Que no se apague la luz. Mant’n viva esa l mpara que refleja y exterioriza tu fuego interior. El dormir debe esperar, aunque todos duerman.

Vuela. Vela el ahora del vuelo, como llama de amor vivo y en movimiento perpetuo. Vela y vuela, empecinado, sin importarte la meta. Lo onico que cuenta es volar y velar, aunque implacable te envuelva la invencible y salvaje vastedad de la Noche.

Continuar …

Petronio Rafael Cevallos
www.lacultura.com.ar/EcuaYork

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

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