Para chavistas y antichavistas, los moderados ûo cualquier que llame a un diálogo- es un impertinente. Hay dos vertientes sobre las que trabaja la oposición que se esmera, antidemocráticamente, de salir como sea de Chávez: declararlo insano (o loco que es lo mismo pero no es igual) o demostrar que el país es ingobernable y hace falta algún generalote salvador, con cara de Pinochet.
Es de tal realismo mágico este país, que el primer acto que realizó el recién electo presidente de la central de trabajadores fue la de ir a abrazarse con el titular de la central empresarial, que había decretado un paro û+o lock out?-para el 10 de diciembre.
Dirigentes sindicales y empresariales, en esta Venezuela mágica, logran una peculiar alianza para lanzar la medida de fuerza. Pero ninguno tiene respuestas para la pregunta clave: +y después del 10, qué?.
Menos que nadie, Carlos Ortega -un sindicalista acciondemocratista que a pesar de ganar la presidencia de la central de trabajadores en elecciones donde se ôextraviaron» 22 mil actas, perdi¢ en el gremio petrolero-, quien anda exigiendo un di logo, mientras acusa a Ch vez de «demente», al igual que pol¡ticos sin trabajo y periodistas que se confunden con sus editores en este festival de histeria antichavista.
«+Acaso ‘l quiere una guerra entre hermanos, una guerra civil?», pregunta Ortega. La misma pregunta, sin embargo, bien se la podr¡a reiterar Ch vez. «No se trata del inter’s individual de los sectores econ¢micos, sino de un movimiento global que le dice no a esta v¡a hacia la cual se nos trata de empujar sin un adecuado proceso de consultas», se_al¢ el presidente de la central empresarial Fedec maras, Pedro Carmona Estanga., quien insisti¢ en que est «lanzando flotadores para salvar la institucionalidad democr tica».
«Bienvenido, p rense, h ganlo. Los reto a que paren el pa¡s a ver quien es el que puede m s, si la oligarqu¡a o el pueblo venezolano», respondi¢ Ch vez, mientras otorgaba t¡tulos de propiedad de la tierra }a cientos de campesinos y los invitaba a marchar sobre Caracas el mismo d¡a del paro.
El 13 de noviembre de 2000, Ch vez recibi¢ 12 meses de plazo para elaborar ejecutivamente una serie de leyes en diferentes mbitos, y un a_o despu’s present¢ 49 nuevas normas, de las cuales las nuevas leyes de Hidrocarburos, Tierras y Pesca recibieron las mayores cr¡ticas de la oposici¢n de derecha.
Para el analista Manuel Felipe Sierra, «s¢lo en las m s esclerosadas monarqu¡as, o en el cenit de la locura bonapartista era posible que un mandatario elaborara las leyes que le convienen, al margen de la sociedad y con una visi¢n personalista del poder».
Para Sierra, despu’s de casi tres a_os de descalificaci¢n de la sociedad civil y de las estructuras tradicionales, Ch vez persiste en una pol¡tica absolutamente divorciada de los nuevos tiempos y asociada a una visi¢n atrasada del contexto internacional, lo que lo estimula a tratar de imponer un modelo a contracorriente de la realidad.
Para casi todos los analistas de la prensa caraque_a, la convocatoria al paro c¡vico del 10 de diciembre era previsible como la respuesta de un pa¡s sometido a una pol¡tica que se empe_a en el aislamiento y la segregaci¢n de la sociedad civil.
Segon ellos, el paro convocado no s¢lo por Fedec maras, sino en buena medida por la sociedad civil -incluyendo el estigmatizado movimiento sindical- lo obligar a la adopci¢n de nuevas medidas. Si el pa¡s responde al llamado -como se vislumbra con la m s elemental constataci¢n cotidiana- a Ch vez se le plantea una encrucijada dram tica: afrontar la necesidad de una rectificaci¢n o acentuar las l¡neas centrales de un proceso revolucionario que distanciado de la realidad no tendr¡a otro camino que reforzar su orientaci¢n abiertamente militarista.
Para los estrategas del paro, si el pa¡s evidencia una s¢lida protesta, Ch vez tendr¡a que entender que la democracia es un proceso din mico, de concesiones, negociaciones y acuerdos, pero si la jornada no obtiene los resultados que sus promotores se proponen, el Gobierno tendr¡a que aceptar que despu’s de casi tres a_os de mandato tiene en la calle, y no en el plano de la protesta verbal, una oposici¢n beligerante y activa.
El golpe
Se han difundido encuestas donde quieren demostrar que su popularidad cae en picada, y que los problemas econ¢micos se le amontonan, agravados por la ca¡da del precio del petr¢leo, tal como lo expres¢ el madrile_o diario El Pa¡s en un editorial. Pero en la Venezuela pol¡tica no hay nadie que se le arrime en popularidad y credibilidad, y las cifras macroecon¢micas -y una ampl¡sima reserva internacional- no presagian nada m s que alguna dificultad para el pa¡s en el 2002.
Y, pol¡ticos sin empleo -o sea, que fueron ampliamente derrotadas en sucesivas elecciones- buscan un candidato de «reconciliaci¢n nacional», mientras una clase media -quiz por razones que incluyen el clasismo y el racismo- trata, dejando de lado cualquier convicci¢n democr tica, de convencerse que si no lo baja un golpe militar, lo har n sus cacerolazos.
La inminencia de un presunto golpe que derrocar al carism tico presidente venezolano Hugo Ch vez y llamar a nuevas elecciones antes de marzo pr¢ximo, ha devuelto a las pantalla de la televisi¢n local los retazos de la ins¡pida campa_a de Enrique Salas R»mer en el 1998 y convertido al alcalde mayor Alfredo Pe_a, un periodista que fue el primer ministro de la Secretar¡a del hoy mandatario, en el due_o del centimetraje en los diarios y de los minutos en las radios y televisoras, en trance de «posicionamiento» electoral.
Todo tema le inspira al alcalde, un ex joven comunista hoy admirador de Bush, de esposa uruguaya, lanzarle un «pe_onazo» intimidatorio a Ch vez, para que sus palabras sean recogidas por una prensa que -casi un nimemente- apoya cualquier cosa contra el presidente.
Pero lo cierto es que no solo los «voceros» de la oposici¢n -por ahora sin liderazgo pero que aglutina a empresariado, medios de comunicaci¢n e incluso sindicalistas – son quienes azuzan la posibilidad de un golpe, sino tambi’n el propio Ch vez, quien no pierde oportunidad para se_alar que a ‘l no le pasar lo mismo que a Salvador Allende, ya que cuenta con los tanques y los fusiles.
La convicci¢n de una necesaria lucha por un mundo multipolar, base de la pol¡tica exterior chavista, ha sufrido varios co_azos desde el 11 de setiembre: por ejemplo, China entr¢ a la OMC, Putin prefiere apostar a ser abastecedor seguro del petr¢leo que Bush necesita. Y al criticar los bombardeos estadounidenses a la poblaci¢n civil afgana, lo que encontr¢ fue una dura cr¡tica de Washington y una inmensa soledad en el mbito latinoamericano.
Para algunos analista, ello promovi¢ una fuga hacia delante, hacia la confrontaci¢n con la oligarqu¡a, en lugar de una pol¡tica de convivencia que esperaban algunos.
El escitor Ibsen Mart¡nez afirma que «Cierta oposici¢n sifrina (pituca)», despu’s de las declaraciones de Bush el 11 de setiembre se puso «a esperar los helic¢pteros de los que saltar¡a Tom Hanks al frente de la Octog’sima Segunda Divisi¢n Aerotrasportada».
Para Mart¡nez, una sublimaci¢n de esta idea intervencionista es la noci¢n de que una Fuerzas Armadas como las venezolanas, imbuidas desde siempre del esp¡ritu de Fort Bragg y del Tratado Interamericano de Asistencia Rec¡proca, no tardar¡an en manifestarse por la v¡a de hecho, en especial ahora que las reglas globales son la del «conmigo o contra m¡».
La circunstancia de que un ser¡simo general Lucas Rinc¢n, comandante en jefe, fuese quien zanjara el bizantino debate sobre la profesi¢n de terrorista del venezolano Ilich Ram¡rez, m s conocido como «Carlos el Chacal», alent¢ en su momento todo tipo de fantas¡a. La oposici¢n pareci¢ encontrar a su palad¡n, el hombre del transici¢n.
Todo hace pensar que una conspiraci¢n castrense tendr lugar solamente en el sue_o de algunas v¡ctimas de los cambios estructurales realizados en Venezuela durante los tres oltimos a_os. Sin duda. Ch vez ha dedicado un tiempo incalculable a conjurar descontentos, y en este menester, supera con creces a los presidentes de la llamada IV Repoblica, como R¢mulo Betancourt, Rafael Caldera y Carlos Andr’s P’rez..
Cualquier analista sabe que Ch vez cuenta con la personal lealtad de los jefes de las cuatro fuerzas, las cinco divisiones y las 11 brigadas. De las m s de setenta guarniciones, el 90 por ciento le son personalmente adictas, mientras que la Direcci¢n de Inteligencia Militar funciona eficientemente, y a favor del gobierno.
Para Mart¡nez, «la sociedad civil debe proponerse alcanzar decisivas victorias que no se la pongan tan «bombita» a los designios de Ch vez y que, por el contrario, problematicen al m ximo la salida de fuerza, que hagan resplandecer pol¡ticamente el hecho de que el fervor chavista ha remitido incluso en los sectores populares. Victorias que obliguen al sectarismo oficial, as¡ sea mal de su grado, a entenderse con el resto de la sociedad y a avenirse de una vez por todas a actuar dentro de los linderos que traza su Constituci¢n bolivariana, tan propensa hasta ahora a ser violada por los propios chavistas».
Lo cierto es que, a pesar de tanto rumor y tanto chisme, ni el sector oficialista, ni los militares, ni la oposici¢n m s adversa al Gobierno creen que el presidente Ch vez prepara un «fujimorazo» La actitud que ha tenido el presidente de la Repoblica, Hugo Ch vez, en los oltimos d¡as, a causa de la supuesta «conspiraci¢n» que estar¡an planeando los sectores de oposici¢n, lleva a pensar que el deseo del jefe de Estado es «radicalizar» el proceso de revoluci¢n pac¡fica que puso en marcha en 1999.
Teodoro Petkoff, ex guerrillero, ex ministro de Planificaci¢n del anterior gobierno de Rafael Caldera, y hoy director del vespertino TalCual, afirma que mientras de un lado est Ch vez, acariciando la idea de un gobierno fuertemente militarizado (de lo cual es muestra el tono provocador de ‘l y de varios de sus generales, la militarizaci¢n de Caracas, el espionaje telef¢nico a dirigentes pol¡ticos y empresariales), acentuando todos los rasgos autoritarios; del otro, pescando en r¡o revuelto, est n quienes acarician el prop¢sito de un derrocamiento violento del Gobierno.
«No necesariamente alguno de estos escenarios tendr¡a que concretarse fatalmente. Todo depende de la capacidad de hacer que la pol¡tica ocupe el lugar que algunos quisieran darle a la fuerza», se_al¢ Petkoff, quien insiste en que debe respetarse el per¡odo constitucional de Ch vez.
«Hay que insistir en que el meollo de la situaci¢n no es el paro sino las leyes. El inter’s del empresariado y del pa¡s es que se abra una posibilidad de revisar las leyes.(…) Precisamente por ello, ‘ste es el mejor momento para hablar. Si del di logo no sale nada, pues bien, vamos al centro del ring y nada de golpes por debajo del cintur¢n, por favor», se_al¢.
VENEZUELA: GOLPE, GUERRA CIVIL… O TODO SIGUE COMO EST-
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