Lamentablemente, el campo se va despoblando al igual que el interior que se empobrece al ritmo de la decadencia socioeconómica del sector agrario. Esto, queda corroborado, también ilustra claramente sobre el fracaso sin atenuantes de la política agropecuaria actual. No solo no resolvió los problemas del campo y del interior, sino los agravó sustancialmente hasta instalarnos el temido y anticipado cuadro de situación que hoy ratifica el relevamiento oficial.
Frente a ello, no pude haber excusas para definir, de inmediato, una nueva política para el sector en el contexto de un proyecto de producción para el desarrollo nacional, tal como lo viene propugnando nuestra organización, mirando más allá de la coyuntura.
Hace tres años decíamos que económicamente desaparecía un productor cada ocho horas; dos años después sostuvimos que se estaba diseñando una agricultura sin agricultores, ¿dentro de dos o tres años más nos encontraremos con 100.000 millones de toneladas de producción pero con un campo lleno de taperas en medio de un desierto verde? ¿Es este el destino reservado a los chacareros argentinos?
Por eso, ratificamos nuestra actitud de lucha por una nueva política agropecuaria que, entre otros aspectos, contenga: una ley que evite la concentración y extranjerización de la tierra y que habilite el arraigo de los jóvenes y el sostenimiento de la familia agraria en su medio, que resuelva los problemas de infraestructura -inundaciones, su red vial, etc.-, que solucione de fondo el endeudamiento de los productores y garantice la permanencia del Banco Nación en la estructura estatal.
Todo ello, acompañado del estímulo a la diversificación productiva y al agregado de valor a la producción, significará marcar la senda del progreso y la repoblación del interior del país, amén de acentuar la importancia estratégica del campo para la economía nacional. De hecho, también salir de este rumbo decadente que exponen con indubitable nitidez los datos anticipados del censo agropecuario.