Sus rasgos, de origen caucásico, su padre es húngaro, le otorgan un cierto misterio, y un asombroso parecido con Salman Rushdie, autor de los Versos Satánicos de cuyo trabajo es admirador. Comenzó en la literatura por culpa del cuento «El vendedor de pieles» de Jack London, y de ahí en adelante se sintió urgido a abandonar su primera profesión de psicoanalista. Considerado por muchos, adjetivo que lo halaga, un escritor maldito, que hace «marketing del escándalo», Andahazi, detesta los dogmas en la literatura, y más aun el comportamiento socialmente establecido del deber ser de un escritor. No juega en el equipo de las capillas literarias, pero sí bowling, no le interesan las críticas, ni buenas ni malas, pero sí las motos y los carros de lujo. Le asombra lo que puede ganar un escritor por una novela – y lo que le pagan -, y considera que aunque escribir encierra un cierta patología, ha dejado de ser psicoanalista para contar historias.
El principe de Andahazi
La historia de un niño, nacido entre las bestias, entrenado para mandar, sobre seres que son más fáciles de dominar que las bestias, se construye en tres niveles: el del discurso del tutor, que va produciendo una doxa del poder, la historia de El Príncipe hasta su llegada al poder y la cosmogonía del altiplano. Al principio quiso rescribir la obra de Maquiavelo, pero la oferta de los mandatarios latinoamericanos se asomaba demasiado tentadora.
Toda novela surge de una dificultad, justamente como la literatura no es una profesión porque no tenemos unas normas a las cuales ceñirnos, como en la mecánica dental. En literatura nunca sabes a que recurso vas a tener que echar mano, yo creo que los escritores latinoamericanos estamos condenados a una cierta desmesura para competir con nuestra realidad tan literaria, esa fue la dificultad como retratar a estos personajes tan cercanos a la ficción, desde la propia ficción, uno lee un diario en Caracas y se informa, ese mismo diario en Amsterdam es una pieza de realismo mágico. De modo que como escritores siempre estamos teniendo que superar esta realidad tan literaria. Y eso me parece que es el comienzo que da estructura a la novela, el principio de competencia con la realidad y después diría que hay un intento por tomar elementos de la mitología del altiplano como ensamblarlo con una tradición literaria del occidente, creo que el protagonista se ensamblan lo peor de las dos culturas. Creo que nuestros mandatarios reúnen lo peor de la cultura precolombina y la hispánica.
Junto al protagonista, una voz omnisciente lo guía, como un tutor que lo prepara para el poder ¿qué representa?
En Argentina hemos tenido personajes invisibles, con características camaleonísticas, existió un López Rega, un secretario, personaje de características literarias, el poder en la sombra de Isabel Perón que no tenía noción de nada, y lo heredó de su marido. Este personaje hacía magia negra, tenía fama de brujo. Ese personaje está inspirado en ese hombre, pero todos los mandatarios tienen su «richelieu», porque en muchos casos hay mandatarios que llegan al poder sin ninguna formación política y por eso son fácilmente influenciables porque necesitan que alguien les explique de que se trata todo esto.
¿ Por qué le interesa el poder como tema?
Siempre lo he abordado desde El Anatomista hasta esta novela. En la primera me permito intentar hacer un reflexión sobre las relaciones entre filosofía y poder, medicina y poder, la ciencia y el poder, y en Las Piadosas de alguna forma la reflexión gira en torno al escritor y el poder, en El Príncipe me pregunté más explicitamente en que radica esa «ilusión de que se tiene el poder» . Creo que es una patología muy cercana a la psicosis alucinatoria, que ataca a los mandatarios al quinto año de mandato, y se sienten eternos e imprescindibles. Es como los magos que empiezan haciendo trucos de magia y terminan creyendo que realmente tienen poderes.
Si este es el líder de la pos-dictadura ¿significa que no hay salida?
En la Argentina se puede percibir esa sensación de que no hay alternativa, es como en el Proceso o La Metamorfosis, desde que comienza el libro todos sabemos el final. Elegimos a un mandatario, una plataforma política y sabemos que esa plataforma política va a resultar traicionada. Vemos como ese mandatario se convierte en otra cosa, se convierte en lo contrario, se convierte en el anterior. Es un proceso que se puede sentir en toda Latinoamérica, no sólo en Argentina.
¿Ha habido alguna reacción de Carlos Menem o su entorno por las similitud que se han establecido con el protagonista de El Príncipe?
No, porque los mandatarios en Argentina no leen, así que no se ha enterado. (Risas)
Retoma del tratamiento literario al caudillo latinoamericano; desde Roa Bastos hasta la Fiesta del Chivo de Vargas Llosa, y su novela como resemantización, siguiendo una línea hasta su novela ¿podríamos hablar de una suerte de arquetipo del poder?
Si García Márquez en El otoño del patriarca, retrata magistralmente ese dictador en decadencia, el propósito, muy modestamente, era tratando de seguir esa huella, retratar a ese presidente pos-dictatorial que ni siquiera tiene el encanto de los caudillos. En Buenos Aires me preguntan si el personaje es una alusión a Menem, pero en Brasil lo comparan con Collor de Melo, en Perú a Fujimori en México con Salinas de Gortari, que son muy diferentes al arquetipo de El Otoño. Es un nuevo tipo de presidente, un arquetipo que no conocíamos en A. Latina, que por lo general no provienen de la política y se convierten en líderes con una riqueza literaria proporcional a su perversidad.
Parricidio del realismo mágico.
Autores de su generación como Santiago Gamboa, o Paco Ignacio Taibo II, han declarado la muerte del realismo mágico por considerar que «el síndrome Cien años de soledad«, sepultó a toda una generación de autores. ¿Por qué volver a esa tradición literaria?
Yo diría más bien que una cantidad de autores que se perdieron detrás de un principio y las declaraciones de principio no sirven para construir la literatura, me parece que la literatura se hace desde otro lugar. Ese es el riesgo cuando se dogmatiza la literatura y se busca un para qué , cuando se redactan manifiestos que atrapan y se acorta muchísimo el campo narrativa ese es el gran problema.
Ciertamente «El Príncipe» es una novela que va a contrapelo de las modas literarias, recuerdo un congreso en una editorial en Madrid donde se planteó la enésima polémica en torno a las figuras de Vargas Llosa, García Márquez, la memoria de Cortázar, entre otros autores del boom, como un peso frente al cual uno no sabe muy bien como ubicarse y como proceder porque es cierto que pesan en el Uno de los autores chilenos proponía una suerte parricidio en relación a estos padres del boom, y mi intervención fue que justamente en países como la Argentina ya hubo un parricidio literal, porque aquellos que considero mis padres literarios como Rodolfo Walsh, Aroldo Comti, y tantísimos otros, fueron asesinados por la dictadura. De modo que cuando se habla de parricidio me corren escalofríos. Yo con el boom, tengo una deuda de gratitud, no escribo en contra de… soy un gran lector de estos grandes y sobre todo de García Márquez.
Reconoce la influencia de «El Otoño del patriarca» en su novela
Su obra fue determinante a la hora de escribir este libro. Tuve el privilegio de conocerlo en París, en el marco de un congreso y sostuvimos un brevísimo diálogo de diez minutos, de esos que te cambian la vida, y la visión de las cosas. Me comentaba como después de Cien Años de Soledad, todo el mundo esperaba Cien Años de Soledad II, y sin embargo el escribe El otoño del patriarca, que es un libro bien complejo, muy críptico en momentos y el recordaba con que decepción había recibido el público esa novela. Lo que me quedó de esa charla es que para establecer una relación de amistad con el lector no se pude ser obsecuente, no se puede estar calculando, ni colmar sus expectativas.
Así este proyecto que me venía dando vueltas, casi empecé a escribirlo esa misma noche, a raíz de mi conversación con García Márquez y lo considero sobre todas las cosas una bella gratitud particular con él. Lo que sucede es que cuando uno intenta reclamar una cierta tradición, lo hace desde otro lugar, mis lectura fueron otras, yo soy de la generación audiovisual, mis paradigmas son otros.
Ha hablado del resentimiento, es un acto de rebeldía ante la situación de Argentina, ¿es un gesto político el libro?
Cuando digo que es una novela que nace de la indignación, lo digo desde un lugar absolutamente íntimo. No creo en la literatura como herramienta social, descreo en el mesianismo del escritor, aunque se puede estar comprometido en ciertas circunstancias históricas. No es un gesto de rebeldía porque el propósito de la novela es disimular esa indignación con las herramientas que te presta la literatura: la sátira, la parodia. Yo siempre trato de parapetarme, esconderme detrás de mi literatura antes que mostrarme o exhibirme.
Hay niveles alarmantes en los niveles de lectoría en A Latina ¿para qué escribir?
Una pregunta que trato de responderme desde hace tiempo, no lo sé, creo que es tiene que ver con cierta patología, porque qué lleva a alguien sobre todos los inéditos- a perder 6 horas diarias la literatura naufraga entre dos islas, la del menosprecio cuando un aspirante a escritor a los dieciséis años le dice a sus padres que quiere ser escritor y luego llega a consumarse , a ser reconocido inmediatamente lo sacralizan. Son las dos formas que tiene el poder de combatir el carácter revulsivo de la literatura porque lo que consigue es alejar al escritor del lector.
Una larga bocanada al veinteavo cigarrillo lo sumerge en la nostalgia y con los ojos llenos de la Budapest paterna, de cielos que se caen encima, se confiesa apocalíptico y deja colar aquella noche del 24 de marzo de 1976, bajo la dictadura de Videla cuando su abuelo tuvo que quemar la más hermosa biblioteca. Desde allí ha tratado de restituírsela muy adentro, desde allí escribe y se indigna.
Yoyiana Ahumada