La reunión Blair-Bush tuvo en cambio el “mérito” de haber desencadenado la mayor movilización en la historia de Londres en un día laboral. El 20 de octubre, 400 mil manifestantes marcharon en las calles, y Bush fue sometido a cierta forma de “arresto domiciliario” debido a las constantes protestas.
Este cónclave coincidió además con dos importantes nuevos problemas para el primer ministro. Uno fueron los atentados en Estambul contra el banco HSBC y el consulado británico. Otro fue que Blair, por primera vez en sus seis años y medio en el gobierno, estuvo a punto de perder un proyecto de ley en el Parlamento.
El miércoles 19, el Premier debió desatender a su huésped para acudir a la Cámara de los Comunes a fin de evitar una derrota en su plan para semi-privatizar los hospitales. Pero pese a que la bancada oficialista casi duplica a la oposición, aquel día más de cien de los parlamentarios laboristas no apoyaron a Blair.
En consecuencia y en un intento para que la prensa no conceda la importancia debida a la marcha contra Bush y al retroceso parlamentario, el gobierno magnificó el atentado turco y recalcó la victoria de Inglaterra en el campeonato mundial de rugby. El lunes próximo Blair recibirá al equipo nacional tras auspiciar un gran desfile. Pero todo esto no ha podido ocultar el hecho de que Blair está en su peor momento.
Las encuestas demuestran que el primer ministro genera más rechazos que apoyo. La mayoría cree que engañó al público para ir a la guerra. El millonario que controla el 40% de la prensa ha amenazado con retirar su apoyo a Blair e impulsar al nuevo líder conservador, Michael Howard quien, elegido por unanimidad como cuarto líder “tory” en el sexenio blairista, ya ha demostrado fuerza para enfrentarse al Premier.
El 26 de noviembre, la reina pronunció su discurso anual escrito por el gobierno y delineó una serie de proyectos de ley. Por primera vez, es probable que el gobierno no logre la aprobación de todos ellos. Los más controvertidos son el intento de casi triplicar las tarifas universitarias y las nuevas leyes contra los asilados. Faltando un año y medio para las elecciones generales, para un parlamentario será difícil favorecer el aumento en las matrículas estudiantiles.
A quienes solicitan refugio, el gobierno amenaza con criminalizarlos si no entregan sus documentos, eliminarles la ayuda legal y el derecho a la apelación, y hasta con quitarles a sus hijos. El mismo Howard, partidario de recluirlos en campos especiales, ha llegado a calificar eso como “una barbaridad”. Incluso si estas leyes pasan en la Cámara de los Comunes es probable que sean despedazadas por los tribunales.
Las reformas que han aparecido como más progresivas son la legalización de las uniones de parejas de un mismo sexo (aunque se limita el derecho de herencia) y el fin de los lores hereditarios. Sin embargo, el Reino Unido sigue siendo la única democracia en la cual toda la Cámara Alta es nombrada y no elegida.
Ante el ocaso de Blair, los conservadores se reactivan y los liberal-demócratas se revitalizan apareciendo a la izquierda del laborismo. Dentro del mismo laborismo, exministros como Robin Cook o Clare Short promueven un cambio de líder.
En las elecciones norirlandesas han crecido los dos partidos extremos en las comunidades nacionalista y unionista, lo que debilita el acuerdo de paz de Blair.
Para las elecciones locales y europeas de mediados 2004, Blair teme una nueva derrota en el municipio londinense. Para evitar ello puede reincorporar al alcalde Ken Livingstone, quien se negó a recibir a Bush “por no haber sido electo por su pueblo” y “constituirel mayor peligro contra el planeta”. Esto acabará levantando a la izquierda laborista.
Tras haber intentado cambiar al régimen en Bagdad, tanto Blair como Bush puede que no sobrevivan políticamente el 2004. En el laborismo ya se viene perfilando el tesorero Gordon Brown como posible candidato a primer ministro.