Bush se vio obligado a
transitar por dicha vía para conseguir el aval de su
principal aliado (Reino Unido). Al final se demostró
que entre la administración Bush y la Unión Europea
hay una fuerte diferencia de cómo enfocar las
relaciones internacionales. Quien detenta un virtual
monopolio de las mayores armas concibe que tiene la
capacidad y la necesidad de utilizar la fuerza para
solucionar los problemas, mientras que las desgastadas
potencias europeas apuestan a las coordinaciones
multi-laterales.
Las potencias anglo-americanas han decido ir a la
guerra habiendo ganado sólo 2 de los 13 votos
restantes del consejo de seguridad. Al principal
organismo internacional de países se le imputa de
inoperante e irrelevante. La actual es la primera vez
en la cual la mayoría de los miembros permanentes del
consejo de seguridad y varios aliados históricos de EU
(como Alemania, Francia, Grecia o Bélgica)
abiertamente rechazan una acción bélica
norteamericana.
Si la guerra afgana resultó de la mayor coalición de
países hecha en la historia, la actual guerra iraquí
será comandada por la menor alianza y la mayor
oposición que hayan tenido el eje anglo-americano.
Naciones Unidas se encuentra en un impasse. El fin de
la bipolaridad le ha herido profundamente y ahora está
entre la presión de su mayoría que quiere un organismo
que solucione cooperativamente los problemas, y los EU
que apuntan a que sea un organismo auxiliar.
La actual guerra es una forma indirecta de batallar
contra la Unión Europea. Cuando ésta se amplía
haciendo que suba de 15 a 25 miembros y su coro
central va teniendo una moneda única, se echa abajo
todas las pretensiones de ir hacia una política
exterior común. Mientras el grueso de sus miembros
fundadores apuesta por la presión diplomática y por un
mundo multi-polar, lo que EEUU llama la ‘nueva Europa’
(los países que entraron tarde a ésta) apunta a buscar
potenciarse siguiendo a la hiper-potencia.
Esta guerra viene causando profundas divisiones dentro
de los EEUU y Gran Bretaña. Antiguos presidentes y
secretarios de pasadas administraciones demócratas
conciben que ir a una guerra es hoy prematuro. El
unilateralismo preventivo puede poner en riesgo
políticas de alianza tan elaboradamente tejidas desde
hace medio siglo y minar pactos como la OTAN. Los
demócratas hubiesen preferido seguir la pauta de los
inspectores para desarmar a Hussein. Los halcones de
Bush, en cambio, quieren mostrar un nuevo orden
mundial en el cual la ‘unica super-potencia que queda
tiene plenas libertades para inmiscuirse en otros
lugares y velar por su seguridad.
Una leve mayoría de la opinión pública podría
respaldar a Bush para ir a una invasión sin venia de
la ONU, pero en Gran Bretaña, España, Italia y otros
aliados europeos de Bush, la gran mayoría se opone a
ello. Blair, el principal soporte internacional de
Bush, debe mandar sus tropas contra su inicial promesa
de sólo hacerlo en caso de tener una resolución
favorable de Naciones Unidas y con una fuerte
oposición popular así como dentro de su partido. Las
tropas británicas no tienen una moral tan alta
sabiendo que el grueso de sus compatriotas no secunda
su accionar.
Colin Powell acusa a Saddam de haber promovido dicha
división. Sin embargo, un dictador desprestigiado en
el medio oriente no tiene tal poder. Lo que produce
tales divisiones es la nueva estrategia de Washington
de querer imponer unilateralmente su poderío militar
como forma de ir solucionando problemas en el mundo.
La mayor división que amenaza con causar es aquellas
entre gobernantes y gobernados en occidente. El 15 de
febrero se produjo la mayor marcha multinacional
simultánea de la historia: más de 10 millones salieron
a las calles contra la guerra.
Sea cual sea el resultado de la guerra habrán quedado
dañadas una serie de organismos internacionales así
como las relaciones internas entre los países
occidentales.
GUERRA
Las potencias anglo-parlantes irán a la guerra que
menos apoyo interno e internacional hayan librado.
Sólo 2 de los restantes 13 miembros del consejo de
seguridad les garantizaron soporte. Reacios a la
guerra están los 4 poderes continentales
euroasiáticos, la mayoría de los países, muchos de sus
aliados tradicionales y el grueso de la opinión
pública internacional. Esta podrá ser declarada
ilegal; las inevitables muertes de civiles iraquíes
conllevarán a que se acuse a los líderes atacantes en
la corte penal internacional.
Bush y Blair anhelan una guerra rápida, con pocas
bajas y marchando sobre masivas rendiciones de tropas
iraquíes. Ansían ser recibidos como ‘liberadores’ y
así poder legitimarse. Controlando Bagdad podrían
aminorarse la dependencia del petróleo saudita,
abaratar el precio internacional del crudo y tener más
acceso a los principales yacimientos del Caspio y el
Pérsico. Washington calcula que se podría ir
‘liberalizando’ Irán y las petro-monarquías árabes y
que se obligaría a los palestinos a aceptar una suerte
de estado. La confrontación militar contra Hussein es
también una guerra de posiciones frente a la ‘vieja
Europa’ y Naciones Unidas. Al principal foro global de
países y al resto de potencias el mensaje es claro:
vivimos en un mundo hegemonizado por una
hiper-potencia, la misma que está por encima de toda
instancia y que tiene la potestad de salvaguardar los
frutos de su victoria en la guerra fría. A los
antiguos imperios ultramarinos portugués, español y
británico se les ofrece la posibilidad de
revitalizarse siguiéndole.
Francia, Alemania, Rusia y China temen el fin del
equilibrio mundial basado en la multi-polaridad y por
que se provoque violencia y protestas populares.
Hussein apuntará a resistir en guerras urbanas o
provocando a Israel. Si la guerra se demora y es
sangrienta podrían socavarse algunos de los gobiernos
atacantes.
Blair pasa por su mayor crisis y podría acabar
cayendo. Robin Cook, líder de la Casa de los Comunes
ha renunciado al gabinete. Entre un tercio y la mitad
de los parlamentarios laboristas se aprestan a votar
contra su gobierno en la mayor rebelión parlamentaria
oficialista de la historia británica.
Isaac Bigio
Analista Internacional