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REINDUSTRIALIZAR LA ARGENTINA, UN NUEVO PROYECTO NACIONAL

escrito por Jose Escribano 26 de septiembre de 2003
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A pesar de ello los yanquis, el poder financiero mundial, las multinacionales y sus socios nativos pretenden darle continuidad argumentando que con «reformas de segunda generación» puede en definitiva ser exitoso. Esa mentira es la misma que la oligarquía argentina usaba después de la crisis del año ?30, cuando sostenía que todo volvería a funcionar como antes cuando el mundo volviera a la normalidad. Falsedades para poder garantizar sus negocios y ganancias aun a costa de destruir el país. Mantener el modelo neoliberal es condenarnos a ser una colonia empobrecida de los EEUU.

Lo que la Argentina requiere para poder volver a ponerse orgullosa de pié es un nuevo Proyecto Nacional, cuyo corazón es la reindustrialización. Allí radican las posibilidades genuinas de volver a crecer, de generar empleo, de distribuir de otra manera la riqueza, de reinstalar la movilidad y la justicia social, de que haya nuevamente igualdad de oportunidades para todos, de que seamos soberanos.

LOS PROYECTOS DE NACION HASTA 1943

El primer proyecto de nación que agrupó a la mayoría de nuestros compatriotas fue el de ser libres. Comenzó a gestarse allá por fines del 1700 al compás del debilitamiento del colonialismo español, se fortaleció con las invasiones inglesas que demostraron el poder de un pueblo unido tras de una causa, y encontró el momento propicio con la invasión de Napoleón a la península Ibérica y la captura de Fernando VII. El 25 de Mayo de 1810 comenzó a materializarse ese ambicioso sueño, que quedaría concluido con la derrota de las fuerzas realistas en el Alto Perú a manos de Simón Bolívar no muchos años después.

Antes de que culminara la guerra de la independencia ya había comenzado en lo que previamente componía el virreynato del Río de la Plata la puja por determinar el rumbo de la nueva nación. Se enfrentaron crecientemente los comerciantes porteños vinculados económicamente a Inglaterra, con las incipientes burguesías del interior que veían a las mercancías que importaban aquellos como una indudable amenaza a su todavía débil producción. Las fracciones se denominaron a sí mismas como unitarios y federales. A partir de 1820 y con Martín Rodríguez como gobernador de la provincia de Buenos Aires entra paulatinamente en escena en este conflicto una nueva e incipiente clase social: la de los terratenientes bonaerenses. Se van a encolumnar políticamente, ya con Rosas de líder, con las fuerzas federales del interior; aunque en la práctica van a tener una conducta oscilante que en el tiempo favoreció al centralismo porteño.

Esta confrontación interna, que en la historia argentina se conoce como el período de las guerras civiles y que tenía como trasfondo el proyecto de nación que en definitiva seríamos, fue durísima y se extendió por cincuenta años. Comenzó por la rebelión de Artigas primero, y por la de Pancho Ramírez y Estanislao López luego, allá por 1820 cuando ataron los caballos en la Pirámide de Mayo (anticipando la conducta de los que luego se lavarían las patas en la fuente), y terminó con la postrera patriada del correntino López Jordán en 1870, cuando ya todo estaba perdido para el interior después de la traición de Urquiza y el triunfo de Mitre en la batalla de Pavón.

Esta definición a favor de la burguesía comercial porteña, expresada por el mitrismo, y de los terratenientes de Buenos Aires, para ese entonces aliados de aquella y liderados por Adolfo Alsina, abrió el camino para el primer modelo de país luego de la independencia. Por desgracia para la mayoría de los argentinos, pisando sobre la sangre de los gauchos federales se construiría una nación con olor a la bosta de las vacas de la oligarquía y con gerentes ingleses, cuyas consecuencias se extienden hasta hoy.

Mitre y Sarmiento se encargaron de hacer las tareas sucias iniciales de ese proyecto: unificar la república masacrando la última resistencia federal, la del Chacho Peñaloza, la de Felipe Varela, la ya mencionada de López Jordán; y contribuir a destruir el Paraguay soberano de Francia y el mariscal Solano López. Luego con el tucumano Nicolás Avellaneda de presidente, a partir de 1874, y con el general Julio Argentino Roca de Ministro de Guerra y encargado de «conquistar» el desierto (leasé quitarles las mejores tierras del país a los indios para distribuirlas generosamente en grandes latifundios a la oligarquía) comenzaría a marcha rápida la instalación del mismo. Que se consolidaría a partir de la presidencia de Roca iniciada en 1880. Década que daría el nombre a la generación dirigente del país agroexportador, el de la carne, los granos, los ferrocarriles y frigoríficos ingleses, los inmigrantes y los «doctores»; mas tarde también el de los radicales de Irigoyen, los primeros obreros, los anarquistas y los socialistas. Ah, y el fraude patriótico.

Este modelo de país agroexportador conducido por la oligarquía terrateniente, que se extendió por casi ochenta años, fue el primero que tuvimos desde que nos constituimos como nación independiente. Consistió en aprovechar las riquezas agrícolas argentinas para insertarse en la división internacional del trabajo bajo la égida del imperio británico, en plena expansión industrial y necesitado de granos y carnes para alimentar a sus obreros; y de mercados cautivos donde vender su producción y en los que invertir sus capitales. La cosa funcionó, mas allá de traspiéces periódicos, aceptablemente por ser él nuestro un país sumamente apto para lo que los ingleses pretendían comprar, poco poblado y con los ingresos muy concentrados en las clases altas; es decir con limitadas exigencias para importar lo que no producíamos en materia de manufacturas. Pero el mundo cambió con la gran crisis de los años 1929 y 1930, la depresión hizo estragos y las exportaciones descendieron un 50%, y eso fue el principio del fin. La oligarquía recurrió con Pinedo a formulas económicas heterodoxas, a la represión de los opositores en un grado cualitativamente superior a otros períodos, a las trampas para mantenerse en el gobierno, a nuevos tratados con Inglaterra, pero nada pudo detener el derrumbe. Con el golpe militar del 4 de junio de 1943 finiquitó el modelo agrexportador.

DEL PERONISMO A LA ACTUALIDAD

Se abrió entonces en nuestra Argentina la posibilidad de reemplazarlo por otro que contemplara en un grado importante los intereses de la nación y de las mayorías populares. Las clases dominantes nativas venían de una dura derrota, el imperialismo británico estaba en retirada en el mundo, el norteamericano no estaba aun en condiciones de reemplazarlo plenamente, la guerra mundial ocupaba una parte sustancial de la atención y las fuerzas de los países desarrollados, al calor de la crisis de los años treinta y de la obligada sustitución de importaciones habían surgido nuevos actores sociales interesados en otra Argentina: un incipiente empresariado nacional, una clase trabajadora mucho mas extendida que la de principios de siglo, y una joven oficialidad del ejército de pujantes ideas nacionalistas. El general Perón logró sintetizar todo esto en un nuevo proyecto de país, y el pueblo con Evita un 17 de Octubre le dio el empuje político que necesitaba.

¿Cuál era ese proyecto que venía a reemplazar el ya agotado de la oligarquía? Industrializar la Argentina. Aprovechar el empuje que habían tomado las sustituciones de importaciones en el período previo, extenderlas y profundizarlas cambiándole la cara al país pastoril de élites ricas y pueblo pobre. ¿De donde sacar los recursos para hacerlo? Fundamentalmente de dos lugares: de la renta agraria acaparada por la oligarquía terrateniente y de las empresas públicas. Para ello había que tener decisión política, y el peronismo en su primera etapa la tuvo, creó el IAPI para comercializar en el exterior la producción agropecuaria, nacionalizó las empresas de servicios en manos del capital extranjero y creo otras nuevas bajo control estatal. Canalizó luego esos recursos en créditos a la producción y en inversiones que forjaron en pocos años otro país.

Le faltó sin embargo al gobierno del general Perón valor para ir mas a fondo y revolucionar sin regreso el país. Los recursos capturados, sobre todo a la oligarquía, para impulsar la industrialización alcanzaron en una primera etapa de esta, pero fueron insuficientes cuando hubo que abordar ya la gestación de la industria pesada, la de insumos estratégicos o la liviana de bienes durables en cantidades crecientes. Esos recursos debían haber provenido de tocar desde el principio la propiedad del campo, a través de una reforma agraria que terminara con el latifundio improductivo y elevara sustancialmente la producción allí. Lo que hizo en definitiva la burguesía con la propiedad feudal en los países capitalistas centrales. No sucedió esto y a partir de 1952 el gobierno justicialista apostó a obtener ese capital que necesitaba solo de elevar la productividad del trabajo, pagando el consiguiente precio político por ello. La reacción fue levantando la cabeza y se cobró revancha el 16 de setiembre de 1955.

Con la «Revolución Libertadora» regresó la oligarquía al gobierno, ahora de aliada sobre todo de los EEUU. No venía a reinstalar su viejo modelo agroexportador, eso ya no existía. Nada de eso, vino a recuperar su renta y a abrirle las puertas al capital extranjero para que la sustitución de importaciones en curso se hiciera ahora con su hegemonía y en su beneficio. Así se generó una estructura industrial distorsionada y desigual, que profundizó la dependencia del país del imperialismo y lo sumió en crisis reiteradas, que tuvieron su epílogo con el salto de los precios petroleros en 1974 y la consiguiente recesión mundial. El modelo industrializador, de justicia social y soberanía en su primera etapa, de renovada entrega luego, llegaba a su fin en medio de un país en llamas. ¿Qué lo sucedería?

Las clases dominantes, con represión feroz, nos impusieron su salida. Con Videla en la presidencia y Martinez de Hoz manejando los hilos de la economía, comienza lo que pretendió ser un nuevo proyecto nacional, el de la «valorización financiera», el tercero desde que somos país independiente. Supuestamente nos volveríamos a insertar con él en un mundo que ya iba camino a la «globalización» neoliberal. Las «ideas fuerza» (palabrejas a las que eran afectos los dictadores de ese entonces) eran abrir la economía, desregularla, achicar el Estado, privatizar sus empresas, dejar que reinaran el «mercado», la «iniciativa privada», y los grandes bancos por supuesto. Serían ellos los que determinarían si producíamos «acero o caramelos» como gustaba decir el Secretario de Hacienda Juan Aleman. En realidad con esto lo que querían explicitar, era que pretendían volver a una Argentina exportadora de productos primarios y de algunas manufacturas con ventajas comparativas, importadora de casi todo, con un Estado mínimo y los monopolios extranjeros y nativos manejando cuanto negocio rentable existiera por aquí. Una Argentina para pocos como la de la «generación del OE80», solo que ahora para materializarla había que excluir a muchísimos. No en vano Menem se sentía como Roca, que iba a manejar el país desde Anillaco cuando no estuviera en la presidencia como lo había hecho este general desde su estancia.

Pero el mundo no era el de finales del siglo diecinueve, ni los EEUU la Gran Bretaña de aquel entonces, nuestros productos poco valían ahora. De allí que lo esencial del modelo neoliberal que nos impusieron fue el saqueo de nuestras riquezas y capitales, la destrucción de la capacidad productiva y del Estado, el endeudamiento externo, la concentración de la riqueza y el achicamiento del mercado interno, con todas las consecuencias económicas y sociales que de ello se derivaron.

La crisis del Tequila fue la primer luz roja respecto de que en lugar de ir al primer mundo nos dirigíamos al abismo. Capearon la cuestión a duras penas, pero la crisis del sudeste asiático de 1997, la de Rusia, Brasil y finalmente la de las economías centrales nos empujaron con prisa y sin pausa al final traumático. Llegó este nomás a finales del 2001 pateando del gobierno a don De la Rua y al emblemático Cavallo, símbolo si los hubo del «modelo». El PBI de la Argentina retrocedió entre 1998 y fin del 2002 el 20%. ¿Queda algo para decir?

REINDUSTRIALIZAR LA ARGENTINA, UN NUEVO PROYECTO NACIONAL

Sobre la destrucción que ha sembrado el modelo neoliberal durante casi tres décadas hay que refundar la patria. Es una tarea gigantesca y llena de obstáculos, pero posible si tenemos claro como hacerlo en las actuales circunstancias en el país y en el mundo; y, sobre todo, si contamos con la necesaria decisión política para avanzar a paso firme por ese camino.

Como hemos analizado en la primera parte de este artículo, en nuestra relativamente breve historia desde finales del siglo dieciocho a la fecha, han habido dos proyectos nacionales que han expresado en importante grado nuestros intereses como país y como pueblo. El primero de ellos, de carácter eminentemente político, fue el de la independencia; el segundo, ya de contenido económico, social y político, fue el de la sustitución de importaciones plasmado durante los dos primeros gobiernos peronistas. El nuevo Proyecto Nacional que la Argentina requiere, casi diríamos, sin exagerar, para poder mantener nuestra identidad e integridad, debe ser una continuidad de aquellos adecuada a los nuevos tiempos. Una continuación del que culminó con la gesta de Mayo de 1810, porque de lo que se trata es de volver a ser un país independiente, capaz de autodeterminarse rechazando toda dominación imperialista. Y una del que se desplegó a partir de 1946, porque la gran tarea de hoy es reindustrializar la Argentina, con justicia social y progreso para todos.

¿Por qué reindustrializar? Porque así como la industrialización del país fue la base que permitió redistribuir los ingresos con un sentido de progreso, instalar extendidamente la cultura del trabajo, la movilidad y la justicia social, el respeto a los derechos de los trabajadores, la ampliación de sus conquistas y del bienestar general, el desarrollo de la ciencia y la técnica nacionales, entre muchas otras cuestiones, hoy en día solo reindustrializando podremos salir del drama y el atraso en que nos ha sumido el modelo neoliberal. Unicamente sembrando de nuevas fábricas el país resolveremos genuinamente la desgracia de la desocupación y del hambre, podremos elevar salarios, jubilaciones y pensiones en forma duradera, tener mas presupuesto para salud y educación, mas viviendas; nuestros profesionales podrán ejercer y perfeccionarse, nuestros científicos e hijos se quedarán en el país, nuestros ancianos tendrán una vejez digna y nuestros jóvenes futuro. Solo así disminuirá la pobreza, los trabajadores tendrán una vida que merezca vivirse y posibilidades de progreso, y la clase media volverá a ser pujante. Solo por esta vía nos insertaremos adecuadamente en el mundo y seremos respetados. La reindustrialización es el corazón de un nuevo Proyecto Nacional.

¿Ahora bien, qué significa reindustrializar la Argentina en esta época que nos toca vivir?¿Sustituir nuevamente importaciones como en los años ?30, ?40 y ?50? Sin dudas que hay que volver a producir una cantidad significativa de cosas que se hacían en el país y que hoy han sido reemplazadas por productos importados. Sin ir mas lejos hay que reconstruir la industria de autopartes, para no hablar de la metalúrgica, la textil, la del calzado, etc, etc. Pero con ello no alcanza. La brecha tecnológica que se ha abierto con las naciones industrializadas es enorme y corremos el riesgo, si cerramos totalmente la economía, de atrasarnos a un punto que ya no podamos retomar el tren de la modernidad. De allí que una parte de los productos industriales que necesitamos, sobre todo de capital, pero también intermedios y hasta algunos de consumo, hay que comprarlos, en una primera y tal vez larga etapa, en el exterior; tanto para responder a la demanda que desde aquí no se pueda satisfacer, como para que nuestra propia industria deba, dentro de normas adecuadas, competir para ser eficiente. Esto significa en resumidas cuentas una capacidad de importar indispensable, para la que no bastan las exportaciones de productos primarios o de comoditties como el acero, los productos químicos y petroquímicos, el petróleo (si es que se justifica seguir vendiéndolo en el exterior), aun cuando incrementemos las mismas. Hay que exportar también productos manufacturados crecientemente, y para ello hay que gestar industria de exportación; la que debe tener como primer objetivo cubrir los mercados de los países sudamericanos, para poder luego saltar a metas mas ambiciosas en el mundo. Es por ello que el Mercosur y la ampliación del mismo a otras naciones de la región, debe ser parte inseparable de esta estrategia de poner de pié la Argentina.

En resumidas cuentas entonces, reindustrializar el país quiere decir dos cosas: sustituir importaciones, y exportar al mismo tiempo manufacturas de creciente valor agregado. Con una estrecha vinculación entre ambas cuestiones.

A esta salida económica se le oponen decididamente desde el establishment que implementó el modelo neoliberal todos estos años. Un segmento del mismo, el que expresa al poder financiero y las privatizadas por sobre todo, fuertemente vinculado a las políticas del FMI, sostiene que nuestro país debe seguir especializándose en exportar productos primarios; adosándole a lo sumo algunos servicios. Y con lo obtenido por ello dedicarse a comprar, con un dólar lo mas barato posible, todo lo que la Argentina necesite; ahora ALCA mediante. Por cierto, como lo hemos comprobado todos estos años, ese es el dibujo de un país para pocos y ricos, mas oligárquico que el de los oligarcas del 1900, casi colonial, prácticamente sin industrias, con alto desempleo y pobreza extendida. Ahora mucho mas todavía, porque exigen pagar la enorme deuda externa que ese mismo modelo generó. Para los que queden afuera (la mayoría de la población por supuesto) y se rebelen ante tamaña injusticia, represión.

Y también se opone, en esencia y mas allá del discurso, a esta reindustrialización el sector mas débil del bloque de poder; ese compuesto por los grupos exportadores extranjeros, algunos capitales europeos y la mayoría del gran capital nacional. Su propuesta de recambio del modelo que alcanzó su apogeo con el menemismo, consiste por sobre todo en modificar a los principales beneficiarios del mismo; es decir, que las enormes ganancias del saqueo a los bolsillos populares y de las riquezas nacionales vayan a parar principalmente a sus manos, en lugar de ir a las arcas de los bancos y las privatizadas. Para esto proponen un dólar alto que favorezca las exportaciones. De reactivar el consumo, redistribuir los ingresos, y a partir de allí redinamizar el mercado interno para, entre otras cosas, bajar en serio el desempleo, ni hablar; eso, según ellos, solo haría menos competitivas las exportaciones al encarecer la mano de obra y disminuiría los saldos exportables. En síntesis, nada de salirse del modelo neoliberal, sino implementarlo con otros ganadores; y por cierto con los mismos perdedores: el país y las mayorías populares. También tienen represión para los que resistan; ahí está lo del 26 de junio del 2002 en el Puente Pueyrredón de Avellaneda para probarlo.

COMO REINDUSTRIALIZAR EL PAIS

Para emprender esta tan grande tarea, que seguramente llevará años, hace falta capital. Del exterior con seguridad no vendrá demasiado por diversas razones: porque no les ofreceremos negocios tan rentables como, por ejemplo, les brindó Menem; porque no hay abundancia de dinero en el mundo y menos para ir a naciones que muestren espíritu soberano; porque están «enojados» con la Argentina por haber decretado el default de la deuda externa, etc. Por lo tanto habrá que «vivir con lo nuestro», o dicho en otras palabras, utilizar nuestras propias riquezas y trabajo para volver a desarrollarnos con un sentido de equidad.

Analicemos entonces el pasado. El peronismo gobernante del OE46 en adelante obtuvo el capital para poder industrializar el país de aquí mismo (tampoco vino nada del exterior por el carácter nacionalista de esas presidencias del General y por la postguerra que se llevaba los capitales a Europa y Japón). Fundamentalmente de dos lugares: capturó una parte importante de la renta agraria, que era la mas importante en ese entonces, a través de nacionalizar la comercialización de los productos del campo en el exterior vía el IAPI; y se hizo de la renta de las empresas públicas por medio de estatizar algunos servicios en manos del capital extranjero como los trenes o la electricidad, de crear otras nuevas y de mejorar las preexistentes. Con los recursos de allí obtenidos, y con el poder económico y político que eso le brindaba, puso en marcha la transformación del país en un sentido de progreso.

¿De donde obtener el capital necesario en la actualidad? De los que mas tienen y de las riquezas del país, obviamente. Eso significa que el Estado, al que hay que fortalecer sistemáticamente, debe apropiarse por lo menos de una parte importante de cinco grandes rentas:

De la renta financiera: que capturada hasta ahora por el poder financiero internacional y los grandes bancos locales ha estrujado la nación. Los mecanismos para ello son, entre otros, suspender el pago de la deuda externa, poner severos controles a los capitales golondrinas y al mercado cambiario, nacionalizar los depósitos, poner impuestos a las ganancias financieras y fortalecer la banca pública. Todo lo contrario de lo que propone el FMI.

De la renta agraria: que sigue siendo una de las mas grandes y de apropiación mas concentrada. En una primera etapa hay que, como el peronismo hace cincuenta años, nacionalizar el comercio exterior de los productos del campo, agregándole ahora el de sus principales manufacturas. Introduciendo además impuestos como el de la renta potencial (aquel que intentó Giberti en 1973) que castiguen los campos improductivos. En una segunda etapa hay que abordar el problema de la propiedad de la tierra, para terminar así con los grandes latifundios y elevar la producción y la productividad agraria.

De la renta petrolera: como en casi todos los países que poseen este estratégico recurso, hay que renacionalizar el petróleo y el gas, permitiendo así que queden para el país los dividendos que generan; y cuidar paralelamente las reservas hoy dilapidadas crecientemente, con los riesgos que eso conlleva a un país como él nuestro donde no son muy significativas.

De la renta de los servicios públicos: apropiadas escandalosamente en la década de los ?90 y remitidas al exterior. Se deben renacionalizar aquellos que el Estado esté hoy en condiciones de manejar; y en los restantes deben ser rediscutidos profundamente los contratos, estableciéndose en los nuevos pautas muy precisas de ganancias posibles, de inversiones, de calidad de las prestaciones, y de control de parte de los usuarios, los trabajadores de las empresas y el Estado.

De la renta del gran capital extranjero y nacional en todas las áreas de la economía: la que debe tener razonabilidad de acuerdo a los parámetros internacionales respecto de lo invertido, y no el carácter expoliador que ha tenido en nuestro país aprovechándose del control monopólico de los mercados y de la complicidad de los gobiernos. El sistema impositivo es el que fundamentalmente debe determinar esto a través de una modificación profunda del mismo; la que, simplificando, debe establecer que «los que mas pagan son los que mas tienen y ganan».

Con esa masa de recursos en sus manos el gobierno popular que se decida a transformar la Argentina profundamente en un sentido de progreso, debe encarar con convicción y firmeza la reindustrialización de país. El crédito por sobre todo, la política impositiva, monetaria y cambiaria, los subsidios, los aranceles de exportación e importación, la inversión pública (incluyendo en esto la realizada en salud, educación, ciencia y tecnología), las regulaciones económicas, las tarifas de los servicios públicos, el sistema previsional, son todos instrumentos que deben converger homogéneamente para la exitosa materialización de ese objetivo estratégico llamado a parir un nuevo país.

Como así también la política de redistribuir la riqueza en un sentido inverso a lo sucedido de 1976 a la fecha (en aquel entonces el 10% mas rico de la sociedad tenía ingresos 12 veces mayores que el 10% mas pobre, y en la actualidad la brecha es de 34 veces), y de promover el aumento del consumo (a través de incrementar el salario, las jubilaciones y pensiones, y los subsidios al desempleo mientras este flagelo persista). Ambas cuestiones son la base para dinamizar el mercado interno, sin lo cual toda estrategia de reindustrialización tiene como horizonte el fracaso. Incluyendo en esto la destinada a la exportación. La experiencia indica que solo los países que desarrollan la industria para sus mercados internos, luego son exitosos para exportar. Cuenta de ello debieran tomar los que se compran la interesada idea de que con concentración de los ingresos, bajo consumo y alta desocupación (es decir, sin mercado interno), vamos a salir de perdedores exportando algo mas que productos primarios.

Los que destruyeron el país estos años maceraron a la sociedad con el latiguillo de que saldríamos adelante, «al primer mundo» gustaba decir Carlos Saúl, de la mano de la «iniciativa privada». Porque a su entender el Estado es un «mal empresario». Lamentablemente tuvieron en su momento la capacidad de convencer de ello a muchos argentinos, los que probablemente no sabían que mucho años antes ya Perón sabiamente había señalado que «lo del libre mercado es una mentira, a la economía de nuestros días o la dirige el Estado o la dirigen los monopolios». Ya sabemos quién la condujo en nuestro pasado reciente y las consecuencias de ello. De allí que sostenemos con convicción que en el proceso de reindustrialización que hay que llevar adelante, para que en definitiva pueda plasmarse, el rol principal lo debe tener el Estado. Un Estado eficiente, competitivo y hasta austero en lo que haga falta, pero que no resigne ni un ápice su papel determinante en la economía.

Se debe incluso ir mas allá. En el proceso de industrialización que hay que desarrollar en el ámbito privado, no solo hay que apostar a las empresas de conformación capitalista tradicional (las que, mientras cumplan con las leyes del país, deben por cierto ocupar un lugar no menor, sean de origen nacional o extranjero), sino también a aquellas de propiedad colectiva y muchas veces solidaria, como las del cooperativismo o las actuales empresas recuperadas. Se debe además apoyar en serio (y no en el verso como ha sido habitual) a la pequeña y mediana empresa, para que se tecnifique, se capacite, y produzca así competitiva y eficientemente. Como es sabido, una parte significativa del desempleo se puede resolver desde allí, sin que sea económicamente contraproducente.

Para terminar digamos que la reindustrialización del país debe hacerse con un claro sentido federal, contemplando la integración de todo nuestro suelo patrio, si queremos ser una nación fuerte. Siempre los que gobernaron en sintonía con intereses ajenos y en función de las minorías entreguistas, lo han hecho impidiendo la integración económica nacional. Así fue durante la colonia española; también con la hegemonía británica a fines del siglo diecinueve y principios del veinte (basta ver el tendido de las vías férreas de ese entonces para tener una cabal visión de la estrategia de aquel imperio); y se llevó hasta su punto máximo con el modelo neoliberal, que por boca de Cavallo explicitaba la «inviabilidad» de muchas provincias argentinas después de haber trabajado a conciencia para destruir su entramado productivo. Solo en algunos momentos Rosas, mas tarde el efímero y débil gobierno de la Confederación Argentina de l853 a l862, luego las administraciones de don Hipólito Irigoyen, y sobre todo el gobierno de Juan Perón de 1946 a 1955 (introduciendo, entre otras cosas, pujante industrialización en Rosario y en Córdoba), intentaron cambiar este signo unitario y centralizador que las clases dominantes nos han impuesto en nuestros 200 años de historia. Un nuevo Proyecto Nacional debe contemplar construir un país en serio, integrado no solo política, sino también social y económicamente; con desarrollo armónico de Jujuy a Tierra del Fuego, del Atlántico a los Andes.

El desafío es muy grande, hay que hacer otra Argentina pisando fuerte los callos de los poderosos. Para ello hay tener fuerza política. Esto nace por sobre todo de un pueblo movilizado y organizado; y cuando hablamos de pueblo decimos trabajadores ocupados y desocupados, pobres de la ciudad y el campo, estudiantes, profesionales, jubilados, campesinos, intelectuales. En definitiva millones y millones de compatriotas, la amplia mayoría de nuestra ciudadanía, dispuestos a ser partícipes de esta verdadera revolución. Y decimos también que se construye fuerza política impulsando activamente en esta patriada el surgimiento de militares sanmartinianos, que como sus pares de la independencia y como muchos de sus camaradas de Latinoamérica en nuestros días, aspiren a tener un país vigoroso, digno y soberano; sumando además a la iglesia comprometida con el pueblo y no con el poder, que tan cristalinamente representaron obispos como Monseñor Angelelli o, mas cerca en el tiempo De Nevares, Novak y Hesayne; y también al empresariado nacional que vincule el progreso de su empresa al bienestar del pueblo y al éxito del país, y no a su destrucción.

HUMBERTO TUMINI
Secretario General de la Corriente Patria Libre

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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