Sharon quiere mostrar que el abandono de Gaza no implica (como en el Líbano) un triunfo de la resistencia árabe. Por ello quiere cercar a esta franja por tierra, mar y aire. Sin embargo, su retirada de dicha franja puede acabar costando el retiro de su actual gobierno. El futuro de su gabinete es dudoso. En Israel los gobiernos son parlamentarios y requiere del apoyo de 61 de los 120 congresistas. Tras la salida de los más ultra-derechistas Sharon ha quedado sin mayoría absoluta. Para volver a tener ésta tiene dos alternativas: una es coaligarse con el laborismo (aunque un sector de éste no se aliaría a Sharon) para lo cual tendría que romper con los nacionalistas religiosos y parte de su partido, y otra es querer integrar a los ortodoxos para lo cual podría romperse su pacto con el centro secular (Shinui).
Por increíble que parezca la estabilidad del gobierno de Sharon dependió del chantaje que hiciera Unidad Nacional. Israel era el único país que se reclama democrático donde en su gobierno había ministros que hacían campaña por limpiar étnicamente a entre un tercio y la mitad de sus habitantes. La salida de esa pequeña fuerza ultra-derechista ha mostrado la fragilidad del sistema israelí.
La desconexión de Gaza, además no es aceptada por ningún estado de la región ni por ninguna fuerza palestina. Sharon ahora se ve entre varias tenazas. Por un lado la derecha le acusa de renegar de su vieja posición a favor de alentar colonias en los territorios ocupados a fin de anexarlos. Por otro lado el centro y la izquierda sionistas conciben que para lograr la paz es necesario abandonar el grueso de los territorios capturados hace justo hoy 34 años atrás y buscar acuerdos con la Autoridad palestina, a quien Sharon tanto ha atacado y hasta advertido que podría liquidarla.
Isaac Bigio
Analista Internacional