Desde la envidiable y seguramente envidiada vanidad de su sofisticado y aristocrático estudio situado en la barcelonesa Avenida Diagonal, decorado con su propia obra y por su prestigioso amigo, el interiorista Jaume Tresserra -sin duda, merecedor de un premio al buen gusto- Cruells analiza su trabajo desde una perspectiva muy diferente a como lo hacía hace años. De quemar cuadros en la noche de San Juan, aquellos que consideraba dignos y capaces de poder retornar al creador con sus llamas y cenizas la purificación de su libertaria alma, ha pasado a respetar y venerar cada una de sus enormes e impactantes obras; hasta el punto de estar ya preparado para esparcirlas en la globalidad a sabiendas de que contarán a todos sus estigmas más anclados en el subconsciente.
Porque Albert Cruells, uno de los realizadores publicitarios españoles más premiados tanto a nivel nacional como internacional -ni recuerda el número de galardones que posee, ni en las paredes de su estudio hay rastro de ellos- capaz de grabar a fuego en la memoria de generaciones enteras frases como “los limones salvajes de Caribe” u “Hola, soy Edu… ¡Feliz Navidad!”, ha sido incapaz de idear un slogan para que el público internacional beba los vientos por sus cuadros, debido -seguramente- a esa disfrazada de osadía, timidez, que caracteriza a los artistas; aunque bien es cierto que no hay banquero, político, arquitecto o abogado que se precie, que no haya invertido en al menos una de sus firmas.
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Instalado en esos ademanes de burgués revolucionario que lo han mantenido toda la vida entre lo humano y lo divino, la obligación y la devoción, la libertad y el libertinaje, lo ético y lo prohibido, la lujuria y la inocencia o el pragmatismo y la ilustración; Cruells es, además de un artista, el más carismático de los anfitriones. Su jovialidad y grandilocuencia demuestran que el arte no tiene, por necesidad, su origen en el oscurantismo trascendental de una mente tortuosa, sino que puede proceder del equilibrio ganado durante décadas de lucha puramente perfeccionista. La obra de Cruells retrata la vida misma vista desde el sentido del humor y la ironía propia del que ha conseguido doblegarla. Es una pintura inteligente y realista; pero también el medio que el pintor ha elegido para ensalzar la originalidad y su propia existencia. Albert Cruells es un ser brillante, y así lo hemos visto a través de esta entrevista.
Gema Castellano