Entornado de buena y diplomática retórica, que no era momento ni lugar de sacar los pies del tiesto, Don Felipe reconoció que el paro es la principal preocupación dentro de una situación económica difícil, y recordó que la protección social por parte de los Estados debe estar suficientemente garantizada ahora más que nunca.
Sin embargo, el heredero de la Corona de España dejó ”perlitas” de cordura aptas para “el buen entendedor”, en las que es justo hacer hincapié para darnos cuenta de que la solución está en manos de todos; no sólo en los gobiernos, sean del color que sean. “La crisis demuestra a España que necesitamos nuevas bases para crear y generar empleo”, decía Felipe de Borbón, y no le falta razón. Porque los que piensen que la especulación inmobiliaria, la construcción desaforada o el turismo incontrolado nos va a devolver en un futuro próximo o lejano a la “sinrazón” del final del s.XX e inicios del XXI, se equivoca.
Se impone, evidentemente, una auténtica reflexión pero no en las altas esferas, que también, sino individual y en el seno del lobby económico más primario: la familia. “La educación ya no es sólo un derecho fundamental de la persona, sino también una exigencia imprescindible para acceder al mercado de trabajo”, ha dicho Don Felipe en su discurso. Ciertamente, las familias deben recuperar el objetivo de la educación de sus hijos como inversión a futuro y misión sobre todas las demás, para que más tarde puedan competir dentro de una sociedad que ya no es industrial, sino tecnológica y del conocimiento.
Y son los padres los que, en este sentido, están obligados a redescurbir cual es su papel y función dentro de esta estrategia y dejar de culpar a un ente tan abstracto como es “la sociedad” de la falta de orientación de sus hijos. El mundo ha cambiado y necesita mano de obra muy cualificada. Requiere individuos informados y comprometidos con un progreso sostenible que conformen naciones y estados capaces de “alcanzar un orden económico internacional estable y próspero”, en palabras del heredero de Don Juan Carlos. Si criamos analfabetos del sXXI, nos convertiremos en un país empobrecido habitado por marginados tecnológicos y del conocimiento, que seguirán culpando a “la sociedad” y al gobierno de turno de un desempleo y una pobreza endémica e irreversible, que no tiene otro origen que la falta de educación, formación y compromiso del individuo.
Porque no hay gobierno en el planeta que pueda crear puestos de trabajo destinados a ser obsoletos. El mundo evoluciona solo y sin remedio, y los individuos debemos evolucionar con él. El progreso destruye puestos de trabajo pero crea otros nuevos que requieren ser ocupados por nuevas generaciones muy formadas, y ahí es donde radica nuestro problema. Estos empleos exigen preparación a la que se llega mediante una actitud comprometida, y ésta debe ser inculcada a las nuevas generaciones por los padres. Porque la sociedad está obligada a crear centros adecuados y facilitar medios que inculquen el conocimiento, pero son los progenitores los encargados de educar, de fomentar en sus hijos una actitud comprometida y de inculcar la responsabilidad, la solidaridad y el respeto.
Si esto no se cumple, tendremos dentro de unos pocos años, muy pocos, legiones de jóvenes ociosos y analfabetos del conocimiento apegados al subsidio, una sociedad insegura y empobrecida, y un país a la cola del desarrollo, sin que nadie pueda remediarlo. ¿Recuerdan la caída del Imperio Romano?
Sin duda estamos asistiendo a la configuración de un nuevo orden mundial. El control, el contenido y la direccionalidad de la información se han ido al traste con la popularización de Internet y con la mundialización. El acceso a la información es mucho más fácil que hace un cuarto de siglo, pero el exceso de la misma y la manipulación están, también, creando un rechazo de una juventud poco capacitada y entrenada para el análisis que cada vez maneja menos datos para poder entender la realidad actual a pesar de sus amplísimas opciones para acceder a la información.
Don Felipe ha puesto el dedo en la llaga. Ha hecho hincapié en que la educación ya no es sólo un derecho, postulado que se defendía hace varias décadas superado ya en un país desarrollado; sino una exigencia para con los individuos del s.XXI que desean acceder al mercado de trabajo. Un discurso osado para el que sabe leer entre líneas, que marca sin duda las necesidades de unas sociedades actuales en continuo cambio que exigen mujeres y hombres comprometidos, informados y capaces de dibujar innovadoras, eficaces y sostenibles formas de vivir.
Gema Castellano
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