"Me organicé para que nadie más se encargara del desarrollo de las praderas, porque es algo que me encanta hacer; además, estoy probando nuevas técnicas y muevo animales de un lado para otro", señala el ganadero de ovinos del país, con el gesto adusto y una sonrisa que cuesta que asome. Es el resumen de lo que Marín hace con los ovinos: buscar agregarles valor y convertirlos en un rubro que tenga cada vez más peso en las exportaciones nacionales.
Es que está convencido de que Chile tiene condiciones para ser una potencia mundial en el rubro. Por ello, no sólo cría ovejas. Ha desarrollado razas específicas y ha integrado todo el proceso de producción: desde los animales en los predios hasta la instalación de una de las plantas faenadoras más modernas del mundo, que significó una inversión de 12 millones de dólares y que está autorizada para exportar. Pepe Marín, como se le conoce en la zona, es famoso por su mente innovadora.
Como un hombre que asume riesgos hasta que le cambió la cara a la ganadería ovina y valorizó a un rubro que estaba acabado. Entender su historia requiere un flashback a la década de los 60. En sus veintitantos años su vida giraba en torno al fútbol. Era parte del equipo principal de la Universidad de Chile. Entonces descubrió que el deporte no era lo suyo y volvió a su natal Punta Arenas a estudiar Ingeniería en Ejecución Eléctrica. Mientras trabajaba en una empresa constructora familiar, vio que en los números tampoco estaba su futuro. Fue a fines de los 70 cuando optó finalmente por las ovejas e invirtió un millón de dólares en la compra de predios para criarlas. Fue una revolución en una zona donde la tierra valía poco y el negocio ovino no era rentable.
"Fueron muchos los que vendieron sus propiedades porque el precio que se pagaba por el kilo de carne era muy bajo", cuenta refiriéndose a la compra de sus primeros campos. Pero el gran salto lo dio en 1982, cuando apostó por la lana cuando todos los demás productores se enfocaban en la producción de carne. En ese momento la lana uruguaya tenía precios muchísimo más altos que la chilena. Marín no entendía la razón y en el país la información sobre el tema era escasa y no había interés. Viajó a averiguarla a Uruguay.
Con información más actualizada decidió participar directamente en el comercio internacional. "El año 88 me fui a Nueva Zelandia y logré incorporar mis productos a los remates laneros. Lo divertido fue que ese año mi lana alcanzó los precios más altos. Llegué a obtener US$ 3,80 el kilo, lo que fue histórico. Pero los neocelandeses se asustaron porque ya Chile los había sacado del mercado del kiwi y nos sacaron del sistema de remates", cuenta. Hoy la Sociedad Comercial José Marín y Compañía Limitada produce unos 500 mil kilos de lana al año de una calidad de 19 micras, lo que es considerado de calidad superior.
Para conseguirlo importó animales de raza Merino Australiana que tiene un rendimiento aproximado de 60% lana y 40% carne. "La idea fue obtener lanas más finas, pero que también rindieran para la carne, queríamos un animal con doble propósito. El primer objetivo fue salir de la lana de 55 micrones que producíamos hasta entonces, es que cuando un animal está en el campo sólo se puede diferenciar por la calidad de su lana".
"Uno de los grandes productores de ovinos solía ser Australia, pero ha bajado en más de 100 millones de cabezas su masa ganadera, ya que los agricultores se han enfocado en otros rubros más rentables, como el vino. Por su parte, Argentina, otro gran productor, ha perdido más de 20 millones de cabezas. Esto hace que países como Chile puedan transformarse en potencias mundiales en exportaciones de ovinos y cubrir una demanda que está creciendo. Además, existe un gran espacio para aumentar el consumo interno de carne de cordero, que sólo llega a medio kilo anual", explica Marín.
Marín destaca que el impacto que el cambio climático tendrá en la ganadería magallánica sería positivo, ya que el alza de las temperaturas favorecerá el desarrollo de las praderas. "Llueve más en primavera y tenemos veranos de 25 grados, ahora tenemos más pasto para los animales. Lo malo, es que ha aumentado la fauna silvestre, principalmente la presencia de guanacos y liebres, que son plagas que nadie está controlando", dice.
Natalie Traverso V.
Revista del Campo – El Mercurio