Probablemente, no habría experimentado todo lo que se relata en este testimonio conmovedor, sin embargo, el afán por recomponer su vida tratando de olvidar el pasado feliz que nunca iba a volver, la hizo casarse de nuevo, esta vez con Yusef, un musulmán de pensamiento ajeno para ella y para los suyos.
Poco después de casarse en Madrid, Yusef consiguió convencer a Dolores para que se trasladaran a vivir durante un tiempo a Gaza, pero cuando llegaron a aquellas tierras áridas, inhóspitas y en régimen de ocupación por el gobierno israelí, se enteró de que todo había sido un engaño y de que nunca más volverían a España, o al menos no con las hijas que había tenido junto a él. Desde ese momento, entendió que aquel viaje era el inicio de una nueva vida, un nuevo y cruel aprendizaje. El hombre con el que ya había convivido se convirtió en un perfecto desconocido que la abandonó en manos de su madre y la sometió a constantes castigos y vejaciones en un intento desesperado por doblegar su rebeldía.
Sin embargo, lo peor aún tenía que llegar y llevaría a la protagonista de esta historia al borde de la muerte y de la humillación. Sólo en ese momento, se atrevió a emprender el rescate de sus tres hijas y a empezar una nueva vida. No sabía entonces a todo lo que se tendría que enfrentar. Dolores dice haber nacido más de una vez durante los años vividos, porque tantas veces ha caído, tantas veces el amor y la fuerza de voluntad la han empujado a seguir luchando. Esta es su vida, la prueba incuestionable de lo que es capaz de soportar un ser humano.
Un inesperado testimonio lleno de infortunios y sin embargo, de amor y esperanza. La extraordinaria historia de una mujer española que consiguió sobrevivir a una terrible vida en Gaza.
Dolores Sanyans se quedó embarazada a los 17 años. La noticia le pilló por sorpresa. Era demasiado joven y sin ninguna educación sexual. Su novio se casó con ella, pero cuando el bebé tenía un año, el padre murió de un infarto mientras hacía el servicio militar. No fue el único revés que la familia de Dolores sufrió ese año. Amelia, su hermana, averiguó con bochorno que su novio mantenía relaciones con un amigo de la infancia. Ambas hermanas se unieron más que nunca e intentaron salir juntas de la crisis. Un día, mientras paseaban por la Gran Vía, conocieron a unos estudiantes Palestinos que cursaban Ciencias Políticas en Madrid. A los pocos meses, Amelia se casó con uno de ellos y Dolores se comprometió con otro.
Cuando Dolores decidió seguir los pasos de su hermana y marcharse a vivir con su marido y con la familia de éste a Gaza, no sabía todo lo que le esperaba: como si hubiera hecho un viaje en el tiempo, de la noche a la mañana, Dolores tuvo que aprender labores domésticas que nunca había realizado: hacer el pan, cuidar de los animales, fabricar jabón para lavar la ropa. Tuvo que disfrazarse con velos y ropas que no eran los que ella acostumbraba a vestir. Tuvo que aprender a taparse para evitar la mirada de otros hombres. Aquel era un mundo totalmente ajeno, pero tal vez se hubiera adaptado si hubiera sentido que su nueva familia la apreciaba. Todo lo contrario. Desde el momento en el que puso los pies en aquel hogar, tuvo que soportar el maltrato de constante de un marido al que dejó de reconocer como al hombre del que se había enamorado en España, tuvo que aguantar los desprecios de su suegra que nunca la vio con buenos ojos, y menos, después de que tuviera tres niñas y ningún varón. Tuvo que soportar castigos constantes con los que pretendían "adiestrarla", "meterla en cintura", "someterla", como por ejemplo, que no la dejaran visitar a su hermana que vivía en otra ciudad cercana a la suya. Y tuvo que ver cómo Amelia, su hermana, su compañera, sí se sometía a una vida que no era la suya y a un marido que la manipulaba y la trataba como si fuera un animal.
Dolores no quería eso para su vida y tampoco para sus tres hijas, pero estuvo a punto de perder las fuerzas y la vida cuando su suegra, su marido y algún médico la obligaron a llevar en su vientre durante tres meses un bebé muerto. Su suegra se negaba a extraérselo y los médicos y el marido la apoyaban, decían que a lo mejor, el feto aún vivía. O tal vez, la familia no quiso pagar el coste de un aborto y por eso, cuando Dolores no aguantó más, la llevaron a un curandero que por un precio mucho más reducido le extrajo al bebé en un lugar infecto y sin ninguna garantía de que la madre pudiera salir con vida de la operación. Apenas una hora después del aborto, Dolores tuvo que levantarse por su propio pie y prácticamente desmayada, dirigirse a su casa, al lugar en el que no quería vivir y con la gente a la que no quería volver a ver.
Semanas después, al enterarse del fallecimiento de su padre, Dolores viajó hasta España. Cuando su madre y sus amigas la vieron no la reconocieron. Había perdido tanto peso y había sufrido tanto que el gesto se le había desfigurado. Rodeada de los suyos empezó a recuperarse y cuando avisó a su marido que iba a volver, éste le anunció que se había casado con otra mujer. A partir de ese momento, la única obsesión de Dolores fue recuperar a sus tres hijas, intentar sacarlas como fuera de la casa de su marido. Viajó a Gaza en varias ocasiones, primero para convencerles de que le dejaran llevarse a las niñas, después, simplemente para estar cerca de ellas. Sin embargo, en una de las ocasiones, su marido la violó, y a partir de entonces extremó todas las precauciones a la hora de viajar, incluso, a través de una ONG palestina, intentó secuestrar a las niñas, pero todo fue imposible.
Con el tiempo, Dolores rehizo su vida en España. Se dio cuenta de que ella no podía volver a un lugar en el que la maltrataban y en el que ya había otra mujer, un lugar que no era el suyo. Cuando ya llevaba años en España se enamoró de un antiguo vecino suyo. Durante meses, ella mantuvo todas las precauciones con su nuevo amante, pero un día se dio cuenta de que era un hombre bueno y de que la quería de verdad. Entonces aceptó tener un hijo con él. Dolores recuerda con emoción el día que se casó de nuevo: "tenía a mi marido a mi lado, también estaba mi hija. Cuando nos vi los tres juntos en el juzgado, sentí que tenía a los míos a mi lado y que mis hijas, desde Gaza, me querían. Había hecho por ellas todo lo que había podido y nunca las abandoné. De hecho, y a pesar del maltrato de su padre, las había seguido visitando una vez al año como mínimo. Me sentía orgullosa de mi misma y tenía todo un futuro para vivir y disfrutar."
«Reconstruir mi vida no ha sido fácil. Zambullirme en el pasado y recordar situaciones tan trágicas ha significado una terapia a veces sangrante que me debía a mí misma y a mis cinco hijas. El tiempo transcurrido no ha borrado de mi memoria las desgracias que en las siguientes páginas les voy a relatar. Esta es mi vida. He sufrido mucho, tanto que las lágrimas no me habían permitido hasta ahora reflexionar sobre mi pasado, pero por fin puedo contarlo y contármelo.»
La Autora: Paloma Sanz
Vinculada al mundo de la comunicación desde 1986, cuando aún estudiaba periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, Paloma Sanz entró a formar parte de la redacción de Antena 3 radio de la mano de Antonio Herrero. De inmediato se incorporó a los equipos de Jesús Hermida, José Antonio Plaza y José María García, a quienes reconoce como sus maestros. Cuando comenzaron a emitir las televisiones privadas, pasó a la plantilla de Antena 3 televisión, donde realizó labores de coordinación, guión y dirección en distintos programas. Hace cuatro años, decidió emprender una nueva andadura en la prensa escrita, y actualmente colabora en las publicaciones El País Semanal, Yo Dona y El Magazine de El Mundo, entre otras.
TíTULO: Rojo pasión, negro destino, verde porvenir
SUBTíTULO: El sobrecogedor testimonio de una española en tierras de Alá
AUTORA: Paloma Sanz
COLECCIóN: En Primera Persona
PáGINAS: 320
PRECIO: 17 euros
FECHA DE PUBLICACIóN: 9 de septiembre