Dicen, que la hermana gemela del Sha Reza Pahlevi -Ashraf- tuvo mucho que ver en la infelicidad de Su Alteza Imperial, título que conservó tras ser repudiada por el Emperador a causa de su infertilidad hasta su muerte en París en octubre de 2001; pero este dato, carente de todo rigor, parece responder más a la necesidad de introducir un personaje perverso en un guión programado de telenovela, urdido para alimentar el incipiente y lucrativo negocio de las revistas de sociedad en Europa.
Mientras tanto, Soraya -al igual que Grace Kelly- se convertía en la imagen de marca glamourosa y propagandística de, en el caso de la ‘Princesa de los Ojos Tristes’, un reino pobre y subdesarrollado que pronto se transformaría en Irán de donde su Príncipe se exilió llevándose consigo -según se ha estimado- unos 20.000 millones de dólares.
Pero antes de producirse el éxodo del Sha, Soraya había experimentado el suyo propio repudiada por no haber podido dar continuidad de linaje a los Pahlevi -arrastrando su tragedia de amor por las portadas de todas las revistas de la época y por los lugares más “chic”- creando, así, su propia leyenda.
Años más tarde, Soraya confesaría que su gran amor había sido el director de cine Franco Indovina, a cuyas órdenes hizo sus pinitos cinematográficos en la película “I tre volti” rodada en 1965. Quizás su pasión por el Sha fuera solo fascinación por una vida de lujo desmedido y fama; y su melancolía, la manera de mantener una lucrativa leyenda. !Quién sabe!. En cualquier caso y aunque hablamos de una existencia de cuento en la que la realidad y la ficción “son” lo mismo, el rigor me impide dar un final mágico, feliz y conveniente para la historia de este maravilloso “escarpin”, creado por Roger Vivier en 1962 para Soraya.
Porque sólo hay uno -un solo zapato- y por él la propia casa Roger Vivier ha pagado la cantidad de 19.750 euros en una subasta realizada por la parisina Casa Aguttes. Podría novelar mi relato argumentando que la otra pieza del par -confeccionado con hilos de plata, sedas naturales y topacios- lo perdió la Emperatriz mientras huía entre sollozos del Palacio Real, rechazada y herida en su orgullo, y que el Sha la recogió para guardarla como recuedo de un amor imposible; pero no lo haré.
Porque lo cierto es que la Emperatriz Soraya no existió nada más que para el papel “couché”, que Soraya Esfandiary fue una infeliz que sólo se encontró a sí misma al final de sus días y que este zapato no tiene más historia que la de ser una obra de arte artesanal que, por fin, ha regresado a casa.
Gema Castellano