Porque el Nou Ramonet es lo nuevo de Can Ramonet; lugar de encuentro, en el barrio de la Barceloneta, de emigrantes andaluces, marineros, pescadores y trabajadores de la maquinaria pesada -que se instaló en el barrio a mediados del s.XIX- en torno a un aguardiente, a sus famosos caracoles y una animada conversación. Entonces, en plena época de la construcción de los talleres de la Maquinista Terrestre y Marítima -la empresa metalúrgica barcelonesa por excelencia- en 1861, el local era simplemente la Taberna más frecuentada de La Barceloneta, fundada en 1763.
Cuentan -los que han pertenecido desde siempre de este barrio emblemático, castizo y, también, un poco olvidado por una Barcelona vanguardista y de diseño- que el tren de La Maquinista, tirado por caballos, frenaba en seco delante de la bodega camino al puerto; y cien años después, cuando ya era regentada por Ramonet, casi tres mil obreros comenzaban su jornada laboral en la misma taberna. Los asiduos a la bodega, gente poco delicada y refinada, sacaban de quicio al Barón de Maldá (1746-1819) –Rafael de Amat y de Cortada– un ilustrado que criticó abiertamente a las gentes de la bodega por borrachos, jugadores y ociosos, enfrentándose a la opinión del diplomático francés, Francisco Peyron, quién -por llevar la contraria al noble catalán- defendía la tesis de que, al día siguiente de una jornada de fiesta, los trabajadores producían más.
En cualquier caso, no sólo el pueblo se rendía, en la taberna de la Barceloneta, ante los encantos de Baco. Cuentan algunos pescadores, que la mismísima Isabel II fue vista por esos lares, después de ocupar la mañana recibiendo “baños de oleaje”. Una excentricidad para las gentes humildes dedicadas al mar, pero una saludable costumbre, sin embargo, para la nobleza. Cierto o no, los que sí hicieron historia en esa taberna fueron los trabajadores siderúrgicos, quienes jamás pensaron, mientras departían sobre sus vidas ante su vaso de vino, cuánto cambiaría sus vidas la construcción de aquella primera máquina de vapor. Corría el año 1856, y su construcción acaparaba todas las conversaciones.
Durante la Exposición Universal de 1929, la taberna de la Barceloneta seguía congregando parroquianos en una Barcelona sumida en el progreso y años después -ya siendo Can Ramonet– se convirtió en el punto de encuentro de los inmigrantes andaluces, que también se refugiaron en un barrio acostumbrado a recibir. Ahora, más de dos siglos después, Can Ramonet avala al Nou Ramonet; porque ya no puede con tanta demanda. El reto de Marc Francés, nieto del Ramonet más emprendedor, es conseguir que el “duende” que ha acompañado desde siempre a la taberna con más solera de Barcelona se digne a bendecir a la nueva con la buena estrella.
De momento Marc y Ana, su mujer -herederos de la responsabilidad de mantener viva una leyenda- lo dan todo para que esto sea así. Y los que llegan a Barcelona lo agradecen, pero la ciudad sigue su inercia de progreso y modernidad, olvidando -muchas veces- su esencia. Al Nou Ramonet, situado en el número 5 de la calle Carbonell, se entra por la cocina -sí al cliente le viene de gusto- porque la familiaridad, la calidad de las materias primas y el decoro en su ejecución, lo permiten. Si acceden, sin embargo, como Dios manda, es decir, por la puerta principal, verán que es un lugar que quiere que los de aquí lo tengan en cuenta; sin olvidar el carácter histórico de acogida que arrastra la zona. Merece la pena.
Gema Castellano
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