Con el periodismo amordazado, estamos condenados a la tiranía. Desde hace tiempo, ¿no tienes la sensación de que lo que te cuentan los medios no coincide con lo que ves con tus propios ojos? ¿No crees que mucha gente vive engañada? ¿Y no te preocupa el señalamiento y la persecución de periodistas que intentan hacer su trabajo?
Las democracias occidentales, como la nuestra, no caerán por invasiones militares extranjeras ni por golpes de Estado, sino por la implosión de su propia salud democrática, que está infectada por un virus letal: la falta de libertad de expresión.
La cadena de la censura
Hoy, no son pocos los periodistas que están amordazados por sus propios jefes, quienes a su vez responden a los intereses de los propietarios de los medios, generalmente vinculados a filiaciones políticas. Esta cadena de dependencia no solo limita la labor periodística, sino que convierte a muchos medios en herramientas del poder, en lugar de ser su contrapunto.
La prensa nunca fue realmente el cuarto poder, sino el primer escudo para protegernos del poder, de todo tipo de poder, porque si no se controla, termina dominando y aplastando al pueblo. Sin embargo, en este escenario preocupante, estamos viendo cómo las redes sociales, YouTube y otros canales digitales están sustituyendo a marchas forzadas a los medios tradicionales.
¿Por qué triunfan los canales digitales?
La respuesta es sencilla: tienen éxito porque informan sobre lo que el ciudadano de a pie ve con sus propios ojos, lo que piensa con su propia mente, y desconfían de las consignas impuestas. Informan sobre una realidad que no quiere vivir tragando sapos a diario.
Además, estos medios digitales crecen porque la brecha entre la información oficial y la real es cada vez más abrumadora. Es una separación de una gravedad extrema, y cada vez somos más los que hemos dejado de creer en los relatos que no coinciden con nuestra experiencia.
Medios tradicionales, financiamiento y activismo político
El problema no se detiene en la narrativa, dominada por la posverdad. Durante décadas, los medios tradicionales han dependido de dinero público: subvenciones, propaganda institucional y acuerdos económicos que, sin este apoyo, los harían inviables. Pero esta dependencia ha transformado a los medios en el verdadero brazo armado de la clase política contra el pueblo.
La prensa libre, con muchos menos recursos, ha ido menguando, aunque aún sobrevive.
Esta dependencia económica no solo es una mordaza para los periodistas, sino que ha convertido a muchos en activistas políticos que trabajan más por intereses ideológicos que por vocación informativa. Esto plantea una pregunta crucial: ¿qué clase de periodismo queremos respaldar?
Recuperar el poder como ciudadanos, consumidores de información.
Frente a este panorama, me pregunto: ¿qué podemos hacer como ciudadanos? Creo firmemente que nuestro verdadero poder no está únicamente en el voto, sino en nuestras decisiones como consumidores y usuarios de medios. Debemos volver a comprar periódicos, ahora en formato digital mediante suscripciones. Al hacerlo, eliminamos la dependencia de los medios de las presiones políticas y económicas, fomentando un periodismo que no esté amordazado.
Lo que necesitamos son informadores de la realidad, no formadores de opinión. Los periodistas deben ofrecer los hechos con la mayor objetividad posible, dejando que los lectores interpreten la información sin filtros ni sesgos manipuladores.
Yo, por ejemplo, estoy suscrito a dos periódicos, pero he decidido apoyar a más. Aun así, debo admitir que hoy me fío más de alguien que graba con su móvil y cuenta lo que está viviendo que de muchos medios tradicionales.
Una esperanza para el periodismo
A pesar de todo, creo que los buenos periodistas, aquellos que tienen auténtica vocación y recuerdan por qué empezaron en esta profesión, sobresaldrán en medio de tanta mediocridad y clientelismo. Es tiempo de que los ciudadanos retomemos nuestra responsabilidad en la defensa de un periodismo libre, apoyando a quienes informan con ética y valentía. ¡Viva la libertad!
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