Enigmático, divertido, tremendamente sarcástico, crítico implacable sobre todo lo que suponga mala educación, solitario vocacional, perfeccionista, tolerante y eminentemente sensible; “Blue Eye Charlie”, este era su mote en la Ibiza de los pioneros, nos ha entreabierto su caja de Pandora particular para que podamos imaginar cómo se puede llenar una vida, y en una entrevista ante todo emocional, descubrimos que es cierto. Para él, la amistad es una cuestión vital.
Tragicómica, realista, emocional…¿también autobiográfica ésta su segunda novela?
Aunque me han ofrecido mucho dinero por hacer unas memorias con nombres auténticos, algo que nunca haré, mi primera novela, al estar situada en Ibiza, se podría decir que de alguna manera sí era autobiográfica. De hecho, había algunos datos verídicos en ella. En esta segunda es precisamente todo lo contrario. Se trata de ideas absolutamente inventadas, aunque en lo que respecta al Alzheimer he tenido mucha experiencia. Mi madre batió ‘records’ con esa enfermedad, puesto que vivió veinte años con ella. Casi nadie consigue aguantar tanto. Ocho de esos años los pasó en una residencia; y yo, como buen hijo, la visité durante todo ese tiempo. Debemos tener en cuenta que el Alzheimer tiene un lado trágico pero también un lado cómico. He decidido que uno de mis personajes tiene esta enfermedad, y en ese punto sí que la novela tiene algo que ver con mi vida.
Y sarcástica; aunque este defecto o virtud es inherente a su propia personalidad. Sólo hay que hablar con usted algunos minutos para percatarse.
Recuerdo que de niño mi familia me decía que era sarcástico, aunque yo no comprendía entonces esa palabra. Lo cierto es que estoy cada vez más convencido de que todo hay que mirarlo a través de la lupa del humor. Hay ciertas cosas que resultan cómicas siendo trágicas. Piensa en esos programas de tv tan de moda en los que la gente se cae por un puente y se rompe la crisma. La gente se muere de risa. Nadie se plantea si después de la grabación del vídeo esa persona ha terminado en una silla de ruedas. En la desgracia siempre hay un lado cómico. En esta novela, el 50% trata la falta de memoria por un problema de Alzheimer y el otro 50% se refiere a la falta de memoria voluntaria del ingrato. Esa gente a la que a lo largo de tu vida has ayudado y que se olvida de ello o le molesta recordarlo.
¿Idolatra demasiado a las mujeres u odia demasiado a los hombres?
Hace unos días me sorprendió (porque esta novela debería haber salido en diciembre y casi me había olvidado de lo que había escrito) que todas las dedicatorias de la novela van dirigidas a varias mujeres. Casi todos los personajes son femeninos y los hombres quedan bastante mal parados. Esto constata esa especie de feminismo que arrastro desde hace mil años y que ahora se ha puesto tan de moda. Yo lo tengo desde la infancia. Otra cosa que me ha sorprendido una vez finalizada la novela, es que todos los personajes están afectados por la soledad. Fíjate en la cantidad de gente, tanto mayor como joven, que ahora vive sola.
¿Tiene miedo a la soledad?
Todo lo contrario. Para mí, hoy en día, la soledad casi es un lujo. En la actualidad el lujo consiste en gozar de espacio y tiempo. Esto, en soledad, se disfruta mucho más. Cuando era niño dibujaba un indio y una india, un moro y una mora… siempre gente en pareja. Mi destino, según mi educación familiar, era acabar viviendo en pareja. Al pasar los años, cuando esto no te ocurre, te das cuenta de que la soledad se convierte en una adicción. Hay estudios recientes que demuestran que la gente más feliz, entendiendo que la felicidad es la suma de pequeños momentos, es la que vive sola o que no tiene hijos. En los años ´50 pensar esto era una barbaridad.
¿Quizá es que los padres y los hijos no se soportan?¿Demasiada diferencia generacional?
La mala educación que existe en las familias y en los colegios en la actualidad genera unos problemas familiares de convivencia que impiden la felicidad. A mí, por ejemplo, me impactó muchísimo ver el botellón en el Campus Universitario. Podría comprenderlo en otros ambientes, pero ahí no. Cuando piensas que esas personas tienen que ser nuestros futuros abogados, médicos, arquitectos, etc. es para echarse a temblar. Yo me quedé de piedra porque parecían personajes del barrio más tirado.
Ya conozco dos abanderados de la buena educación; Nadine de Rothchild y Carlos Martorell. Ella escribe libros al respecto, ¿y usted?
Yo he escrito muchos artículos al respecto y sigo haciéndolo. La base de la convivencia es la buena educación. Si cuentas con una buena educación controlas mucho más la violencia y la agresividad y se fomenta la tolerancia. Me sorprende ver que hay un programa de tv donde se enseña a los padres a educar a sus hijos. Esto parece absolutamente de cachondeo. Si llegamos al punto de que hay que educar a los padres habrá que pensar que ellos tampoco tienen educación, y eso ya es un problema profundo. Este sistema de la tolerancia absoluta dejando que el niño se convierta en un dictador, es absolutamente negativo y absurdo. Sobretodo porque cuando comienzan a trabajar y se encuentran con un jefe que les da una orden, no tienen por menos que deprimirse. Insólito.
¿Pretende exculpar algún pecado a través de su novela?, muchos escritores lo hacen. Intentan lavar sus conciencias.
De alguna manera hay una especie de entonación de un “mea culpa”, porque yo pertenezco a la generación que lanzó las drogas. Fue inconscientemente, pensando que se trataba de algo maravilloso y muy beneficioso para el cerebro. Soy de la época en la que los Rolling Stones cantaban “Brown Sugar”, que es un derivado de la heroína; “Lucy in the Sky with Diamonds” era entonada por los Beatles, las siglas del LSD; o Eric Clapton cantaba “Cocaine”. Ahora todos están arrepentidísimos, pero claro, nosotros nos lanzamos sin ninguna experiencia. El personaje central de mi novela ayuda a una persona que ha caído en la droga al sentirse culpable porque le dio a fumar el primer porro. Antes no consumíamos, sino que experimentábamos con las drogas, pero no dejamos de ser promotores.
Personajes muy complicados que conviven con otros muy simples con una facilidad pasmosa. ¿Cómo consigue armonizarlos?
Además de todo, la novela es un homenaje a la buena gente sencilla. A toda esa gente sin dinero que cuida a estos enfermos de Alzheimer con una dedicación infinita. También es un recuerdo cariñoso para ese servicio que existía antes, a su fidelidad de años. Nosotros, en la casa familiar, tuvimos un ama que estuvo más de treinta años en casa. Estas personas ya no existen. Ha desaparecido ese servicio español fiel, de toda la vida, que lo dejaba todo para integrarse en una familia y cuidar de sus miembros con un cariño impensable. Con verdadero celo. Mi infancia está marcada positivamente por estas personas que, como te digo, ya no existen y eran imprescindibles.
Hablar de Carlos Martorell y de Ibiza casi es la misma cosa. ¿Cómo ha cambiado la isla?
Han pasado tantas cosas desde que yo llegué a Ibiza que a veces pienso que lo que allí viví fue un sueño. Por cierto, en la novela tienen mucha importancia los sueños. Hagamos un paréntesis importante. Insisto. Tienen mucha importancia los sueños. Mira. Para una persona que vive sola y que tiene una cierta edad, los sueños son fundamentales. Yo, como sueño en technicolor,lo que más me gusta al despertarme es intentar recordar lo que he soñado. Y si algo me despierta y el sueño me está gustando, hago un esfuerzo tremendo por recuperarlo, aunque en el 90% de los casos es imposible. El Alzheimer, para definirlo de una manera simple, es como si te echaras a dormir y estuvieras el resto de tu vida dentro de un sueño. Hay momentos que son agradables, otros en los que vuelves a la infancia y algunos que son como una pesadilla contínua.
Hablábamos de Ibiza…
Es cierto. Hablábamos de Ibiza. La isla que yo viví fue un sueño. Existían esas casas de campo sin agua ni electricidad donde recuperabas esos actos ancestrales como el de ir con un cubo al pozo a buscar el agua, vivíamos rodeados de gallinas que corrían por el campo e incluso dejábamos las puertas abiertas. Recuerdo que poníamos una libretita y un bolígrafo colgados en la puerta y la gente te dejaba notas diciéndote: “he pasado a verte”. La ciudad no estaba asfaltada y cuando instalaron el primer semáforo, no podíamos creerlo. En la playa de Las Salinas nos juntábamos quince personas en agosto. Conocíamos a todo el mundo por la calle y a las pocas horas ya eran como de casa. Generalmente te ponían un mote, yo era “Blue eye Charlie”, y todo era ideal. Existía un “hippismo” culto y cosmopolita. Había gente de la universidad de Berkeley, a quienes sus padres escondían en esa isla perdida para que no los mandaran a Vietnam, y conocías a muchos artistas y personajes interesantes como los Pink Floyd, Orson Welles, Romi Schneider, Ursula Andress y tantos otros. El nivel era impresionante. Era una explosión de libertad porque suponía el principio de un cambio total de vida.
Esto que me cuenta, ¿marca?
En absoluto, porque esas limitaciones eran un lujo. Piensa que no leíamos ni un periódico, no había televisión, no llevábamos reloj y no queríamos saber los apellidos de las personas a las que conocíamos. Había personajes como Mick Jagger, del que sólo sabíamos que era famoso en Inglaterra. No eran reconocidos como ahora. Yo me he encontrado con que en una de mis fiestas recientes invité a Mick Jagger y casi no le pude ni hablar aún siendo mi propia fiesta. Por ejemplo, en el reportaje que le he realizado a María Gabriela de Saboya para la revista “Hola” le recuerdo que el primer año de Pachá, el principio de la decadencia de la isla, llegó en el yate junto a sus primos, Simeón y Margarita de Bulgaria y un grupo de amigos. Los llevé al Pachá, ni siquiera el propio Ricardo Urgell tenía ni idea de quienes eran, y les coloqué a todos las camisetas con las cerezas. Bailaban como locos en medio de la pista. Esto ahora sería impensable.
¿Marbella también era así?
En Ibiza no se le daba ninguna importancia al estatus. Era el lugar más democrático del mundo. Eso fue lo que siempre la diferenció de Marbella. Allí se organizaban las cenas con caviar, las mujeres iban cargadas de joyas, tacones y alta costura. Se marginaba a mucha gente, y en Ibiza, mezclábamos a todo el mundo, íbamos descalzos e inventamos nuestra indumentaria.
¿Qué opina sobre la Ibiza actual?
Evidentemente estoy contra el cemento. Todos los que hemos querido a Ibiza queremos que los ibicencos ganen dinero porque cuando yo los conocí eran unas gentes muy pobres, pero todo tiene un límite. Una generación promocionó la isla internacionalmente y todo se podía haber hecho mucho mejor. Podría haber sido una isla fantástica, pero se ha hecho a toda velocidad sin cultura ni educación y el desarrollo ha sido nefasto. Todos esos tétricos hoteles que hay, como no se pueden dinamitar, se tienen que vender a bajísimo precio a gente que no busca dormir, sino la marcha desenfrenada. No les importa la calidad. Lo triste es que se siga metiendo cemento y que al final se convierta en un caos total sobretodo de tráfico.
¿Es recuperable?
Si. Claro que es recuperable, pero haciendo algo que nadie se atreve. Yo escribí un artículo hace unos años que se titulaba “Dinamita, por favor”, donde hablaba de la utopía de hacer desaparecer todo lo que sobra. Si se dinamita todo el cemento de la costa volverá a ser un paraíso. Pero esto es una utopía. No veo gente capaz de recuperar esta isla. Habrá gente que se enriquecerá pero los ibicencos cada vez vivirán peor.
Hábleme de la “Gauche Divine”. ¿Por qué sonrie?
Se hacían bromas diciendo que era más “divine” que “gauche”. Imagínate. Para mí fue muy interesante. Una de las personas que ha presentado mi novela, Serena Vergano, y Ricardo Bofill, que eran un apareja fantástica, fueron grandes amigos míos. Yo me introduje en un mundo absolutamente diferente al que vivía. Era un mundo más intelectual, mucho más atrevido y vanguardista en el que todas las normas se saltaban a la torera. Hizo de Barcelona un lugar realmente interesante. Todo modernidad. Ahora nos estamos convirtiendo un poco en un “pueblo”.
Cuénteme alguna anécdota. Seguro que las tiene a miles.
Recuerdo que Oriol Regas me pidió que colaborara en la organización del primer viaje Boccacio que se hizo a Ibiza. Se organizó un vuelo para 125 personas todas elegidas a dedo. Se alojarían en el hotel Montesol y después había una comida en Formentera con barcos organizados. Aquel viaje fue memorable. Las autoridades ibicencas pensaron que llegaba lo mejorcito de Barcelona y lo que llegó fue toda la farándula Gauche Divine. Dentro del avión montamos una barra libre con unos canapés de Via Venetto y música a toda castaña. La gente bailaba encima de los asientos y fue un vuelo divertidísimo. Cuando aterrizamos estaban las autoridades esperando con un ramo de flores y un italiano invitado sacudió una botella de champagne y los roció a todos que iban vestidos de domingo.
¿No los echaron de la isla?
El viaje no se consideró ‘non grato’ hasta que la dueña del Lola´s, una pequeña discoteca situada en una cueva que había en la isla y que era amiga nuestra, vino a recibirnos con un coche de muertos con plumeros negros. En el hotel Montesol, estos ilustres huéspedes, entre los que me incluyo, pasaban de una habitación a otra descolgándose por los canalones y fue algo impresionante. Entonces yo estudiaba derecho, y a partir de aquel día, Oriol Regas me ofreció trabajar como relaciones públicas, una palabra que no existía. En América se entendía muy bien, Public Relations, pero aquí la confundían con gigoló o cosas similares. Cuando se lo dije a mi padre, recuerdo que muy serio estaba sentado leyendo La Vanguardia, bajó el diario y dijo: “ningún hijo mío trabajará para musicantes”. Una palabra que se inventó.
¿Vale usted más por lo que calla que por lo que cuenta?
Siempre he escrito lo que me ha dado la gana, pero con mucha diplomacia y sin pretender ofender a nadie. Recuerdo que Jordi González me hizo una entrevista hace tres años en la que hablábamos de la gente a la que yo conocía y me dijo: “has conseguido no decir ni un nombre”. En efecto. Se pueden criticar las cosas sin decir ni un nombre. En dos ocasiones me ofrecieron colaborar en un corrillo de estos que se han puesto de moda en las televisiones. Les dije que no me interesaba hablar de cotilleos de famosos y posteriormente me propusieron hablar de Paloma Picasso, Andy Warhol etc. Imagínate. Mucho peor. Si me parece mal criticar a todos estos frikies, mucho peor a gente de nivel internacional. No tiene sentido demoler la imagen con pequeñas anécdotas estúpidas sobre gente que me ha dado su amistad y me ha abierto la puerta de su casa. Es ridículo.
Dicen que es usted capaz de subir a todos los cielos y bajar a todos los infiernos poniendo firmes tanto a ángeles como a demonios y haciéndolos adeptos a su persona. ¿Eso es el poderío?
No creo que tenga ningún poderío. Yo aprendí este sistema de Andy Warhol, precisamente. Un artista que la gente ha tardado años en aceptar. Cuando veo sus cuadros falsos en el “Gran Hermano” me entran ganas de vomitar. Hace cuarenta años, cuando yo pasaba los inviernos en New York, frecuentaba ‘la factory’ de Andy Warhol. Éramos amigos y traje a contraportadas de la Vanguardia y la Gaceta Ilustrada sus exposiciones, las cuales me dejaba fotografiar antes de exponerlas. Con él era toda una aventura. De repente un día comíamos con un culturista ordinario al que Wahrol fotografiaba para su revista y sobre el que me comentaba que era muy inteligente y daría mucho que hablar; y resulta que era Schwarzenegger, quién ha hecho una evolución tal y como la que imaginó Warhol.
Casi un visionario…
Llegaban Elizabeth Taylor, Farah Diva o el pintor Jean Michel Basquiat, el cual entonces dormía con cartones en la calle y hacía grafittis, y a todos los trataba igual. Warhol era mejor relaciones públicas que pintor. Tenía el arte de mezclar en su revista a absolutos desconocidos con super escritores como Truman Capote o modelos como Bianca Jagger. Esto lo aprendí muy bien. En las relaciones públicas hay que mezclar todo. Gente con dinero y sin dinero, con o sin fama, sin título o con título, aunque todos deben tener un punto de personalidad y estética que los distinga.
Carismático, enigmático, indispensable, poderoso…todo esto se dice de ud, pero también que tiene “mucha mala leche”.
¿Dicen que tengo mala leche?(ríe). Es cierto que tengo muy buenos amigos. La amistad es una escalera que hay que subir peldaño a peldaño. Ahora, cuando he tenido que promocionar la firma Paco Chicano en New York, con una llamada de teléfono hemos tenido desde la relaciones públicas número uno hasta los personajes más importantes apoyando la firma. Esto sólo se consigue siendo muy buen amigo de tus amigos. También tengo mala leche cuando hay que tenerla, pero no sabía que la gente se había dado cuenta.
¿Ingenuo?
También me toman el pelo a veces, o eso es lo que a mí me parece. Entonces recuerdo una frase bíblica que dice: “Teme la ira de los justos”. Uno puede ser muy simpático, muy amable, muy educado, etc, pero cuando veo que me tocan excesivamente las narices y sin razón justificada, entonces sí que me permito que me salga la rabia y la autoridad.
Verá. Yo no me imagino a un personaje como ud pensando en la jubilación.
Yo me tendré que morir con las botas puestas. Ni vendo un producto ni tengo una fortuna personal. Por tanto, hay que trabajar día a día. No puedo pararme. Antes me preguntabas si era ingenuo. Te diré que en La Caixa me han tomado el pelo miserablemente. Me han convencido de que tenía que hacer un plan de pensiones para mi jubilación. Durante años me persiguió el director y yo siempre le decía que mi pensión de jubilación era tirarme por un balcón. A ver si así paraba de darme la lata. Al final me convenció y he enterrado dinero en esa cosa. Al final he decidido que no seguiré con eso. Yo no puedo jubilarme nunca. El dinero que metí ya se lo he regalado a La Caixa, pero no verán ni un céntimo más.
¿Piensa seguir escribiendo?
Sí, claro. Pero me gustaría ser más fecundo. Lo que ocurre es que llevo una vida que no me deja tiempo para escribir. Cuando te viene la inspiración estás de viaje por algún sitio haciendo un trabajo u otro, y cuando estás en un momento de parón, resulta que no tienes ni la más mínima inspiración. Es muy complicado. De repente te ves delante del ordenador a las siete de la mañana sin parar de escribir y luego pasas un mes que no sabes añadir ni una letra. Yo no me considero un escritor, de todas maneras.
Dice que su novela es “costumbrista”, un calificativo que ahora se utiliza poco en literatura. ¿A qué se refiere?
Digo que es costumbrista porque hay unos cuantos personajes no analfabetos pero casi. Gente muy simple y sencilla que cuando quieren parecer un poco cultos o eruditos hablan con refranes. Esto yo lo veía en el servicio o en gente muy humilde durante mi infancia. Cada vez que deseaban darte un mensaje importante lo hacían mediante un refrán. No sabían expresarse. En la novela hay todo un abanico social. Desde la gente joven pasota, al personaje central que es un publicitario de una familia de la alta burguesía, hasta otro tipo de personajes mayores, el resto de su familia, que vive en el Eixample de Barcelona con otro sistema de vida. Por otro lado está el servicio doméstico, que me da pie a este tipo de literatura costumbrista.
¿Tiene ya tema para un próximo libro?
Hace poco tiempo organicé un evento en el que se sorteaban unos viajes en primera clase a la Polinesia y lo ganó un conocido mío. Casualmente, puesto que era un sorteo público y absolutamente limpio. Lo conocía desde la infancia. El día que tenía que ir a recoger los billetes para irse a la Polinesia no podíamos contactar con él. Yo le llamaba al móvil y no contestaba. Estaba muerto en el garaje de su casa dentro de su coche. Le había dado un infarto. Esto me hizo recapacitar muchísimo, porque mientras te encuentras bien siempre piensas que eres eterno. Un error.
¿Le afectó tanto como para convertirlo en el tema central de un libro?
No en el sentido que piensas. Yo había hecho un testamento a favor de un familiar al que nombraba heredero universal. Exactamente el más desfavorecido de mi familia. Después de la muerte de este amigo pensé que soy una persona afortunada que tiene muchísimos amigos. Unas cuarenta personas de las que casi un 80% son internacionales. Comencé a especular sobre qué es lo que les gustaría tener como recuerdo a cada uno cuando yo muriese. Antes de mi último viaje a New York redacté un documento, firmé todas las páginas a mano y lo dejé en la entrada de mi casa en un sobre donde ponía “Últimas voluntades”. Me parece que el próximo libro se titulará así: “Últimas voluntades”.
Gema Castellano
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