1. ANALISIS DEL CONTEXTO MUNDIAL
1.1. El contexto estructural de la situación política coyuntural
Desde la revolución industrial se vienen produciendo ondas largas de crecimiento e integración mundial, de aproximadamente 55 años de duración, conocidas como «ciclos Kondratieff», compuestos por una onda larga ascendente y otra onda larga descendente, ambas de unos 25 a 28 años de duración.
Durante las llamadas ondas descendentes (en rigor, de estancamiento per cápita) se producen muchas rebeliones sociales, movidas por la crisis. Pero el famoso «cuanto peor, mejor» se demuestra completamente erróneo. Sucede que todos los intentos revolucionarios fracasan cuando los excedentes económicos se reducen sistemática y estructuralmente durante más de 25 años; los pueblos que se rebelan tienen cada vez menos fuerzas y más estado de necesidad.
En cambio, en cada onda larga ascendente, cuando hay grandes y nuevos excedentes por una revolución tecnológica, se producen todo tipo de conflictos pol¡ticos y sociales en funci¢n del reparto de los nuevos excedentes. En estas fases se producen las guerras de expansi¢n imperialista, las guerras interimperialistas por la hegemon¡a y las guerras de liberaci¢n nacional y social. Todos los conflictos est n determinados por la disputa en torno a la distribuci¢n de los excedentes ampliados por las nuevas tecnolog¡as, que siempre abarcan algunas industrias b sicas espec¡ficas, alguna industria de bienes de consumo masivo caracter¡sticas del ciclo y una revoluci¢n en los medios de comunicaci¢n y transportes. En cada ciclo de larga duraci¢n, (que contiene en su transcurso los ciclos cortos y medios de la econom¡a capitalista), el mundo definido por el mercado mun! dial debe redefinirse. Son redibujados los mapas pol¡ticos de las naciones y redefinidas las instituciones pol¡ticas mundiales, as¡ como el sistema monetario internacional.
Lo sorprendente, pero l¢gico, es que las revoluciones triunfantes pertenecen a estos per¡odos largos de expansi¢n y no a la profundizaci¢n de la crisis. En este proceso de excedentes crecientes, (que explica, en la actualidad, la serie m s larga de trimestres con crecimiento econ¢mico en USA desde la II Guerra Mundial), los pueblos tienen cada vez m s fuerza para rebelarse y pelear una nueva justicia social, a la vez que las potencias tienden a realinearse para el enfrentamiento por la hegemon¡a del necesario nuevo orden internacional.
Desde 1968-70 hasta aproximadamente 1995-96 hemos vivido la onda larga descendente del ciclo automotor – petr¢leo, iniciado entre 1940 y 1945. Puede sostenerse la hip¢tesis de que aproximadamente en 1995 se ha iniciado la onda larga ascendente de un nuevo ciclo, al que podemos denominar «telem tico». Este nuevo ciclo est basado en la industria de la navegaci¢n espacial, con los sat’lites de comunicaciones, la telefon¡a de fibra ¢ptica y las computadoras personales. He aqu¡ las nuevas industrias b sicas, las nuevas fuentes de energ¡a (combustibles s¢lidos y energ¡a solar) y las nuevas industrias de consumo masivo estrat’gicas.
Lo que genera las actuales tensiones en todo el mundo es el reordenamiento estructural en funci¢n de la distribuci¢n de los nuevos excedentes. Estamos, as¡, en pleno proceso de reorganizaci¢n del sistema mundial (lo que se ha dado en llamar globalizaci¢n), lo cual implica que se habr de redefinir la hegemon¡a monetaria, tecnol¢gica y geopol¡tica en el mundo. Y tambi’n estamos en pleno proceso de rebeli¢n social en funci¢n de la distribuci¢n de los nuevos excedentes, los que ser n crecientes durante un largo plazo, fortaleciendo cada vez m s la capacidad de lucha de quienes se rebelan; por lo ya dicho, estas rebeliones sociales tienen much¡simas m s posibilidades de ‘xito pol¡tico que las producidas durante la d’cada del 70, en plena onda larga descendente.
1.2. La humanidad ante el riesgo de subsistencia de la especie humana
Los cambios sociales y econ¢micos en la humanidad tuvieron un cambio cualitativo en su aceleraci¢n a partir de la revoluci¢n industrial. La ideolog¡a del progreso se instal¢ en la cultura durante el siglo XIX y, pese al pesimismo te¢rico de algunos sobre un crecimiento a largo plazo, la industrializaci¢n ha superado diferentes crisis estructurales y ha abarcado en forma creciente m s y m s regiones del planeta.
En esta din mica de progreso continuo se integra tambi’n el vaticinio marxista de la; crisis final del capitalismo;. Las crisis c¡clicas, que Marx ve¡a con una tendencia a agravarse, (Marx no sab¡a que estaba viviendo la fase descendente del primer ciclo de larga duraci¢n), son para ‘l consecuencia de las limitaciones de la burgues¡a, pero gracias a la revoluci¢n proletaria se continuar¡a con el desarrollo de las fuerzas productivas, expresado por la industrializaci¢n.
Sin embargo, surge una constataci¢n que no podemos ignorar por m s tiempo. Dos siglos de civilizaci¢n industrial han puesto a la humanidad ante los l¡mites del ecosistema terrestre.
Una empresa que en su producci¢n genera residuos t¢xicos, deber¡a incluir en sus costos de producci¢n el gasto de neutralizar, reciclaje mediante, la toxicidad de los residuos, lo cual elevar¡a el precio de venta de su producto y reducir¡a sus ventas. Si no lo hace, est generando externalidades negativas porque el costo de los residuos t¢xicos lo pagan con p’rdida de calidad de vida los que habitan en torno de la f brica.
Cuando este proceso es generalizado a escala mundial, la contaminaci¢n afecta a los r¡os y a los mares, a las fuentes de agua potable, a los cultivos y a la vegetaci¢n natural, al aire que respiramos, al equilibrio ecol¢gico entre especies. Estos fen¢menos plantean unas externalidades negativas de tal magnitud que superan muy ampliamente los l¡mites y capacidad regulatoria de cualquier Estado – Naci¢n aisladamente.
El efecto invernadero, como se denomina al recalentamiento de la atm¢sfera; el agujero de ozono, como se ha dado en llamar a la destrucci¢n de la capa de este gas en la regi¢n atmosf’rica de los polos; el avance imparable de la desertificaci¢n, as¡ como muchas otras manifestaciones de destrucci¢n de nuestro h bitat son consecuencias forzosas del patr¢n de crecimiento econ¢mico impuesto por la civilizaci¢n industrial.
El agravamiento de esta realidad sigue el ritmo de crecimiento exponencial del propio crecimiento de la sociedad industrial. Hace algunos a_os uno de los problemas a la orden del d¡a era el de los basureros at¢micos, porque no hab¡a qu’ hacer con los residuos radioactivos de las usinas nucleares. Pero cada vez es m s acuciante el problema de los basureros comunes, porque una civilizaci¢n de derroche y superconsumo no tiene donde arrojar los miles de toneladas de basura que genera. La poluci¢n ambiental es un c ncer del modelo de crecimiento industrial sin m s control ni regulaci¢n que el de la maximizaci¢n de los beneficios privados.
En fin, se llega a la situaci¢n actual, en que las externalidades negativas comprometen el propio ecosistema terrestre, poniendo en tela de juicio la supervivencia de la especie humana. La conclusi¢n, ampliamente fundamentada por moltiples estudios, es tan sencilla como dram tica: la din mica de crecimiento econ¢mico exponencial del actual modelo industrial es ecol¢gica mente insostenible. M s aon: la humanidad se encontrar¡a, ya hoy, m s all de los l¡mites del crecimiento.
La tendencia del crecimiento actual para las pr¢ximas d’cadas es la duplicaci¢n de la demanda de energ¡a y de otros recursos naturales. Pero esto se enfrenta con la necesidad de la sostenibilidad del ecosistema terrestre de que en las pr¢ximas d’cadas estos consumos se reduzcan a la mitad. Si no se concretan reducciones significativas en los flujos de materiales y de energ¡a actuales, (que van del sur hacia el norte, igual que en tiempos del colonialismo), el futuro m s probable del actual modelo, en las pr¢ximas d’cadas, ser¡a una disminuci¢n per c pita de la producci¢n de alimentos, de la producci¢n industrial y del uso de energ¡a, en medio de una degradaci¢n ecol¢gica acelerada.
La globalizaci¢n neoliberal genera una sociedad mundial dual, con una minor¡a rica, derrochadora y contaminante y una mayor¡a proveedora de mano de obra barata basada en el subconsumo. Esto ha llevado a una guerra de competitividad basada en el domping social y el domping ecol¢gico.
El consumismo, instalado como valor ‘tico, intensific¢ la destrucci¢n de los recursos naturales, favoreciendo a los dos mil millones de consumidores de los pa¡ses m s ricos, cuya din mica de producci¢n/consumo/desperdicios realimenta la destrucci¢n del medio ambiente. La dualizaci¢n social de la humanidad, con su din mica de la dial’ctica «consumismo – subconsumo», se convierte en fuerza motriz de migraciones masivas desde el Sur hacia el Norte y desde el Este hacia el Oeste. La incapacidad de absorci¢n de los marginados en la sociedad opulenta, que tambi’n ti! ende a la dualizaci¢n, genera bolsones de Cuarto Mundo en Europa y Estados Unidos.
No es sustentable el crecimiento infinito del consumo y ni siquiera el mantenimiento eterno de los actuales niveles del consumismo. Tampoco es viable la idea de poner fin a la pobreza en el mundo, igualando por arriba el modelo consumista, a trav’s del crecimiento econ¢mico sostenido del actual modelo industrial, por m s que se le agregue una preocupaci¢n por el respeto al medio ambiente.
A esto hay que sumar que los Estados Unidos han decidido desconocer los acuerdos que firmaron en Kioto, para reducir la emisi¢n de gases contaminantes a la atm¢sfera, con el argumento de que no es un buen negocio para sus corporaciones industriales. As¡, la expansi¢n de los Estados Unidos a trav’s del ALCA, con la intenci¢n de transformar a toda Am’rica en su mercado cautivo, s¢lo puede profundizar hasta l¡mites catastr¢ficos las caracter¡sticas de la insostenibilidad social, econ¢mica, ecol¢gica y pol¡tica de la globalizaci¢n actual regida por su modelo capitalista neoliberal.
En este aspecto es interesante destacar y respaldar la resistencia y las luchas sociales que est n protagonizando las juventudes y los pueblos de las naciones del llamado primer mundo, en diversas conferencias internacionales donde se reonen los pa¡ses y representantes del poder hegem¢nico capitalista internacional.
El crecimiento econ¢mico del modelo neoliberal del pensamiento onico no es sustentable socialmente, ni econ¢micamente, ni ecol¢gicamente, ni pol¡ticamente.
1.3. La hora antineoliberal de los pueblos
Se puede apreciar un estado de convulsi¢n social existente en toda Am’rica Latina con la simple lectura atenta de los sucesos pol¡ticos en cada pa¡s y se puede sostener que esta evidencia de resurgimiento de las luchas populares, tras la ostensible declinaci¢n previa, ratifica la hip¢tesis que acabamos de exponer.
Existe un problema general que se manifiesta en toda Am’rica Latina y abarca problem ticas como la de los zapatistas en M’xico, el proceso venezolano liderado por Hugo Ch vez, la rebeli¢n de los indios ecuatorianos, la guerrilla colombiana, el Movimiento de los Sin Tierra de los campesinos del nordeste brasile_o, la rebeli¢n campesina aymar en Bolivia, como el MOCASE (movimiento de campesinos en Santiago del Estero para la reivindicaci¢n de sus derechos sobre las tierras que les pertenecen). Las regla general es que los pueblos rechazan la legitimidad de sus supuestos representantes pol¡ticos de la partidocracia. Ocurre que el modelo neoliberal se ha servido de todas las democracias liberales del continente, de sus pol¡ticos convencionales y tambi’n de los «nuevos pol¡ticos» del tipo de Collor de Melo, Fujimori, Bucar n o Palito Ortega. Sus efectos, tras muchos a_os d! e aplicaci¢n, tienden a deslegitimar a todos los sectores comprometidos con la administraci¢n del modelo; en cada uno de los pa¡ses.
Ahora comienza una reacci¢n generalizada de los marginados y excluidos, los «perdedores» del modelo neoliberal segon su propia jerga. Si el sistema vigente no tiene capacidad institucional de canalizar pol¡ticamente la contenci¢n de esta reacci¢n, resulta l¢gico suponer que se recurrir a la represi¢n. Un caso extremo parece que se puede producir en Colombia, en donde el incremento de la represi¢n ser¡a forzosamente por v¡a de una intervenci¢n militar extranjera, lo que puede derivar hacia una especie de Vietnam sudamericano con inevitables consecuencias en todo el subcontinente.
2. ANALISIS DE LA SITUACION NACIONAL
2.1. La crisis de la democracia formal y de la clase pol¡tica
La realidad argentina actual se caracteriza por una absoluta p’rdida de credibilidad por parte de las dirigencias pol¡ticas. Las instituciones exhiben su crisis de un modo creciente desde la renuncia del vicepresidente, originada en el esc ndalo de la corrupci¢n del senado. Pero esa crisis institucional, que afecta a los tres poderes del Estado y tambi’n a las instituciones gremiales tanto patronales como de los trabajadores, es la contracara exacta del agotamiento de las expectativas y de toda esperanza frente al modelo econ¢mico neoliberal. As¡, no se trata de la crisis de una pol¡tica econ¢mica o de un gobierno; se trata de la crisis de un sistema.
El gobierno de la Alianza se termin¢ cuando renunci¢ Chacho -lvarez a la vicepresidencia. El gobierno de De la Roa se acab¢ cuando tuvo que reemplazar en apenas unos d¡as a su ministro L¢pez Murphy. Aquella crisis fue superada gracias a la entronizaci¢n del mago de la econom¡a; el padre de la convertibilidad, como superministro, con el apoyo pol¡tico no s¢lo del presidente, sino del ex presidente Alfons¡n, del ex vicepresidente Alvarez y del ex presidente Menem. Hoy -lvarez se ha retirado de la actividad pol¡tica, Menem est preso, Alfons¡n disimula mal su oposici¢n al superministro y ‘ste ha debido reconocer que su magia no funcionaba y que en realidad viene a hacer lo mismo que L¢pez Murphy. Conserva el apoyo del presidente, que pol¡ticamente es lo mismo que nada.
Los oltimos acontecimientos pol¡ticos no son sino la profundizaci¢n de una situaci¢n cuya esencia consiste en que la transici¢n democr tica, iniciada en 1983, ha degenerado en el monopolio de la clase pol¡tica corporativizada, convertida en nueva clase rent¡stica asociada al stablishment, entronizada con la corrupci¢n como modus vivendi y absolutamente ajena a las necesidades sociales.
Durante las d’cadas en que la pol¡tica nacional gir¢, con diversas variantes, en torno a la antinomia peronismo/antiperonismo (1955 – 1983), la ausencia de un partido conservador con peso electoral llev¢ al stablishment a imponer su hegemon¡a en el poder a trav’s de las fuerzas armadas del Estado Nacional convertidas en Partido Militar de la oligarqu¡a. La derrota pol¡tica del autodenominado Proceso de Reorganizaci¢n Nacional llev¢ al stablishment a ensayar una nueva estrategia; mientras negociaba la persecuci¢n penal, por violaciones a los derechos humanos, de sus antiguos representantes se dedic¢ a cooptar a las dirigencias de todos los partidos pol¡ticos con vigencia electoral. As¡, la antigua antinomia peronismo/antiperonismo fue superada en la homogeneizaci¢n de la clase pol¡tica imponiendo el mito del pensamiento onico como la realidad inexorable y ! absoluta del mundo en la globalizaci¢n.
De este modo, la clase pol¡tica sustituy¢ al Partido Militar como representaci¢n org nica de la hegemon¡a del stablishment. En consecuencia, la democracia formal se fue convirtiendo en el equivalente socioecon¢mico de las antiguas dictaduras y los efectos sociales no pod¡an ser sino la profundizaci¢n de la desigualdad y de la exclusi¢n hasta extremos nunca vistos desde la democracia social del Gral. Per¢n y Eva Per¢n.
No podemos soslayar la menci¢n del protagonismo pol¡tico, en todo este orden de cosas, del menemismo, como la m s grande traici¢n que ha conocido el peronismo en toda su historia, significativo tambi’n de una incalificable traici¢n a la patria por la tremenda significaci¢n grav¡sima de la conducta de todos sus dirigentes como quiebre de confianza contra el cometido hist¢rico revolucionario del peronismo y estafa generalizada a las mejores expectativas sociales y nacionales de nuestra sociedad.
Frente a este estado de cosas, los angustiosos reclamos sociales, que ya han derivado hacia la violencia callejera y los cortes de rutas, pueden encontrar mejores caminos de expresi¢n por v¡a de la acci¢n social directa que por la v¡a de la representaci¢n pol¡tica partidocr tica. El detalle es que esto significa lisa llanamente cuestionar el statu quo del modelo neolibe! ral impuesto.
2.2. La necesidad de un cambio revolucionario
En esta perspectiva, la degeneraci¢n de la democracia de transici¢n que, en lugar de dar paso a una democracia real estable, dio lugar al r’gimen monop¢lico corrupto de la clase pol¡tica, disfuncional para las necesidades sociales crecientes, ha llevado las cosas a un punto de no retorno. Hoy estamos ante una crisis tal de la hegemon¡a neoliberal que se hace no s¢lo posible sino tambi’n necesaria una estrategia de poder alternativa y una propuesta de cambio de estructuras revolucionaria.
La revoluci¢n necesaria en Argentina ya ha comenzado a cuestionar la legitimidad del sistema vigente por la v¡a de la insurrecci¢n social semiespont nea de los excluidos, con los cortes de rutas y ataques masivos a centros visibles del poder institucional. Creemos que ese camino se incrementar e intensificar , tanto por el fin de las esperanzas sociales como por la continuidad de las pol¡ticas de ajuste y represi¢n. Es probable que ese proceso continoe, con sus caracter¡sticas semian rquicas, hasta los l¡mites del vac¡o de poder.
La rebeli¢n es local en t’rminos pr cticos; pero todos saben que forma parte de un proceso sociopol¡tico general. No es la rebeli¢n de «la clase obrera», ni del «movimiento obrero organizado», ni de los «estudiantes», ni de los «campesinos»; es la rebeli¢n de los excluidos en la dualizaci¢n social generada por el modelo neoliberal. Es la bosqueda de la revancha de «los perdedores».
Por esta raz¢n, no parece que ningon partido pol¡tico convencional, tampoco uno «progresista» dentro del sistema con Farinello como candidato a senador, ni ninguna central sindical legal, ni la Iglesia (pese a ser la onica instituci¢n que conserva cierto prestigio social), ni much¡simo menos las Fuerzas Armadas, puedan alcanzar el rol pol¡tico de interlocutor v lido representante de los excluidos ante el stablishment excluyente para renegociar el contrato social.
Los excluidos no pueden ser representados ni conducidos por los incluidos. El l¡der pol¡tico de los excluidos tambi’n tiene que ser un excluido.
Por las mismas causas, tampoco es posible generar propuestas program ticas reformistas, dentro del sistema actual, que sean la bandera de lucha que represente las exigencias de cambio de los excluidos. Este sistema no admite reformas que permitan dar cauce a los reclamos de los excluidos; las negociaciones sobre los planes «Trabajar» y otros parches por el estilo son pat’ticas.
La realidad exige, como alternativa, un modelo completo que sustituya al modelo neoliberal, con sus instituciones demoliberales partidocr ticas corruptas incluidas.
L¢gicamente no es imaginable que el sistema vigente ceda el poder a un cambio de sistema generosamente. S¢lo lo har cuando la rebeli¢n social incontrolable genere un vac¡o de poder, lo que tendr entonces el correlato de fuga de capitales, ca¡da de la recaudaci¢n fiscal, desabastecimiento de productos importados, etc., generando todo ello, como consecuencia, una iliquidez extrema con una recesi¢n pavorosa o el quiebre de la convertibilidad, probablemente con tendencias hiperinflacionarias.
Se puede decir que todo esto ya empez¢ a ocurrir. El problema es: +y despu’s qu’?
2.3. La conducta propia de un stablishment voraz, perverso y desagradecido
Evidentemente, en este contexto, funcionar la l¢gica de que «el que no est con el sistema est contra el sistema». Todas las expresiones pol¡ticas cr¡ticas ser n sospechosas de poder capitalizar la rebeli¢n social contra el modelo implantado. Ya se puede leer en los diarios serios; el mismo estopido discurso de la ‘poca de la oltima dictadura. As¡ los piqueteros de Salta contar¡an con una fuerza de francotiradores perfectamente entrenados y seguramente esto se debe al establecimiento de campamentos de la guerrilla colombiana en el norte argentino m s aon, no pod¡a faltar la conjura comunista internacional que ha decidido tomar a la Argentina como blanco predilecto, y sostienen que una reuni¢n secreta en Ecuador de los subversivos de todo el continente ha decretado la guerra social en Argentina. Estos absurdos son la respuesta a aquel interrogante de la ! canci¢n popular de Le¢n Gieco:¨Qu’ le dir n a los que no piensan lo mismo / ahora que no existe el comunismo?
Si los Montoneros reaparecen en la actividad pol¡tica nacional con un discurso pol¡tico que reivindica la rebeli¢n de los excluidos y una planteamiento program tico que cuestiona el modelo neoliberal, parece razonable pensar que entonces el sistema reflotar toda la diatriba hist¢rica contra los Montoneros, intentar reconstruir el clima del terrorismo ideol¢gico de Estado y pondr a todos sus servicios de inteligencia a fabricar provocaciones avaladas por el periodismo mercenario.
Es l¢gico esperar que traten b sicamente de «relegitimar» a las fuerzas armadas y de seguridad como fuerzas represivas y, como contrapartida, deslegitimar las figuras y fuerzas pol¡ticas «antisistema» como agentes del caos y la violencia. El problema no se reduce a la reposici¢n de la teor¡a de los dos demonios de la transici¢n democr tica, sino que el objetivo ser¡a sostener el modelo de exclusi¢n social con la represi¢n, ante la incapacidad creciente de la clase pol¡tica para contener los desbordes sociales.
Hoy el stablishment a_ora aquellos generales a los que mand¢ torturar y asesinar y a los que luego ha condenado; por eso no tiene empacho en juzgar y encarcelar ahora a los pol¡ticos que ya no le sirven para controlar la situaci¢n social, junto al general que se arrepinti¢ de la represi¢n ilegal. Dentro de la l¢gica elemental y anacr¢nica de los grupos olig rquicos, propio de la ideolog¡a del apartheid que siempre han profesado, el acto reflejo es la represi¢n sangrienta demonizando a quienes cuestionan el statu quo.
Tanto los militares ya usados en el pasado para hacer los trabajos sucios y luego tirados al tacho de la basura, como los pol¡ticos usados recientemente para hacer m s o menos lo mismo con otros m’todos y que ahora tambi’n empiezan a ser tirados al mismo tacho, son una realidad de la que deber¡an aprender de los nuevos militares y los nuevos pol¡ticos. Todos deber¡an aprender que una ley surge muy clara: no vale la pena arrodillarse ante este stablishment perverso y desagradecido; no vale la pena ensuciarse con cr¡menes para satisfacer su insaciable voracidad de riqueza financiera a cambio de un ef¡mero paso por el poder, que m s tarde se convertir en un oprobioso calabozo.
2.4. La torpeza del le¢n sordo
Toda la l¢gica del stablishment, basada en la dicotom¡a amigo/enemigo, no es m s que una reiteraci¢n de las t¡picas reacciones ignorantes de las clases conservadoras. Por ignorancia y avaricia sienten que cualquier reforma viene «a robarles todo»; lo grave es que sus reacciones intelectualmente torpes son tambi’n criminales.
As¡ ha sido inclusive con las pol¡ticas keynesianas, que su propio autor consideraba como «moderadamente conservadoras» y que terminaron siendo aceptadas como base de todas las pol¡ticas monetarias y fiscales del mundo capitalista. Sin embargo, los socialdem¢cratas europeos o los nacionalismos populistas del Tercer Mundo, que basaron sus programas pol¡ticos en la receta keynesiana, fueron vistos desde los intereses conservadores dominantes como «los agentes del caos y la violencia».
Ese nivel de ignorancia sobre la conveniencia, en el largo plazo, inclusive para los propios intereses de las clases altas, de las reformas sociales progresistas y la promoci¢n del desarrollo econ¢mico, ha sido la causa del ba_o de sangre que ha padecido la Argentina desde 1955 hasta 1983 y cuyas consecuencias no se ha podido superar aun.
3. LA SITUACION POLITICA DE LOS MONTONEROS
3.1. La reivindicaci¢n de los Montoneros
Los Montoneros hemos sido la m s importante de todas las expresiones que ha tenido el peronismo revolucionario en su historia. Sin duda hemos sido la expresi¢n pol¡tica m s significativa de cuantas fuerzas resistieron a la proscripci¢n pol¡tica, a la usurpaci¢n del poder constituyente y al terrorismo de Estado de las dictaduras de Ongan¡a, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri y Bignone, con sus correspondientes juntas militares, m s el terrorismo paraestatal de la Triple A.
El ‘xito de cualquier propuesta pol¡tica proveniente de militantes del peronismo revolucionario, en la actualidad, depende de la definitiva victoria pol¡tica sobre la imposici¢n ideol¢gica de la falacia de que los montoneros, en lugar de haber sido los militantes de una leg¡tima resistencia al terrorismo de Estado, hemos sido los culpables de la tragedia nacional. Este denominador comon es la asignatura pendiente de todas las propuestas pol¡ticas sostenidas por compa_eros de este espacio, inclusive de la mayor¡a de aquellos que decidieron pagar el tributo del «reciclaje». Este es el pecado original del Padre Luis y su propuesta pol¡tica del Polo Social; su discurso no s¢lo carece de cualquier propuesta pol¡tica seria m s all del reiterado lamento por la pobreza extrema, sino que se distingue por el injustificado y reiterado latiguillo de la condena a los Montoneros po! r la violencia (¥la oltima acci¢n armada de los Montoneros data de hace m s de 20 a_os!) y la particular condena a Mario Firmenich porque no se ha arrepentido
Creemos que buena parte de la anomia que padece la sociedad argentina est basada en la esquizofrenia pol¡tica que han impuesto tanto el alfonsinismo como el menemismo; la profunda e inmoral hipocres¡a con que la partidocracia ha tratado las dolorosas consecuencias de la guerra civil que vivi¢ la Argentina entre 1955 y 1983 es perfectamente coherente con el travestismo ideol¢gico de los otrora partidos populares argentinos. La proscripci¢n pol¡tica de los Montoneros en tanto tales y de Mario Eduardo Firmenich en particular, por v¡a del terrorismo ideol¢gico y la claudicaci¢n pol¡tica, se convierte en una negaci¢n enfermiza de la realidad hist¢rica. No es aventurado decir que la superaci¢n definitiva de este tabo es no s¢lo un problema pol¡tico sino verdaderamente un problema de salud mental social y que no ser posible reconstruir una sociedad estr! ucturada en un sistema de valores, superando la anomia disgregadora, si se persiste en la hipocres¡a pol¡tica, la negaci¢n aterrorizada de la realidad hist¢rica y la claudicaci¢n de la militancia de izquierda ante esta imposici¢n olig rquica.
3.2. El valor pol¡tico de la identidad peronista montonera en la actualidad
El uso de la identidad pol¡tica de «Montoneros» no es m gico. S¢lo un espejismo nost lgico podr¡a hacer creer que la reutilizaci¢n pol¡tica de esta identidad implicar¡a un autom tico resurgir de la masividad de la tendencia revolucionaria del peronismo como en 1973. Pero, tambi’n es propio de un espejismo impuesto por el terror creer que el uso de la identidad de Montoneros implica autom ticamente el aislamiento pol¡tico frente a la sociedad como si los excluidos del modelo social no formaran parte de la realidad pol¡tica.
Por otra parte, la identidad del Peronismo Montonero tambi’n est afectada por la ca¡da de los paradigmas ideol¢gicos de la d’cada del 70; hoy por hoy decir Montoneros no es un sin¢nimo claro de ningon pensamiento program tico preciso en raz¢n de la gran variedad de conductas pol¡ticas que asumieron los ex militantes montoneros; por otra parte, este fen¢meno de indefinici¢n de los contenidos ideol¢gicos de las identidades pol¡ticas afecta a todo el peronismo y es m s general.
Sin embargo, hay ciertas asociaciones de ideas que son autom ticas. Decir Montoneros implica recordar el fen¢meno social de la rebeld¡a juvenil peronista antiolig rquica inclaudicable; implica recordar un compromiso existencial con la causa del pueblo hasta extremos pocas veces visto antes en nuestra historia; implica recordar una militancia pol¡tica imbuida de una moral ejemplar frente a las tentaciones del dinero y del poder. En este sentido la identidad Montoneros; es un patrimonio pol¡tico cultural de todo el pueblo argentino para siempre.
Pero adem s, decir Montoneros tambi’n es hablar de una entidad pol¡tica excluida de la democracia tras el fin de la dictadura. Sin embargo, hay que ser claros en que esta oltima acepci¢n queda casi indisociablemente unida a una onica persona, en raz¢n de la persecuci¢n penal y la exclusi¢n pol¡tica del jefe hist¢rico de los Montoneros, as¡ como de su conducta personal de no aceptar ninguna clase de claudicaci¢n a cambio de reciclarse en la democracia formal.
En raz¢n de lo dicho, creemos que el uso de la identidad Montoneros puede ser una bandera de lucha especialmente importante para canalizar el descreimiento juvenil sobre la clase pol¡tica. La vigencia pol¡tica del Peronismo Montonero puede contribuir significativamente a que la juventud descre¡da de la partidocracia vuelva a creer en la pol¡tica como una actividad ‘ticamente digna y socialmente necesaria.
Nosotros, por vocaci¢n social, tenemos que jugar pol¡ticamente del lado de los marginados y excluidos; pero, adem s somos concientes de que no podemos jugar en ningon otro lado. De hecho somos marginados y excluidos pol¡ticos en virtud de la teor¡a de los dos demonios.
En el panorama superestructural de la democracia partidocr tica vigente, la llamada teor¡a de los dos demonios est irreversiblemente instalada. Jam s tendremos lugar «con permiso» en esta democracia formal ya degenerada e inviable. Alfons¡n instal¢ nuestra marginaci¢n desde el principio y Menem la consolid¢ con el matiz del reciclaje de los «montoneros buenos», l¡nea que continoa ahora con Farinello asociado como furg¢n de cola a la estrategia electoral de Duhalde. Se exige algon gesto poblico de arrepentimiento ante el stablishment para obtener el «permiso de actuaci¢n pol¡tica». Todos los «progresistas» de esta ex democracia de transici¢n frustrada han aceptado nuestra marginaci¢n como una ley universal y creemos que no la van a cambiar nunca dentro de esta misma democracia formal, porque tales seudoprogresistas no tienen voluntad pol¡tica de ca! mbiar este sistema de exclusi¢n social.
Sin embargo, la cuesti¢n es que, por un lado, la teor¡a de los dos demonios est rota en la conciencia de la mayor¡a social y que, por el otro, esta democracia argentina no da para mucho m s: podr durar algon tiempo en conflicto creciente, pero el resultado final y cercano ser un estallido social que cuestionar esta institucionalidad pol¡tica.
Ahora bien, haber ganado much¡simas batallas contra las campa_as de demonizaci¢n en el terreno de la opini¢n poblica no es sin¢nimo de poder actuar dentro de esta democracia sin impedimentos. No se ve ninguna forma sencilla de transitar sin soluci¢n de continuidad desde la situaci¢n presente hasta un eventual gobierno de algon aliado que sea realmente progresista y en el que los Montoneros podamos tener participaci¢n.
El hecho de que nos han dejado excluidos del sistema pol¡tico nos permite protagonizar con credibilidad la alternativa del discurso pol¡tico antisistema lo que no significa un «discurso incendiario»; no se trata de promover ninguna violencia, sino de darse cuenta que la din mica de la rebeli¢n violenta de los marginados y excluidos se genera sola y el propio sistema sabe (y lo reconoce) que es por su propia culpa.
No nos planteamos ya buscar un espacio pol¡tico institucional en los partidos demoliberales, ni dentro ni fuera del PJ, incluyendo en esta categor¡a a la versi¢n pol¡tica del asistencialismo como parche social dentro del sistema. En cambio, podemos hablar al margen y en contra de la partidocracia, para los excluidos y para todos los que han perdido toda esperanza en esta clase pol¡tica.
3.3. Ni sectarios ni excluyentes, Montoneros solamente
Corresponde dejar en claro desde un principio que hacer pol¡tica con la identidad montonera, rindiendo honor a la historia, s¢lo tiene sentido si se plantea una estrategia de poder. Hacer pol¡tica como montoneros sin bastardear la historia significa aspirar a la Presidencia de la Naci¢n para const