Cuando nació, ya infectado durante el embarazo, los médicos no le daban más que unos pocos meses de vida. Pero Nkosi Johnson resistió, se aferró a la vida y decidió luchar.
En la gran convención de Durban, su madre adoptiva consiguió que miles de técnicos y funcionarios de todo el mundo le escucharan. A todos conmovió con su dramático llamado para que los enfermos de SIDA fueran tratados como personas y tuvieran posibilidad de tratamiento.
Fue tal la repercusión, que en otros foros internacionales Nkosi fue invitado para que su voz fuera la de millones de infectados sin posibilidad de hacerse escuchar. El asumió con determinación y coraje ese desafío y llevó ese mensaje, a veces súplica, a veces denuncia.
Su sola presencia, su tenacidad para aferrarse a la vida bastaba para desarmar los argumentos de las grandes multinacionales farmaceúticas que intentaron evitar que Sudáfrica pudiera comprar masivamente genéricos contra el SIDA o fabricarlos sin su licencia.
A fines del año pasado, Nkosi sufrió daos cerebrales irreparables. Los m’dicos le enviaron a su casa y dijeron que la medicina hab¡a hecho todo lo posible.
Esta madrugada, convertido en piel y huesos, Nkosi finalmente muri¢. Al menos f¡sicamente, porque para millones de sudafricanos su figura y su ejemplo estar n m s vivos que nunca.
Doce a_os le bastaron para dar una batalla por la vida y la dignidad que quiz s muchos adultos nunca lleguemos a dar. Como dijo el legendario ex Presidente Nelson Mandela, hace falta mucho coraje y convicci¢n para recorrer el camino de Nkosi. (Mu/QR/Pf/Sa/pt).
Carlos Iaquinandi Castro