Estados Unidos ha decidido invertir miles de millones en Afganistán, pero no para salvar vidas, sino para producir más muertes. No se ha probado fehacientemente que el multimillonario saudí Osama Bin Laden o que los talibanes cometieran el deplorable atentado del 11 de setiembre en Washington y Nueva York y ellos niegan su autoría. Ningún afgano ha sido indicado entre los terroristas.
Quienes lanzaron el ataque suicida no estaban interesados en ganar a la opinión pública occidental ni que en las Torres Gemelas de Manhattan murieran negros o musulmanes. Su objetivo ha sido que George W. Bush y Tony Blair caigan en la provocación y desencadenen una intervención militar que produzca tal reacción en el mundo musulmán que potencie a los fundamentalistas.
El movimiento de Bin Laden y los talibanes deben su existencia al colosal apoyo en armas, entrenamiento, dinero y propaganda que Estados Unidos les dio para que se enfrentasen a Moscú. Sin embargo, al igual que el mandatario irakí Saddam Hussein o el ex presidente paname_o Manuel Antonio Noriega, ellos terminaron como Frankenstein, es decir, atacando a quien los ayud¢ a nacer.
La sociedad oscurantista que pregonan los talibanes se basa en el ejemplo saud¡ donde no hay mayores libertades, democracia, partidos, sindicatos o derechos para la mujer u otras religiones. Mientras Arabia Saud¡ siempre ha sido uno de los pilares del dominio estadounidense en el Medio Oriente, el hereje millonario saud¡ Bin Laden cree que el modelo teocr tico debe expandirse chocando contra Occidente.
Bush quiere ahora unir a la naci¢n frente a la recesi¢n y al grueso del mundo para que lo avalen en su ambici¢n de ser el polic¡a global. Bush y Bin Laden se usar n el uno al otro para obtener sus propios objetivos.
ISAAC BIGIO
Polit¢logo
El Comercio 26 Septiembre 2001