Confinar nuestros «mejores deseos» y nuestras naturales tendencias fraternizantes y solidarias a un sólo día del año no es lo más sensato o aconsejable. Pero un día de paz y regocijo al año es mejor que ninguno. No obstante, lo interesante sería extender ese día, hacerlo varios y, por qué no, convertirlo en 365. Lamentablemente, una Navidad diaria, el resto de la vida, tal vez no sea un buen negocio para los fabricantes, vendedores y demás comerciantes que, con el pretexto de la «Navidad», hacen su agosto en cada diciembre. Tampoco sería un buen negocio para los traficantes de esperanzas, los predicadores de fábulas que, en franca gesta manipuladora, tratan de conducirnos al escapismo y al sensiblerismo colectivos. La celebración de la Navidad no debería ser un mero ritual consumista reducido a una vulgar aunque lucrativa fórmula de mercado. Vender y comprar no tienen nada que ver con el natalicio del llamado «Príncipe de la Paz», cuyo recuerdo se ha prostituido en beneficio de lo que él m s combati¢ en su corta pero fecunda vida: la hipocres¡a y el filiste¡smo. Hasta los ni_os se han percatado de que el oropel «navide_o» no es nada m s que un ropaje mixtificante e innecesario. El verdadero significado de esta celebraci¢n llamada «Navidad» no deber¡a limitarse a un s¢rdido intercambio de regalos ni a la burda repetici¢n del rito anual que mistifica y excluye, a un solo d¡a, la indispensable e irrevocable vocaci¢n por el amor y la paz. Tampoco deber¡a ser la explotaci¢n hasta el absurdo de las buenas intenciones y, en general, de la ingenuidad de la gente. A_o tras a_o, cada diciembre, milagrosamente, un misterioso esp¡ritu se apodera hasta de los individuos m s duros y envilecidos. Por lo general, los buenos se vuelven m s buenos y los malos se tornan menos malos. Esta admirable actitud que renace, como una flor prodigiosa, cada diciembre, es el esp¡ritu de la Navidad. La profundidad de esta disposici¢n trasciende lo meramente publicitario y aparente. Navidad significa nacimiento: natividad, humilde, ¡ntima y, esencialmente, espiritual, que debe realizarse en el coraz¢n de cada uno, no un solo d¡a al a_o sino todos los d¡as, instante tras instante. S¢lo entonces seremos capaces de comprender que la quintaesencia del vivir radica en el convivir; o sea, en el vivir con alguien o, mejor aun, para alguien. La genuina felicidad consiste en un sencillo compartir con los dem s; ya sea en el calor del hogar o en el tr fago cotidiano, en cualquier momento y lugar. Para conocerse el ser humano debe verse reflejado en otro(s) y esto s¢lo puede darse en las interrelaciones personales, en las que necesitamos de un Mes¡as cada cinco minutos, a_o corrido. Dicho de otro modo, cada relaci¢n humana es una promesa de redenci¢n del ego¡smo, cada amistad es una puerta abierta a la sabidur¡a, cada ser que tocamos es una nueva vida que nace en nuestras manos. Si la llegada del 25 de diciembre es capaz de despertar lo mejor de un ser humano –su generosidad, sensibilidad, inteligencia emocional–, con o sin regalos, lo razonable ser¡a extender y vivificar la honda espiritualidad de la Navidad los 365 d¡as del a_o, comparti’ndola con familiares, amigos, (los malos amigos incluidos), enemigos tambi’n, sin excluir a ninguno. Despu’s de todo, ‘ste ser¡a el aut’ntico y originario sentido cr¡stico de esta sublime celebraci¢n. ¥Una feliz Navidad, entonces, por el resto de sus d¡as (miren que los tenemos contados hasta el oltimo segundo, y es mejor que as¡ sea, ya que la muerte es la Navidad definitiva), buenos y malos amigos, y, por supuesto, enemigos!. Petronio Rafael Cevallos www.lacultura.com.ar/EcuaYork
BREVE MEDITACIÓN DE NAVIDAD
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