Lo paradójico es que los actuales amigos afganos de Moscú sean quienes más guerrearon contra la ocupación soviética de 1979-89. En 1992-96 Rabbani llegó a ser el primer presidente post-socialista de Afganistán con la aureola de haber expulsado a los rusos. Ahora él está retornando a Kabul gracias al invaluable apoyo de las ex-repúblicas soviéticas.
Uno podría pensar que Moscú pudiese haber preferido a los talibanes contra Rabbani, pues mientras las tropas de este último mataron a miles de soviéticos, el grueso de los talibanes no llegaron a combatir a los rusos.
Mas, para el Kremlin lo que cuenta son sus propios intereses. Al haber renegado en 1991 a toda adhesión al socialismo las distancias con Rabbani se fueron acortando. Los talibanes representan un peligro mayor pues ellos fueron vistos como la carta de su rival pakistaní y como un centro de promoción de movimientos islamistas dentro de sus vecinos centro-asiáticos.
La Guerra afgana le ha servido a Moscú no sólo para incrementar su presencia en Afganist n a un nivel nunca visto desde 1992, sino tambi’n para consolidar su influencia en la regi¢n y en su ‘periferie cercana’. El Kremlin siempre ha querido que las 5 ex repoblicas sovi’ticas del Asia central no sean tan independientes de su control. El actual conflicto ha empujado a muchas de ‘stas a estar en mejores t’rminos con Putin para hacer frente al comon enemigo fundamentalista. Uzbekist n, Kazakist n, Tadjikist n, Turkmenist n y Kirguist n deber n sacrificar independencia por la seguridad que les brinde Mosco. Mientras tanto Rusia sigue chantajeando a esta regi¢n como el principal proveedor de gasoductos para que muchos de ‘stos puedan exportar su principal fuente de divisas.
Desde el fin de la guerra fr¡a en el cercano oriente se fueron tejiendo b sicamente dos bloques: el pro norteamericano encabezado por Pakist n y Arabia Saudita, y el del eje Rusia-Ir n-India. Los talibanes fueron promovidos por el primero mientras que el segundo daba cobijo a la entonces alica¡da Alianza Norte_a.
Ahora el primer bloque est en crisis. Pakist n y Arabia Saudita se han visto forzados a romper con sus creaciones: los talibanes. La relaci¢n entre Washington y Riyad pasa por su peor momento. En Pakist n hay mucho resentimiento contra los EEUU.
Washington hubiese preferido que la Alianza Norte_a no ocupase Kabul hasta que se crease un gobierno amplio multi-‘tnico encabezado por el ex rey Zahir e integrado por pashtoes pro-pakistan¡es. El dictador Pervez Musharaf quiere encontrar talibanes pasables para que co-gobiernen el nuevo Afganist n. Sin embargo, Rusia, Ir n y la Alianza vetan la inclusion de cualquier talib n, y ambos se oponen a la restituci¢n de la monarqu¡a o a darle mayor peso al ex sh . Ahora Rabbani tiene la sart’n en el mango y no quiere supeditarse al ex rey Zahid y muestra su hostilidad a Pakist n.
Putin, adem s, ha ido logrando una luna de miel con Bush, la misma que le est conveniendo para conseguir inversiones, ir restringiendo armas nucleares y para cubrir su im gen. Ahora Mosco es vista como un honorable miembro de la coalici¢n anti-terrorista cuando hasta hace no mucho se le acusaba de emplear el terrorismo de estado en el C ucaso. Lo horrendo que ha sido para muchos ver como en unos minutos dos aviones secuestrados destru¡an las torres gemelas y asesinaban a m s de 5,000 civiles, es algo peque_o en comparaci¢n al hecho que Rusia ha arrasado por completo la capital chechena y ha asesinado a decenas de miles de civiles en sus intervenciones cauc sicas.
Por Isaac Bigio
Investigador y profesor de la London School of Economics & Political Sciences