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Catalunya

UNA PROPUESTA CATALANA PARA LA ESPAÑA PLURAL

escrito por Jose Escribano 1 de junio de 2004
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Quisiera agradecer y aplaudir, además, la iniciativa, que en esta ocasión han tomado el Club Siglo XXI y Tribuna Barcelona, de organizar un intercambio de puntos de vista, y que nos deparará en un futuro próximo la presencia del Alcalde de Madrid y de la presidenta de la Comunidad en la Ciudad de los Condes Reyes.

No puedo iniciar esta intervención sin un recuerdo emocionado para las víctimas del atentado del 11 de marzo, sin unas palabras de ánimo a sus familiares y amigos y sin reiterar una vez más mi reconocimiento admirado al pueblo de Madrid.

El ejemplo de entereza, serenidad, civismo y solidaridad del pueblo de Madrid ha calado tan hondo en Catalunya que este año la Generalitat ha decidido otorgar el premio Blanquerna precisamente a ese pueblo de Madrid que en Marzo dio su extraordinaria lección al mundo entero. Es un gesto con el que queremos expresar nuestra fe en un futuro más fraternal entre los pueblos de Madrid y Catalunya.

Un gesto que se hará efectivo el próximo día 2 de junio en un acto en la sede de la Generalitat en Madrid, al que me permito convocarles en este momento.

Hace poco más de un año –en marzo de 2003- me dirigía a ustedes desde esta tribuna para exponerles unas reflexiones sobre el estado de las relaciones entre Catalunya y España, sobre el interés que debiera tener el Estado en que Catalunya se implicara a fondo en la construcción de la España plural, sobre la necesidad de romper el tabú de la reforma constitucional y, finalmente, sobre el contenido de las reformas que propugnaba, en aquel entonces como candidato a la Presidencia de la Generalitat. Tales reflexiones se completaron con un estrambote final dedicado a la guerra del Irak y a la decisión de José Mª Aznar de que España participara en la misma.

He de decirles que aquellas reflexiones se hacían en un marco concreto, caracterizado por una creciente asfixia del clima político que auguraba un futuro difícil. Un casi inevitable choque frontal entre un Gobierno de España dirigido por el Partido Popular y un nuevo Gobierno de Catalunya parecía dibujarse en el horizonte. Les manifestaba deseos y temores. Finalmente fueron éstos últimos los que se cumplieron. Pero sólo a corto plazo, porque luego cambió el gobierno español.

Por ello, hoy puedo hablarles con un telón de fondo bien diferente. Un telón de fondo, un escenario y unos actores bien distintos.

El cambio se ha producido en Catalunya. Si bien es cierto que no de la forma a la que mi partido y yo personalmente aspirábamos. El cambio se ha producido con un grado superior de complejidad que hace más delicada su gestión, pero que a la vez lo hace más genuino, más representativo del pluralismo político y social de la Catalunya de hoy. De la pulsión de nuestra sociedad en estos tiempos.

Y el cambio se ha producido también en España. Con un dramatismo e intensidad inesperados, pero precisamente por ello con una mayor sinceridad y un potencial transformador formidable. Y, lógicamente, con un muy alto nivel de exigencia, expresado de forma espontánea en el “!No nos falles!” con que fue saludada la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero y que tan hondamente caló en el ánimo y el alma de nuestro Presidente.

Y una observación más del escenario de hace un año: en marzo de 2003 estábamos en plena guerra de Irak, con un presidente del Gobierno de España que lucía como gran mérito su alianza con los neoconservadores norteamericanos. Hoy asistimos horrorizados (e incluso retrospectivamente avergonzados) a las funestas consecuencias de aquella insensata aventura, pero felizmente con las tropas españolas de regreso a casa, fruto de un decidido golpe de timón proeuropeísta de nuestra política exterior.

Mi intención hoy es pasar aquella exposición de hace un año por el tamiz de la nueva realidad política y de las nuevas responsabilidades asumidas. Por unos y otros. Pero especialmente, claro está, por quienes tenemos la responsabilidad de gobernar Catalunya en estos momentos.

No pretendo explicarles por enésima vez que existe un problema catalán. Y que, por consiguiente, existe un problema español. Y no lo pretendo porque lo que ocurre es lo contrario, en un doble sentido: 1 Existe un problema español y el de Cataluña es parte del primero 2 En realidad el problema español no es un problema, es una ausencia del mismo, una ignorancia de que exista, y en definitiva la falta de un proyecto.

Los que me conocen saben que mi política (en fondo y forma) está en las antípodas de los que quieren vivir del “problema catalán”. Lo que estoy es empeñado en que Catalunya se implique en la solución del problema español. Porque ese es el secreto: el problema catalán no es otro que el problema español. Entendámonos: lo que hemos señalado –casi hasta la saciedad- como “problema”, podríamos pasar a considerarlo simplemente “cuestión”, “objetivo”, “propósito” o, como les anunciaba entonces y vengo a contarles hoy, “propuesta”. La propuesta catalana de España. La España que queremos. Mejor, insisto: la España que proponemos.

Hace un año les decía que me preocupaba que la relación entre Catalunya y España no pasara por su mejor momento. La colaboración entre el nacionalismo catalán conservador y la derecha española podía haber sido un hito histórico en el reconocimiento definitivo de la personalidad de Catalunya en una España integradora, pero por desgracia aquella colaboración se saldó con un estrepitoso fracaso para todos.

Nunca, en 25 años de democracia, se había percibido en Catalunya tanta hostilidad emanada desde el Gobierno de España y desde la opinión pública vinculada al mismo. Y, lo que a mi juicio es peor: esto pasaba en un clima de creciente indiferencia y desconfianza mutua. Volvíamos a la vieja dialéctica de los separadores y los separatistas.

Les expliqué entonces mi apuesta y mi propuesta por alcanzar un compromiso de la Catalunya progresista con la España plural, con la intención de recuperar el clima moral, intelectual y político que debiera permitir pensar otra vez España con la generosidad con que lo hicieron los constituyentes de 1978. No la misma meta sino la misma ambición, lo que supondría hoy una meta algo más ambiciosa.

Asimismo les advertí que existían en Catalunya –y existen, gozando de un apoyo coyuntural considerable – otros planteamientos con un común denominador: un creciente escepticismo sobre la posibilidad de que sea factible establecer una relación recíprocamente interesante entre Catalunya y España. De dicho escepticismo se derivan básicamente dos actitudes: o la renuncia a España que supone la vía independentista, o bien la resignada conllevancia que supone la vía intentada durante años por Convergencia i Unió.

¿Dónde estamos hoy?

En Catalunya el cambio político comporta el compromiso de llevar adelante la apuesta por avanzar en el autogobierno, a la vez que se participa a fondo en la articulación de una España plural. Es más: el proyecto del Gobierno de Catalunya se nutre de la experiencia histórica que nos dice que existe una correlación positiva entre el autogobierno de Catalunya y la democracia en España.

Se me podrá objetar que, en todo caso, éste es el propósito del socialismo catalán y que no está nada claro que lo sea también de los otros socios de gobierno. Entiendo la objeción y la reserva sobre el grado de compromiso de los independentistas catalanes con un proyecto que supone una plena implicación de Catalunya en la política española.

Pero yo no tengo ninguna duda de su compromiso con este proyecto porque saben que hoy por hoy es el único viable. Es más: el independentismo democrático está cada vez más convencido de que su meta –lejana- pasa por todas y cada una de las estaciones que contempla el recorrido de la España plural que los socialistas definimos y acordamos en Santillana del Mar. Y este camino lo vamos a recorrer juntos. Tenemos ocho años por delante para ello – porque este gobierno está ahí para durar, se lo aseguro.

No hagan cábalas ni digan los medios que Maragall ha dicho que Catalunya se planteará dentro de ocho años si se independiza o no. Un sector importante del catalanismo se lo ha planteado siempre. Macià i Companys en 1931 proclamaron la República Catalana en la Federación de Repúblicas ibéricas… hasta que días más tarde Fernando de los Ríos les convenció que la denominación que desapareció en 1714 era más prudente: la Generalitat de Catalunya.

El pasado, muy pesado por cierto, muy grávido, nos ha hecho sabios, y esas ingenuidades verbales ya no las cometemos. Hay independentistas en mi gobierno pero ellos saben, a diferencia de CiU, que administró la relación con habilidad y agnosticismo, pero sin implicación en el gobierno español, que hay que implicarse.

Y nos implicaremos ¡y tanto!

No les pido que compartan mi fe en la España plural, tan sólo les pido que compartan mi esperanza. La caridad no está invitada a esta cena.

Un minoritario pero significativo sector de la sociedad catalana piensa que estamos ante la última oportunidad para resolver positivamente la relación entre Catalunya y España. No comparto este dramatismo de “las últimas oportunidades”, pero es un estado de ánimo que hay que tener en cuenta.

Todos somos conscientes, ellos y nosotros, ustedes y yo, de que el nacimiento emocionante de la Europa unida, la moneda y el arancel europeos, y pronto la defensa y la seguridad europeas, con los recelos y la parsimonia que se quieran, van a cambiar, están ya cambiando, el significado de palabras tan sagradas como nación y estado.

En esta nueva plasticidad se sitúa el problema de España, mejor, el proyecto de la España plural y diversa. Plural, que quiere decir formada por pueblos varios y diversa que quiere decir por pueblos distintos – distintos en el sentido de que lo que se comparte, se comparte de distinta manera, por ejemplo la lengua o el derecho civil.

Por suerte el cambio político en España ha desbancado el escenario más pesimista: el de la confrontación estéril entre una Catalunya en demanda de más y mejor autogobierno y el de un Gobierno de España cerrado al diálogo, convertido en guardián de unas supuestas esencias constitucionales y, lo que es peor, convencido de que el conflicto con Catalunya y el País Vasco iba a ser su mejor arma electoral. Aznar acertó en integrar en la democracia a toda la derecha, incluida la que aceptó a regañadientes la Constitución. Y se equivocó azuzando de nuevo el fuego de las tensiones territoriales por doquier; de Catalunya y Euskadi con el gobierno central; y entre comunidades – como en el caso del trasvase del Ebro, tardía resurrección de un proyecto de España, el de Joaquín Costa, que siendo justo en su momento no lo era ahora.

Por el contrario el nuevo Gobierno socialista abre un horizonte de diálogo con las aspiraciones de mejora del autogobierno, de compromiso con el espíritu de la Constitución y, por consiguiente, de obertura a su conveniente reforma y, sobre todo, de responsabilidad política e institucional, incompatible con un uso electoralista de los problemas territoriales.

Entiendo que ante nosotros se abre un segundo ciclo político democrático de profundo calado, una vez culminado con éxito el ciclo iniciado hace 25 años.

Renovar y profundizar nuestras instituciones democráticas, perfeccionar el Estado de Bienestar, conseguir el pleno reconocimiento de la España plural y resituar a España en Europa y el mundo, han de ser los grandes objetivos de este segundo ciclo democrático que estamos iniciando.

Son objetivos en consonancia con la exposición programática del presidente del Gobierno –José Luis Rodríguez Zapatero- en su discurso de investidura.

Soy consciente de que estamos ante una agenda de reformas muy ambiciosa y exigente, que difícilmente podrá culminarse en una legislatura. Encajar las distintas piezas: A) de las reformas estatutarias, B) de la revisión del sistema de financiación autonómico y local, C) de la devolución de competencias a los municipios y D) de la reforma constitucional, requiere, para empezar, de una enorme voluntad política, de una convicción granítica en las posibilidades del diálogo y del acuerdo, de una lealtad institucional básica compartida entre todos los actores políticos, de un mesurado dominio de los tiempos políticos y de una gran flexibilidad para conseguir el acomodo final.

Hemos de saber encontrar el punto de equilibrio entre la osadía necesaria para reformar y la prudencia indispensable para no dañar el patrimonio acumulado. Lleva razón Gregorio Peces Barba al reclamar, para esta etapa, atención y esfuerzo por conseguir el adecuado equilibrio entre memoria y olvido. Y lleva razón Muñoz Molina en proponer una mayor sinceridad en el juicio del pasado.

Con este espíritu plantea Catalunya su propuesta. Una propuesta pensada desde Catalunya para Catalunya y para España, o si se quiere, desde Catalunya para España. …

Quiero que entiendan que nuestro propósito es el de contribuir a hacer una España que si se acepta tal como es, en su espléndida diversidad, ampliará enormemente sus horizontes, porque adquirirá una confianza en si misma que, en términos globales, le ha faltado o no ha poseído en la medida necesaria.

Quiero que entiendan que les hablo desde una Catalunya tolerante, abierta, innovadora, acogedora, solidaria, progresista, vanguardista en sus políticas sociales, comprometida en la construcción de la España diversa, puente con Europa y referencia mediterránea.

¡Quítense de la cabeza los viejos tópicos de la Catalunya sólo burguesa, de la Catalunya insolidaria, de la Catalunya antiespañola!

¡Háganse (hagámonos todos) el favor de superar el tópico de la Catalunya que sólo viene a Madrid a dar lecciones, comparar y reclamar.

Quiero que entiendan que nos dirigimos a la España democrática, abierta y tolerante; a la España plurinacional y pluricultural, la que sabe que sólo puede ser en unión y libertad; a la España fuerte y segura que vuelve a Europa, que hace de puente entre Europa y América Latina, que va ejercer a fondo su responsabilidad mediterránea; a la España en malla, que construirá las redes transversales que reforzarán la unión de los iguales; a la España próxima, cálida, sensible a las razones y a los sentimientos de todos sus pueblos. La que debe exigir a Europa que reconozca las diversas lenguas de Sepharad, habiendo empezado por reconocerlas, amarlas y defenderlas ella –España- misma.

Y también quiero que los catalanes nos quitemos de la cabeza los tópicos sobre España, que hagamos el esfuerzo de ponernos en el lugar de los otros pueblos de España, de comprender y respetar sus sensibilidades, sus aspiraciones y sus intereses.

Si así lo hacemos daremos un paso importante en la construcción mental y sentimental de la España plural, de la España en red que sólo puede ser el resultado de la aproximación, de la empatía y del acuerdo entre los pueblos de España.

Miren: Catalunya tiene más intereses en juego en Europa que en España. No es ya por interés, como lo era para la burguesía catalana del 900 (arancel frente a la competencia extranjera o antidisturbios frente a la vitalidad del movimiento obrero), es por afecto, es porque mis abuelos eran alicantinos y el padre del SG de ERC es aragonés, es porque mi nieto es medio portugués, es porque tenemos las sangres mezcladas, es porque el humor madrileño nos hace reír más que el parisino, a pesar de los pesares, es porque Montilla es de Iznàjar y Cornellà, es porque el flamenco catalán de Peret o Duquende es inigualable, es porque en Valencia y Baleares se habla catalán, o como quieran llamarle al catalán que hablan, es por todo esto que no nos vamos a separar. No por interés, entiéndanlo. Y a pesar de nuestras querellas internas y nuestras diferencias, que son la sal de la vida. Los catalanes no sabríamos que hacer sin pelearnos con los madrileños. Nos aburriríamos mortalmente.

Dicho esto, quisiera, ahora, exponerles, aunque con las limitaciones que este acto impone, las motivaciones y el alcance de la reforma del autogobierno de Catalunya que propone mi Gobierno.

Más y mejor autogobierno para Catalunya

La propuesta más importante que va a surgir desde las instituciones catalanas en la actual legislatura será sin duda la de la reforma de su Estatuto de Autonomía y nuestra propuesta sobre la Constitución española.

Se pueden preguntar Vds. si nuestra actitud en el debate constitucional, la de los socialistas catalanes, que no tenemos grupo propio en el Congreso pero que nunca hemos renunciado a tenerlo, va a ser distinta de la del conjunto de los socialistas españoles. No va a ser distinta pero vamos a defender la nuestra en el seno del socialismo español. Tenemos nuestra propuesta.

Y el día que tengamos grupo propio no por eso el socialismo español dejará de ser mayoritario. Precisamente nuestra fuerza reside en el hecho de que la España que representamos es plural, tan plural como lo será entonces el socialismo en el Congreso, frente a una derecha unanimista, y por tanto más cómoda, pero por lo mismo menos representativa de la España real. Este es el envite, precisamente.

No se trata de una propuesta, la nuestra, en clave exclusivamente catalana, por el contrario es una propuesta que nace con la voluntad de ser entendida y compartida con el resto de los pueblos de España. Quiere ser pues un elemento de concordia en Catalunya y en España.

El Gobierno de la Generalitat que presido no ha presentado un proyecto cerrado de reforma estatutaria –algo que otros sí han hecho, legítimamente, sin duda, pero provocando una especie de precipitación previa de posiciones, antes de empezar a hablar-. Catalunya se ha limitado a esbozar unas líneas maestras de lo que a su juicio debe ser la reforma. En nuestro ánimo no está condicionar el resultado final del trabajo de la ponencia parlamentaria ni del proceso de amplia consulta social que se ha iniciado. Quede clara nuestra voluntad, pues, de mantener el propósito de que el Estatut que llegue a las Cortes españolas lo haga con el consenso máximo.

De todos modos creo que puedo esbozar con toda firmeza las principales ideas sobre el sentido de la reforma estatutaria planteada sin que estén muy alejadas del sentir mayoritario de los catalanes.

A la mayoría de los catalanes no les interesaría el Estatuto, ni el que tenemos ni el nuevo, si no fuera a suponer más progreso, más bienestar y más igualdad. Lo importante al plantearse la reforma es entender y conseguir que el Estatuto se convierta en un instrumento suficiente para dar respuesta a las aspiraciones y necesidades de los catalanes.

Son aspiraciones y necesidades que pasan por la mejora de la vida cotidiana de las personas, por afrontar las inseguridades que preocupan a la gente, por abordar con coraje y serenidad el fenómeno de la inmigración, por facilitar el acceso generalizado a las nuevas tecnologías, por actuar con eficacia ante la progresiva degradación del medio ambiente. Son aspiraciones y necesidades que hay que satisfacer con nuevas competencias, recursos adecuados y una gestión que mejore los servicios públicos. Y por robustecer la personalidad de un pueblo y de unas instituciones que son ya responsables de la mayoría de esos temas.

Pero además, la reforma del Estatuto ha de suponer una renovación del pacto de convivencia entre todos los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña. En el Estatuto se plasma un compromiso colectivo para convivir de forma pacífica y democrática. En el Estatuto se encuentran las reglas del juego que Catalunya se da a sí misma para resolver civilizadamente las diferencias propias de una sociedad abierta y plural.

Son una reglas del juego que se han quedado pequeñas y, en algunos casos, inadecuadas. Las instituciones del autogobierno de Catalunya pueden y deben mejorar mucho para alcanzar nuevas cotas de calidad democrática: con una nueva organización territorial que suponga una descentralización de la Generalitat en los entes locales, con unas instituciones más transparentes y más responsables ante la ciudadanía, con una administración de justicia más próxima y, por ende, más eficaz.

Hemos tenido un Estatuto que sirvió para recuperar y reconocer lo que la pérdida de las libertades supuso para Catalunya (y para los demás pueblos de España). Ahora precisamos una reforma que añada a todo aquello las herramientas de progreso social de la ciudadanía y que sitúe a Catalunya en la nueva dimensión que la evolución de España y de Europa conllevan.

El nuevo Estatuto de Autonomía de Catalunya quiere ser también una renovación del pacto de solidaridad de Catalunya con todos los pueblos de España, de Europa y del mundo. Para los catalanes, el Estatuto es una opción libremente asumida, es un compromiso claramente aceptado de participar en la gran familia de los pueblos de España.

El Estatuto que queremos no es una disimulada declaración de independencia. Como tampoco es una aceptación vergonzante de vasallaje. El Estatuto que queremos es –en todo caso- una libre declaración de interdependencia. Porque somos conscientes que hoy en día ciudades, naciones, continentes enteros participan activamente de una misma historia. Los catalanes queremos ser reconocidos como actores en esta historia. Pero queremos serlo, no por afán de exhibir nuestra diferencia o por aspirar a un rol de protagonista. Queremos ser reconocidos como parte de una comunidad global, de la que formamos parte y en la que todos tenemos el derecho y la obligación de aportar nuestra contribución.

Catalunya quiere una España plural que considere realmente las instituciones de autogobierno de sus nacionalidades y regiones como Estado, con un Senado que represente y expresa esta pluralidad institucional, con una presencia efectiva en las instituciones de la Unión Europea y con un sistema judicial adaptada a la realidad autonómica.

Catalunya quiere una España plural basada en un trato fiscal justo que combine suficiencia financiera y solidaridad interterritorial.

Catalunya quiere una España plural que defienda y promueva como una riqueza irrenunciable todas sus lenguas y culturas. Es el Estado –un Estado integrador e incluyente- quien ha de defender la lengua y la cultura catalanas. No es que la Generalitat no tenga que hacerlo. Claro que debe hacerlo, pero existe también una solidaridad cultural que debe ejercerse activamente.

En resumen, desde Catalunya nos planteamos la reforma del Estatuto de Autonomía por tres grandes motivos.

– En primer lugar, para mejorar el progreso, el bienestar y la igualdad de los catalanes.

– En segundo lugar, para renovar el pacto de convivencia entre los catalanes y mejorar la calidad democrática de nuestras instituciones de autogobierno.

– Y, finalmente, para contribuir decisivamente a la configuración institucional de la España plural como mejor expresión del compromiso de solidaridad interterritorial. A ello añadimos el reconocimiento de un protagonismo acorde a nuestra realidad en las instituciones europeas.

¿Cómo cree el Gobierno de Catalunya que deben contemplarse en el nuevo Estatuto estas intenciones de fondo?

En el acuerdo político sobre el que se basa el Gobierno que presido se esbozaban unas líneas maestras sobre la mejora del autogobierno y la reforma del Estatuto.

La agenda definida en dicho acuerdo afecta a cinco grandes cuestiones:

1ª La consideración de la Generalitat como Estado.

2ª La redefinición del ámbito competencial.

3ª La presencia de la Generalitat en Europa.

4ª La colaboración de la Generalitat con los entes locales.

5ª La financiación autonómica.

En primer lugar se trata de traducir en realidades positivas los principios inspiradores del pacto constitucional de 1978, empezando por la consideración efectiva de las instituciones de autogobierno de las Comunidades Autónomas como Estado; siguiendo por el reconocimiento y respeto del carácter plurinacional, pluricultural y plurilingüístico del Estado español; y terminado por el pleno respeto a la autonomía en el ejercicio de las competencias asumidas y en la configuración de las instituciones de autogobierno.

La reforma del Senado, la atribución de funciones de casación al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, la intervención de la Generalitat en la designación de los miembros de las altas instituciones del Estado, la transferencia de funciones ejecutivas de la Administración del Estado a la Generalitat hasta convertirla en administración única, el reconocimiento, protección y fomento de la lengua y la cultura catalanas por parte del Estado español son las principales medidas que han de llenar de contenido el propósito de considerar plenamente el autogobierno de Catalunya como Estado.

En segundo lugar se propone abordar una redefinición del ámbito competencial de la Generalitat que dé cumplida satisfacción a las nuevas demandas políticas y sociales de la ciudadanía. Ello supone completar el despliegue normativo del actual Estatuto; asumir competencias ejecutivas, ya sea completando los traspasos pendientes o unificando la atención administrativa a los ciudadanos o promoviendo los cambios legislativos necesarios; y ampliar las competencias estatutarias, incorporando las atribuciones sobrevenidas y definiendo nuevas competencias.

En tercer lugar hay que asegurar la presencia de la Generalitat de Catalunya en la Unión Europea y en otros organismos internacionales. Se ha de resolver de una vez la participación de la Generalitat y del resto de Autonomías en la formación de la voluntad estatal ante las instituciones comunitarias, así como la participación autonómica en las mismas cuando se traten materias de su ámbito competencial.

En cuarto lugar se pretenden fijar unas bases sólidas de colaboración entre la Generalitat y los entes locales sobre la base de una nueva organización territorial de Catalunya que descentralice competencias y recursos a favor de los gobiernos locales.

Y en quinto lugar se propone la revisión del sistema de la financiación autonómica para garantizar que los derechos y los deberes recogidos en el Estatuto se materialicen y consoliden. Sin una financiación suficiente, la autonomía se devalúa al no poder afrontar las nuevas necesidades y aspiraciones sociales.

Dos son los objetivos del nuevo modelo de financiación: mejorar la suficiencia y mejorar la capacidad de decisión sobre los recursos propios; y mantener la relación de solidaridad con los otros pueblos de España. Para conseguirlos, desde Catalunya apuntamos cuatro criterios básicos: 1º Las autonomías deben contribuir según su renta y recibir según su población. 2º La estabilidad del sistema. 3º La corresponsabilidad en la gestión tributaria. 4º La solidaridad que asegure que todas las CCAA puedan prestar niveles similares de servicios a sus ciudadanos realizando un esfuerzo fiscal equivalente.

Hasta aquí las motivaciones que impulsan la reforma del Estatuto y un esbozo de las líneas generales de su contenido. Ahora es el turno del Parlament de Catalunya y de la sociedad catalana. Confío en que un amplio acuerdo político y social sea posible y, con él, se oiga la voz de una Catalunya serena y segura de sí misma que quiere más y mejor autogobierno en el marco de una España plural e integradora.

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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