Su pasión por el mundo de la fotografía en una época enigmática, los años ’60, se ve incentivada por la visión mágica de la trama psicodélica del film de Antonioni “Blow-up” y la venta a revistas de todo el mundo de una serie fotográfica de la "Instant City" de Carlos Ferrater, su hermano, la obra más comentada de una bienal cultural prohibida que debería hacerse celebrado en Lubljana y finalmente tuvo lugar en Ibiza. Nada fue lo mismo después de esto. José Manuel Ferrater tomó contacto a través de su cámara fotográfica con el mundo de la moda; un mundo nuevo lleno de glamour que puso a sus pies las principales ciudades de la moda y a las más sofisticadas modelos. París, Milán o New York versus Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Linda Evangelista o Cindy Crawford.

Una existencia de vino y rosas que se vio frenada de sopetón durante una de las visitas de Ferrater a África, un continente que marcó un punto de inflexión en su vida. Los niños que conoció en Benín le obsesionaron. La música del tambor despertó su subconsciente y el fotógrafo dejó que todos los fantasmas de su infancia escaparan no a través de la fotografía, sino de la pintura. Su máxima libertad de expresión.
Durante ocho años José Manuel Ferrater ha pintado a esos niños de Benín y se ha pintado a sí mismo en una inquietante colección de cuadros que ahora expone en la Galería Imaginart de Barcelona. Una colección que él explica a través de trece poesías de belleza también inquietante. Hemos recorrido esta exposición con el pintor, quién, como todo aquel que se ha expresado elocuentemente a través del arte, a veces se ve coartado por sus propias palabras.
Gema Castellano