El trabajo de Raúl y su equipo se centra en el mundo de las percepciones y, aunque pueda parecer algo subjetivo y difícil de valorar, todo está perfectamente medido: “Invertimos más de tres años de estudio antes de que un coche salga a la venta”, comenta Funes. Una de las vías para objetivar el plano sensorial son los más de 150 test a ciegas y análisis de piezas que realizan anualmente: “A la persona que hace la prueba se le tapan los ojos para que pueda concentrarse mejor en las sensaciones táctiles. Así analizamos, por ejemplo, la sensación de deslizamiento o dureza que trasmite un material u otro”.
¿Y qué finalidad tienen estas pruebas? Ofrecer la máxima sensación de calidad posible a través del tacto. “Se toque la tecla que se toque, todas tienen que ofrecer una máxima sensación de armonía entre ellas. Es un trabajo que se percibe en los detalles y en la sensación general que ofrece el coche”.
La háptica está siempre en continua evolución adaptándose también a las tecnologías del futuro: ahora, por ejemplo, la tendencia es que los botones vayan desapareciendo y que la pantalla táctil gane terreno. En este sentido, el trabajo del departamento de Raúl Funes se centra en definir la presión con la que el usuario tiene que apretar la pantalla o en estudiar que la disposición de los elementos sea coherente al movimiento humano. Asimismo, otro de los terrenos en los que la háptica trabaja es en la definición de los diferentes espacios donde posicionar los objetos que un conductor suele llevar a mano como el teléfono, el paraguas o el portátil. El objetivo es conseguir un amplio espacio de almacenamiento de una forma lógica y útil, aportando orden en el interior del coche y asegurando su funcionalidad.
Estudiar el tacto perfecto que un coche debe ofrecer a sus clientes es verdaderamente un trabajo “original y atípico”, comenta Funes. Tanto que, cada vez que lo explica, la gente se sorprende: “Me preguntan ¿pero de verdad se mira con tanto detalle un coche?”