El prestigioso diseñador industrial e interiorista parisino nacionalizado neoyorquino, Philippe Starck, se ha sumergido en el más exquisito Rococó de Luis XVI para decorar unas estancias que se tornan más excéntricas, brillantes, enigmáticas y sensuales a medida que pierden la luz del sol.
Porque Starck imaginó para el Ramsés un ambiente mundano, elegante y aristocrático para ser disfrutado en la más exquisita privacidad, pero Madrid no se lo permitió.
La Puerta de Alcalá se encuentra frente a este casi ya emblemático restaurante, y ningún madrileño o visitante hubiera aceptado que se le diera la espalda.
Tampoco madame Pompadour, refinada representante de la más ardiente frivolidad del Rococó, a quién le hubiera encantado observar desde los ventanales de las estancias exteriores del Ramsés, como la ilustración francesa influía en la arquitectura neoclásica de la puerta que marcaba el camino a Alcalá de Henares de la mano de un innovador Carlos III.
Sorprende. Cuando desde la Plaza de la Independencia se accede a la planta baja del Ramsés, nada hace imaginar la amplitud y el detalle que caracterizan sus instalaciones. Porque sólo este “etage” denominado “Le Petit”, ya sería suficiente para dar un sobresaliente al establecimiento de 1.300 metros cuadrados en el que se han invertido unos diez millones de euros.
Destinado a ofrecer servicio de restaurante, coctelería, aperitivo, o champagnería a cualquier hora del día o de la noche, Le Petit da acceso mediante unas escaleras de caracol de paredes tapizadas en piel “rosa Chanel” al “Club, descendiendo; y al “Bistro”, cuando subimos.
En el Club destacan los pomposos sillones y rocambolescas lámparas de araña además de una gran lona decorada por el mismísimo Starck, que aparece de sopetón frontalmente al cruzar la puerta. El trasmutado y atemporal Rococó imaginado por Philippe Starck que impera en los diferentes ambientes podría confundirse con el más puro barroquismo gracias a los brillantes mármoles negros de los aseos y las recargadas ornamentaciones, sino fuera por el sentido pagano y puramente ocioso que se ofrece en cada rincón. En el Bistró, la decoración se complica. En el gran salón alternan los repujados sofás y sillones en pan de oro y plata tapizados en piel de vaca y terciopelos; con candelabros, enormes espejos e inmejorables vistas a la Puerta de Alcalá.
La excelente luz de día que penetra por sus amplios ventanales se transforma en oscurantismo elegante en los comedores privados, como si de una rebeldía basada en cierta psicodelia de Starck se tratara.
Allí, los elementos de decoración más urbanos como los grafittis conviven con tendencias de tiempos pasados armonizadas por el buen gusto. Destaca el comedor privado que emula a una Haima o el super-privado, donde el chef, Miguel Angel Jiménez, y su mano derecha, Igor Cachorro, cocinan en directo para los exclusivos comensales.
En definitiva, el Ramsés ofrece un cúmulo de sensaciones imaginadas por su propietarios, Jorge Llovet y Javier Gómez, e interpretadas por un genio como es Philippe Starck para atraer a gentes de talante internacional, cosmopolita y exigente, que tiene en común el gusto por los placeres visuales, sensoriales y culinarios, además de la necesidad de ser tratados como seres únicos y especiales; separados del resto de la fauna urbana.
La imagnativa carta y los cuidados y divertidos menús del Ramsés complementan una exclusiva alternativa de ocio y cultura culinaria que bien podría encontrarse en New York, Londres o Berlín; pero está en Madrid, en el centro de la Villa, para disfrute de todo aquel viajero o residente cuyo estilo de vida esté basado en el “buen gusto”.
Gema Castellano