Pocos expertos en el mundo se atreven a cuestionar el liderazgo de José Gordón en el sector de la alta calidad cárnica -procedente de animales con feliz jubilación- a pesar de que su restaurante no se encuentre en New York, en Tokio o en Barcelona y sus platos no vayan firmados por “chefs” de relumbrón. En definitiva, imaginamos, lo que importa es el “buen yantar” en el sentido más estricto del término; porque para “conceptualizaciones” ya están otros. Y así es, realmente. Porque en otros entornos todo se torna más sofisticado y las empresas, además de la calidad, deben ofrecer a sus clientes emociones y “conceptos” que les aseguren un valor añadido rentable.
De este asunto conversábamos, precisamente, hace unos días con Ronny Maier, director del hotel Renaissance de Barcelona, embarcado, ahora, en un proyecto culinario destacable. Y es que, cuando hace unos años la restauración hotelera se abrió al cliente local ofreciendo calidad y diseño en plena época de bonanza, nadie, en el sector, podía anticipar la dificultad de encontrar una estrategia exitosa que consiguiera cambiar la falta de hábito del público local, a la hora de elegir el restaurante de un hotel para reservar una comida o cena de negocios, ocio o celebración.
En este sentido, podríamos asegurar que la brusca contracción del gasto destinado para ágapes -sobretodo por parte las empresas- se ha producido mucho antes de que las estrategias gastro-hoteleras urdidas por los establecimientos, se consolidaran. Los hoteles más prestigiosos abrieron sus puertas a la ciudad con restaurantes redecorados por interioristas de renombre y firmados por chefs de prestigio; que se beneficiaban de la coyuntura evitando tener que invertir en crear su propio negocio. No cabe duda de que la idea era brillante. Los hoteles se hicieron, de esta manera, con firmas gastronómicas que justificaban el precio del cubierto y atraían a auténticos eruditos culinarios, snobs y empresarios; aunque cuatro años sucesivos de crisis, han conseguido opacar el resplandor que el negocio del yantar en los hoteles había conseguido encender.
Pero la grandes crisis requieren de enormes y creativas estrategias, y Ronny Maier me aseguraba -convencido- que para comer la mejor carne del mundo solo hay que ir a Jiménez de Imuz, pero para degustar la segunda mejor carne del mundo -que algunos anteponen a la española- tendríamos que viajar a Arkansas. Sí. Posiblemente la mejor carne Black Angus sea la que se produce en las granjas de Creekstone de Arkansas City y el Hotel Renaissance ha creado el “Cru Restaurant & Steakhouse”, expresamente para que los sibaritas más carnívoros se deleiten culinariamente con éste producto traído diariamente y manipulado por el chef, Stefan Wystup, según las directrices de Dario Cecchini, posiblemente -también- el carnicero más famoso del mundo.
El “Cru Restaurant & Steakhouse” no es un restaurante al uso. En primer lugar porque los diferentes cortes de la carne que se ofrece están a la vista del comensal -él elige-; y, sobretodo, porque para disfrutar de un trato especializado y un ambiente de negocios afín alrededor de una deliciosa degustación de carne; quizás deba esperar la invitación del hotel.
Verán. La recuperación de las distendidas comidas de negocios rubricadas con un delicioso cognac y un aromático puro es el objetivo de Ronny Maier, quién lleva más allá su idea proponiendo la reunión de un grupo muy reducido de empresarios que serán sus invitados, periódicamente.
Pero no es necesario pertenecer a la casta empresarial para disfrutar del “Cru Restaurant & Steakhouse”. Compartir un “Porterhouse” de 1.600 gramos puede ser una experiencia sensorial entre amigos; y si lo que prima es el individualismo, no duden de que Stefan Wystup puede ofrecerles incluso nueve cortes diferentes para una misma pieza y otros tantos puntos de cocción. Propuestas esmeradas para atraer a públicos ávidos de sensaciones. La parte positiva de una coyuntura que requiere de estímulos positivos.
Gema Castellano
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