La de Finca Monasterio es, además, una historia que comienza como una reacción a la eclosión de los llamados vinos “de alta expresión” o “de autor”, palabras que vienen a definir la moda de los tintos cargados de estructura, madurez y cierta madera. Una respuesta serena que el tiempo ha traducido en un vino fino y elegante, una apuesta que ha conseguido teñir de modernidad una filosofía de trabajo que la bodega resume en el respeto a la viña.
Para explicar la evolución de estos tintos ya singulares, el asesor de Barón de Ley, Gonzalo Rodríguez, y el director gerente, Alexander Tomé, ofrecieron en el Restaurante Adolfo del Palacio de Cibeles una cata vertical con la que quisieron poner sobre la mesa los principios y valores que han inspirado la creación de estos vinos.
Desde su primera añada en 1999, Finca Monasterio ha intentado proteger el alma de sus elaboraciones por encima de las meras tendencias. Porque Barón de Ley quería hacer su propio vino, y quería un vino “vivo”, elaborado a partir del cuidado de las viñas del monasterio benedictino. Lo que equivale a hablar de un vino hecho en el propio viñedo, con el tempranillo como protagonista y con una proporción de cabernet sauvignon, variedad a la que decidieron aplicar un mayor tiempo de maduración de lo entonces habitual.
Trabajar en el viñedo requería, por lo demás, extender la superficie de hectáreas propias. La bodega dispone en la actualidad de 600, con una capacidad de elaboración de cuatro millones de botellas, dos millones y medio de ellas de reserva y gran reserva. Hace diez años, la bodega apostó también por la fabricación de fudres de 10.000 litros en los que se deposita el vino después de la crianza y el coupage, con el fin de obtener “una mayor finura y complejidad”.
El resultado ha sido un vino que la bodega elude encasillar en las categorías convencionales y que simplemente exhibe, según explican, la fecha de su nacimiento y su finca de procedencia. Un vino que podríamos resumir como expresivo, con personalidad, potencia y elegancia, aunque en cada añada muestra sus correspondientes particularidades.
Con cinco añadas seleccionadas, sobre la mesa pudimos encontrar dos vinos magníficos, los de 2001 y 2007. El primero, por su amplitud y buena acidez, sus toques de torrefactos y especias, porque se conserva como un vino envolvente, con cierta juventud y una consistente arquitectura. El segundo mantiene la coherencia en los atributos del anterior, si cabe algo más suave y delicado. Fruta negra, fondo de madera, un vino redondo, voluminoso y largo. Dos maravillas.
Pudimos comprobar también la evolución de Finca Monasterio en las cosechas de 2000, 2004 y 2010, añada esta última que ya llega como un vino estructurado, quizás el más fresco y actual de los cinco, con notas de tofe, madera y vainilla, un vino estructurado, fino y elegante en el presente al que se puede adivinar un magnífico futuro.
Barón de Ley ha aprovechado, por otro lado, la salida al mercado de las nuevas añadas para renovar la imagen de las etiquetas de sus vinos más emblemáticos. Junto al Blanco 2013, Reserva 2009 y Gran Reserva 2007, la bodega presentó su nuevo lanzamiento, el Rosado de Lágrima 2013, un vino delicado, fresco y con personalidad que compite con la floreciente gama de rosados riojanos. Al hilo del tiempo.
Mar Villasante
@marvillasante