Y la elocuencia de estos difuntos se hace oír en lugares tan disímiles como la Moscú en los estertores de la Unión Soviética, en diversos países del æNuevo MundoÆ (uno de ellos –por supuesto– la República Dominicana), en una travesía por el temible Canal de la Mona, y en la monstruosa Nueva York. Estos muertos hablan ruso, persa, inglés y español. Estos muertos andan tan vivos como el que más. Locuaces occisos que son científicos, inmigrantes, estudiantes, mucamas, pintores de brocha gorda… Interfectos de lengua luenga, muy luenga, que nos revelan la urdimbre de varias patrañas entronizadas y de algunos secretos espinosos.
Predominan en esta obra los relatos de tono testimonial tales como «La hija del presidente», «¿Suicidio o martirio?», «Tupacari», «Microscopio», «El encuentro», «íCuánto cuesta hablar inglés!», «íCien dólares!… y a la tierra prometida», «Los ratapeces» y «La vieja chispa». Por otro lado, vale anotar la vocación policíaca de los relatos «Nylon: cr¢nica de una traici¢n» y «El rastro comon». El libro cierra con relatos de matices costumbristas: «Amor prohibido», «Muri¢ como el pez», «La ley de Junumuco» y «El zapato del compromiso».
En casi todos los relatos de Los muertos es posible establecer dos polos hegem¢nicos, Mosco y Nueva York, con el claro predominio del segundo; complement ndose con dos mundos superpuestos el Norte y el Sur. Las anteriores coordenadas geopol¡ticas, que tambi’n pueden identificarse como el centro y la periferia, sirven de trasfondo al gran drama de millones de desplazados. Cabe recordar aqu¡ que a principios del siglo veinte –a diferencia de su vecino del norte, los Estados Unidos– la econom¡a de Latinoam’rica continuaba siendo eminentemente agraria y apenas industrializada. La gran mayor¡a de su poblaci¢n se concentraba en las reas rurales. Pero a partir de la primera guerra mundial, y luego de la construcci¢n del canal de Panam , Latinoam’rica dio inicio a un proceso de industrializaci¢n que ha convertido a Brasil en uno de los diez pa¡ses m s industrializados del mundo. No obstante, –al contrario de los pa¡ses de Europa Occidental y los Estados Unidos– este proceso empez¢ despu’s que Latinoam’rica ya consum¡a y usaba productos industriales. Por lo que desde entonces ‘sta se ha mantenido a la zaga de las naciones m s –o propiamente– industrializadas; especialmente en lo que a capital y tecnolog¡a se refiere. En efecto, la acumulaci¢n de capital en esa regi¢n ha sido posible a trav’s de la explotaci¢n de su propio pueblo –el campesinado y la clase trabajadora en particular. Adem s, el mercado para sus productos industriales se encuentra limitado (y esto incluso de manera muy precaria) s¢lo a su misma rea geogr fica, debido al acaparamiento de otros mercados internacionales por parte de los pa¡ses m s desarrollados. Estas condiciones se han agravado a causa de la creciente influencia de los Estados Unidos. El siglo veinte ha visto agrandarse el papel que este pa¡s ha interpretado en el devenir hist¢rico de las naciones al sur del R¡o Grande. Todos estos factores –incluidas las repercusiones pol¡ticas y sociales que de ellos se derivan– han servido para despertar y exacerbar las justificadas preocupaciones de un gran nomero de latinoamericanos. Entre ellos no pod¡an faltar los escritores.
La mayor¡a de los escritores latinoamericanos de este siglo han sido –en un momento u otro de sus carreras– revolucionarios. Lo cual resulta sintom tico de una realidad social que ineluctablemente demanda de tal posici¢n. Muchos escritores no han titubeado en denunciar el neocolonialismo, el imperialismo, y m s recientemente, la globalizaci¢n y el neoliberalismo; y han proclamado su alianza a movimientos de liberaci¢n nacional. Las ra¡ces de estas actitudes se afianzan en una m s o menos homog’nea reacci¢n excitada por el violento impacto moral que significan las condiciones de vida de las mayor¡as latinoamericanas.
Dos revoluciones –la mexicana de 1910 y la cubana de 1959– han marcado el v’rtice m s alto de las pulsaciones hist¢ricas en el subcontinente americano, cuyos arte y literatura han ganado impulso y reconocimiento internacional como resultado. En el primer caso, ser¡a la pintura la forma de expresi¢n art¡stica que dominar¡a la escena. Pintores como Orozco, Rivera, Siqueiros y Tamayo plasmar¡an en ‘picos murales la historia, los h’roes y los mitos de M’xico. Pero la literatura tambi’n estuvo bien representada por escritores de la talla de Mariano Azuela, Mart¡n Luis Guzm n y Jos’ Vasconcelos.
No obstante, ser¡a la revoluci¢n cubana la que pondr¡a a Latinoam’rica –su arte, su cultura en general –pero especialmente–, su literatura, en la vitrina del inter’s internacional. Desde 1959, la enorme atenci¢n internacional concentrada en Cuba y, por extensi¢n, en Latinoam’rica, ha beneficiado directa o indirectamente a los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana.
A partir del boom, el quehacer literario hispanoamericano ha crecido geom’tricamente y se ha diversificado en sus manifestaciones. Una de ‘stas la constituye la literatura del exilio o de la di spora. En los oltimos a_os casi todos los caminos conducen al Norte, donde ha venido produci’ndose una literatura del exilio latinoamericano, cuya capital es Nueva York.
En este sentido, las relaciones Norte-Sur son caracterizadas por una ir¢nica pero justa observaci¢n atribuida a Porfirio D¡az: «Pobre M’xico (el Sur), tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos (el Norte)». En 1898 –como resultado de la derrota de Espa_a en su guerra con los Estados Unidos–, las Filipinas, Cuba y Puerto Rico pasan de las manos de Espa_a a las de los Estados Unidos. Pese a que los nativos de estas islas buscaban independizarse pol¡ticamente de Espa_a, ellos, en t’rminos culturales, especialmente los cubanos y los puertorrique_os, siempre la consideraron como la Madre Patria. Pero el idioma de los nuevos conquistadores era el ingl’s. De repente, y en su propio territorio, los puertorrique_os –espec¡ficamente– tuvieron que someterse a las instituciones y disposiciones impuestas por un gobierno totalmente for neo. Desde 1917 –a_o en que el congreso de los Estados Unidos les otorga la ciudadan¡a estadounidense– los puertorrique_os son los onicos latinoamericanos que por virtud de su ciudadan¡a, desde el instante mismo de su concepci¢n, han estado obligados a flotar entre dos culturas.
Hacia 1950, el flujo migratorio de Puerto Rico a los Estados Unidos promediaba cincuenta mil isle_os al a_o. Ellos tra¡an consigo sus costumbres y su idioma; en una palabra, su cultura. De esta manera se origina lo que ha sido denominado como la experiencia neoyorrique_a. +sta abarca todos los campos de expresi¢n cultural: desde las comidas, pasando por las tradiciones, la mosica –la salsa, y el jazz latino–, las artes dram ticas y pl sticas, hasta la literatura.
Petronio Rafael Cevallos