Al vino, para que pudiera soportar los viajes internacionales en buen estado, los portugueses le añadían brandy antes del proceso de fermentación; al igual que hicieran en otras zonas productoras como Jerez, en España, y Banyuls en Francia, con las que competía. Las algaradas territoriales, ideológicas y de religión entre tres impetuosos reyes europeos: Enrique VIII, en Inglaterra, Francisco I en Francia y el emperador Carlos –I de España y V de Alemania-; solventadas en algunos períodos con matrimonios amañados y rocambolescos tratados de paz, facilitaban las relaciones comerciales, que alcanzaron el máximo desarrollo en esa época. Portugal -apartada de unas reyertas que marcaron lo que hoy es Europa- aprovechó el auge comercial para conquistar el mundo con su vino más vigoroso y resistente.
En el s.XVII Portugal se alió con Inglaterra en la guerra que ésta mantenía contra Francia y el comercio de vino creció tanto, que pronto comenzaron a verse factorías vinícolas con firma británica en territorio luso, donde se mezclaban los vinos del Alto Duero con aguardiente o brandy. Estas compañías monopolizaron la producción durante todo el s.XVIII. Tuvo que llegar la mítica Casa de Vinos Velha, para que el desarrollo de la producción portuguesa fuera posible. La técnica para fabricar el vino que los comerciantes británicos habían plagiado a los monjes del Monasterio de Lamego, se explotaba, así, -por fin- en casa.
La ciudad portuguesa de Oporto –Porto, a la manera local- está rotundamente ligada a su tradición vinícola. Tanto, que es imposible usar el término sin acompañarlo de una especificación, que determine si nos referimos a la ciudad o al dulce y contundente caldo. La antigua Cale -que según la leyenda toma el nombre de uno de los argonautas que acompañaron a Jason, en su odisea a la búsqueda del Vellocino de Oro-, ahora Oporto, es una ciudad bellísima y un tanto nostálgica, en la que perderse por el barro antiguo -patrimonio de la humanidad- o pasear por los numerosos puentes del Duero; enriquece a cualquier espíritu amante de la historia, el arte y la tradición.
Y también para los sibaritas gastronómicos, que encontrarán en esta ciudad del norte de Portugal toda la oferta de un país, que también ha sabido evolucionar sus productos más típicos hasta convertirlos en ‘delicatessen’. Porque Portugal presume de saber recibir y ha hecho de su cocina un arte. Comenzar una degustación con un “petisco” o tapa portuguesa compuesta por un “laminado de bacalao” y “croqueta -también de bacalao- con frijoles” es una buena idea; si además la regamos con un Niepoort Dócil, vino verde de 2010. Podemos seguir con una “pechuga de codorniz con crocante de queso S. Jorge”, con guarnición de migas de espárragos, escabeche de ciruelas de elvas y mermelada de uvas; regada, como no, por un Esporao reserva blanco de 2010; y continuar el ágape tomando un “lomo de bacalao con citrinos, pulpo confitado con hierbas y patatas asadas con piel» o, si se prefiere, un “cochinillo de Bairrada”, confitado a baja temperatura con mermelada de naranja y salsa al oporto, con el que cataremos un Verterte de 2009. El pudin de porto, la pera cocida en moscatel de Setúbal y el sorbete de cítricos los tomaremos de postre, con un Naval de 2006; antes de lanzarnos a la degustación del Oporto, mejor si es de la región de La Vintage; los de mayor solera.
El buen yantar será una asignatura aprobada a orillas del Duero portugués, pero si el objetivo es dignificar la cultura enológica de la antigua Cale, hay que cumplirlo con todas las consecuencias. El Hotel Yeatman Oporto es la opción perfecta. Este excepcional Relais & Château está situado en un privilegiado enclave de bancales ajardinados en la zona sur del Duero, en plena zona histórica de Oporto. Su peculiaridad es que el vino es el protagonista absoluto en todos sus espacios y servicios, desde las habitaciones tematizadas hasta los tratamientos del Spa, pasando por su bodega con más de 2.500 botellas. Toda la tradición vinícola de la zona está concentrada en este hotel, cuyas vistas al Duero y a la ciudad de Oporto son inolvidables.
The Yeatman tiene la mayor colección del mundo de vinos portugueses y se ha ganado, a fuerza de calidad, un lugar de honor en la lista de los mejores hoteles ‘gourmet’ de Europa. Los beneficios de la uva se ofrecen en el hotel en toda su amplitud y sus tratamientos ‘antiagin’ atraen a un turismo, también de salud y bienestar, que busca, además, la calma que ofrece la tradición histórica y la calidad humana de un país excepcional. Porque tal y como asegura el gran arquitecto Alvaro Siza: “si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria”; y por esto, las extraordinarias edificaciones históricas de Oporto demuestran que allí el hombre siempre ha sido importante.
Gema Castellano
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