La tradición parece ser la manta zamorana que todo lo tapa. Es escuchar la palabra ‘tradición’ y cualquier actitud o acción, por aberrante que sea, se banaliza, blanquea y acepta sin remordimientos y sin ser cuestionadas; desde la extirpación del clítoris en niñas con una cuchilla de afeitar hasta las matanzas de focas a golpes, pasando por las carreras de “cavernícolas” en pleno s. XXI con sus mujeres a cuestas y muchas más que ustedes ya conocen.
Lo cierto es que, curiosamente y en el ámbito en el que la tradición implica humillación, opresión, recorte de libertades o control, todas estas tradiciones tienen como objetivo a la mujer.
La tradición justifica todo. Pero es también una fórmula de represión perversa que consigue la aceptación incluso de las mujeres vejadas.
La tradición de que los universitarios del colegio mayor Elías #Ahúja vociferen por las ventanas llamando “putas conejas ninfómanas” a las universitarias es aceptada por la mayoría de las estudiantes, y quizás deberían cuestionar el presunto “buenismo masculino» -a la hora de interpretar esta performance al más puro pique Pimpinela- marcando líneas rojas muy claras.
Pero es que el mundo se ha polarizado y ya en nada hay posiciones intermedias que requieran de consenso. La equidistancia y la duda -que es la madre de la reflexión y la búsqueda de soluciones- son posiciones que, parece, molestan a los acelerados cerebros acostumbrados a no tener que esforzarse demasiado.
O estás con unos o estás con otros. Incondicionalmente y, generalmente, sin ni siquiera estar de acuerdo. Existen múltiples intereses que justifican la polarización.
Los moradores del colegio Elías Ahúja son, según informa el propio colegio mayor, las ‘futuras élites’ de este país. No entra cualquiera. Es necesario contar con una familia con pedigrí; heredado o adquirido.
Antes, lo que ocurría en colegios mayores de este tipo quedaba entre sus muros, pero ahora hay móviles y exhibicionismo. Evidentemente, quedan al descubierto las vergüenzas de eso que llaman ‘tradición’ (aceptada por ellos y ellas) que no es más que la reafirmación de un modo de vida que allí se enseña y los alumnos buscan. Son sus valores.
¿Y qué hacer? Sería deseable para comenzar que revisáramos el término “tradición”
Cuando una jauría de niñatos que se creen élite tiene la necesidad de llamar “putas conejas” a sus compañeras en un evento lúdico y ellas los justifican argumentando que son “buenos chicos” o «como un hermano fiel» suena a eso de “me pega porque me quiere (y a culpa es mía por provocar)”.
El asunto no es baladí. El resultado es la intervención de la Fiscalía por presunto delito de odio, ante un episodio llevado a cabo por unos estudiantes que no son conscientes de haber hecho nada malo.
Porque miren ustedes. Entre lo que creen que debe ser una tradición y la inconsciencia ante los hechos, lo que subyace es una educación machista que asusta. Apañados vamos.»
Gema Castellano