Salmán bin Abdulaziz se ha trasladado desde Niza hasta su residencia, cerca de Cannes, escoltado por motoristas de la policía e incluso una ambulancia. En fin. Desde que los giles, rocas, cachulis y pantojas colonizaron Marbella, a lo más que aspiramos en ese lugar paradisíaco es a la Gala Starlite, donde ahora triunfan Vaquerizo, Alaska o Eva Longoria. Las islas tampoco las quieren los ricos de solera. Ni siquiera Mallorca, la aristocrática, de donde ha huido incluso el rey emérito, quien quizás pase algún día en Vallauris con Salmán.
Yo, la verdad, esto del turismo de lujo en España es que no me lo he creído nunca. Turismo, sí. Pero de lujo, no. Definitivamente no.
Los del lujo tienen sus destinos de toda la vida y parece que no muestran intención de hacer muchos cambios. No nos engañemos con la palabra lujo. Porque una cosa es que vengan rusos o chinos con ‘dinero vacacional’ y otra el turismo de lujo, al cual, el dinero le importa un bledo. ¿Nos entendemos?
Así que ya podemos ir dándonos prisa para averiguar qué turismo queremos albergar para construir más chiringuitos de sardinas o más restaurantes donde se sirva Petrus; otra terminal low-cost o una de jets privados; un Rodeo Drive u otro la Roca Village o subir o bajar los precios al turista. Porque, al parecer, el totum revolutum no funciona. Vamos. Que nos quedamos con la chusma y punto, a la que, eso sí, llamamos lujo
Gema Castellano @GemaCastellano